Ciudades (Introducción)

“El catálogo de las formas es interminable, mientras cada forma no haya encontrado su ciudad, nuevas ciudades seguirán naciendo. Donde las formas agotan sus variaciones y se deshacen, comienza el fin de las ciudades.”

Ítalo Calvino, Las ciudades invisibles, Siruela, Madrid, 2009.

En nuestro presente, las ciudades parecieran representar dos posibles, y opuestos, paradigmas: el de la deshumanización y la evolución del caos —físico y social— o el de la posibilidad del cambio y la redención de una historia que viene esbozándose desde hace siglos. Esta última opción, sin embargo, es una que en el presente puede verificarse en sutiles y mínimos cambios de conciencia, pensamiento, planificación e implementación de métodos, acciones y proyectos reales; incluso, podría definirse, por ahora, como algo idealista.
Este cambio de conciencia y accionar debe surgir necesariamente desde las esferas políticas y concretarse mediante las herramientas que brindan diversas disciplinas económicas, sociales, ambientales, artísticas y educativas, todas ellas en constante cruce y retroalimentación.

La arquitectura, entre ellas, aparece de manera protagónica en este proceso de cambio y adaptación. A través de la historia, la arquitectura ha sido un signo, un símbolo y un síntoma de procesos culturales, generales y particulares. La nueva arquitectura de Medellín es síntoma de una necesidad de cambio, signo de una concientización general sobre el cambio y símbolo de un proceso de cambio en principio exitoso.

No hay dudas de que esta transformación, que ha venido concretándose en los últimos años de esta ciudad colombiana, tiene en el sorprendente número de obras de arquitectura proyectadas y realizadas, una de las principales herramientas esgrimidas por el aparato político a cargo.

De hecho, es difícil establecer si las obras de arquitectura son la causa de la transformación —urbana y, consecuentemente, social— o la consecuencia de ésta. La causa, porque su presencia —que es innovadora y es detonante— produce imágenes, dinámicas y respuestas nuevas; estas últimas no sólo locales sino también internacionales. La consecuencia, porque es el resultado de un accionar conjunto de valerosos políticos, académicos y diseñadores, quienes necesitaron y planearon esta nueva presencia. En cualquier caso, este proceso circular e integrador, sensato y sensible, y probablemente la única opción para el éxito, aun cuando este último pueda ser considerado relativo, empieza y termina en la arquitectura. O viceversa.

Sin embargo, entonces, es inevitable una reflexión profunda sobre estas obras. Esta reflexión se refleja, primero, en la decisión de contar esta historia de cambio y, segundo, en la elección de los proyectos que la materializaron más significativamente. Pero, además, es necesario establecer una postura al respecto desde las primeras líneas. En Medellín, la arquitectura que representa este período de transformación es, ante todo, experimental y valiente, arriesgada e icónica, controvertida en su implantación e internacional en su imagen.

Y, entonces, ¿es esta internacionalización y son estas formas las maneras y los resultados acordes a una ciudad latinoamericana?
Posiblemente, una de las claves básicas para llegar a la respuesta —en principio, sobre las formas— es el por qué de la transformación. En una entrevista para Newsweek de noviembre de 2007, Sergio Fajardo, el entonces alcalde de Medellín, dijo: “En Medellín tenemos que construir los edificios más hermosos en los lugares en los que la presencia del Estado ha sido mínima. El primer paso hacia la calidad de la educación es la dignidad del espacio. Cuando el niño más pobre de Medellín llega al mejor salón de clases en la ciudad, enviamos un mensaje de inclusión social poderoso. Ese niño tiene una autoestima renovada, y aprende matemáticas más fácilmente. Si les damos a los barrios más humildes bibliotecas bellas, esas comunidades se sentirán orgullosas de sí mismas. Estamos diciendo que esa biblioteca o ese colegio, con arquitectura espectacular, es el edificio más importante del barrio y enviamos un mensaje muy claro de transformación social. Ésa es nuestra revolución”.

Las formas, las escalas y ciertas implantaciones se justifican en la necesidad social puramente local. Por otro lado, la internacionalización es, en cierto modo, relativa desde el momento en que las respuestas funcionales, técnicas y muchas de las formales, en estos edificios, surgen de las características locales de clima y topografía. La posibilidad de los espacios abiertos —que comienzan a esfumar la diferenciación entre lo público y lo privado, lo natural y lo construido, el paisaje y la arquitectura—, la utilización de determinados materiales y elementos distinguidos, la reducción de sistemas mecánicos de acondicionamiento climático, la diversidad de niveles y planos horizontales que se relacionan con vistas hacia lo existente, todo responde a condiciones ambientales, geográficas y topográficas únicas, específicas, locales.

Si, a pesar de todo, se percibe un cierto sobreexhibicionismo, unas maneras que buscan el reflejo de una arquitectura foránea o una global, basadas en el consumismo de imagen, entonces se podría argumentar que, finalmente, los ojos del mundo se sitúan en Medellín por razones diferentes de la muerte, la violencia y la devastación urbana y social. La atención se capta por medio de la revolución del hacer, el arte, la controversia, la construcción y, paralelamente, los aciertos y desaciertos que todo esto acarrea.
Y, en último caso, no hay necesidad de justificar sino de entender; comprender que los procesos son humanos y que solamente el tiempo podrá juzgar el éxito de este proceso en particular, intenso y profundo.

Hoy, la ciudad de Medellín vive, respira, seduce, se derrama y reclama.

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