La Ciudad y su Historia (el pasado)
Medellín es la segunda ciudad de mayor extensión en Colombia, después de Bogotá, y la segunda en cuanto a población. Con una superficie de 380 km2, esta ciudad alberga, en el presente, 2,3 millones de habitantes. Su cantidad se ha ido multiplicando de manera explosiva desde los primeros años de conformación y expansión urbana y hasta el presente, especialmente en los períodos entre 1870 y 1940, cuando pasó de 20 mil a 170 mil habitantes, y entre 1950 y 1977, cuando creció de 275 mil a 1,3 millones.
Los primeros asentamientos españoles datan de 1541, con el descubrimiento del valle de Aburrá, en tanto que las primeras formalizaciones de aquéllos son de 1675, cuando se establece la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín; sin embargo, Medellín fue elevada a categoría de ciudad recién en 1813, durante el período de la Independencia, mientras que en 1826 fue declarada capital del departamento de Antioquia. Su primer referente de planificación urbana es el Plano Medellín Futuro, realizado en 1913 mediante una convocatoria llamada por la Sociedad de Mejoras Públicas, que había sido conformada recientemente; el segundo referente, y el más significativo, es el Plan Piloto, realizado por los arquitectos europeos José Luis Sert y Paul Lester Wiener entre 1948 y 1952, cuando fue finalmente aprobado por decreto.
Sert y Wiener, quienes eran socios de la firma Town Planning Associates con sede en Nueva York, comenzaron elaborando planos urbanos para algunas ciudades de Brasil y Perú. En uno de los primeros viajes a Latinoamérica realizados por Sert, quien tenía participación activa en los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM) y había sido auspiciado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos, se concretó un primer contacto con Le Corbusier, quien se encontraba en Bogotá como consultor para la realización de un Plan Regulador de esta ciudad capital. Sert y Wiener comenzaron con una ciudad colombiana pequeña, siguieron con Medellín y continuaron con Cali, elaborando en ambos casos directrices generales de planificación. En todos estos planes se verifica la aplicación tanto de principios de la arquitectura moderna como de los conceptos y lineamientos definidos especialmente en el CIAM de 1947, llevado a cabo en Bridgwater, Inglaterra; entre los últimos, básicamente el uso de la unidad vecinal y la diferenciación de las entonces establecidas cuatro funciones del urbanismo: habitación, trabajo, recreación y circulación.
La propuesta para la ciudad de Medellín incluyó la canalización del río y la articulación de la ciudad en torno a aquél, el reordenamiento del centro y la construcción de un nuevo foco administrativo —que derivó en la creación del aún vigente centro administrativo La Alpujarra—, el control de los asentamientos en las laderas y la construcción de la zona deportiva del estadio Atanasio Girardot— hoy espacio protagonista de varios de los nuevos proyectos para la ciudad y los Juegos Suramericanos 2010.
Aunque muchos de los proyectos fueron ejecutados y otros comenzados, la ausencia de una legislación urbanística a nivel nacional y el enorme e inesperado crecimiento demográfico en la ciudad en el período 1950-1980 hicieron que la propuesta del Plan Piloto no pudiera ser implementada por completo. Sin embargo, éste se eleva como referencia primera de la influencia de la modernidad aplicada a las ciudades latinoamericanas y como modelo específico de planificación y ordenamiento urbano para Medellín.
La consolidación de la ciudad de Medellín como importante centro nacional de negocios y de la industria como motor de su crecimiento urbano se definieron en las décadas anteriores a este plan. Ya a principios del siglo pasado se habían comenzado a fundar fábricas textiles y siderurgias que significaron el posicionamiento de esta ciudad como foco manufacturero y generador de riqueza a nivel nacional.
El comercio antioqueño estaba representado especialmente por la exportación de oro y plata y, en menor medida, cueros, y se desarrollaba principalmente con Gran Bretaña, Francia y Alemania. La necesidad de una salida al río Magdalena, el más importante de la época para el comercio internacional, se resolvió con la construcción del ferrocarril de Antioquia, entre 1874 y 1875. Con la llegada y el crecimiento de este medio de transporte se potencia, además, la exportación del café, haciendo su salida internacional mucho más fácil y reforzando la aventajada posición económica de Medellín y la región. Más tarde, como consecuencia de guerras civiles, reveses económicos y la preponderancia de nuevas carreteras, el ferrocarril fue perdiendo vitalidad y, finalmente, dejó de funcionar por completo a fines de 1980.
El período posterior a la elaboración del Plan Piloto es precisamente el que atestigua los mayores niveles de crecimiento de la ciudad y el consecuente desborde de sus estructuras, tanto construidas como naturales. La riqueza industrial y la consolidación de Medellín como foco de posible empleo terminaron significando enormes migraciones desde el campo a la ciudad que, por supuesto, no habían sido previstas y derivaron en la generación de asentamientos no planificados de crecimiento rápido. La conquista de los bordes urbanos, en este caso, es representada por la ocupación ilegal de las laderas que enmarcan el valle, en donde se fue conformando originalmente la ciudad. La falta de políticas urbanas y de priorización de estos temas por parte del Estado dieron origen a lo que, en las décadas siguientes, se convertiría en uno de los problemas sociales más profundos de esta ciudad: la diferencia social conectada estrechamente con su estructura física. La creación de una “segunda ciudad”, o ciudad de segunda categoría, derramada sobre los cerros y a manera de anillo alrededor del valle central.
La crisis institucional y los comienzos de la corrupción asociados con la llegada del narcotráfico a Colombia, hacia finales de los años setenta, fueron los ingredientes definitorios de la decadencia de la ciudad y la vida cotidiana de sus habitantes. Probablemente el costado más conocido de Medellín, e internacionalmente mediatizado durante años, es el de la violencia asociada con la presencia de la guerrilla, las bandas y los líderes del narcotráfico; internalizándose de manera profunda en la dinámica de esta ciudad, llegando a extremos de manipulación económica y social y a la presencia del miedo y la muerte como herramienta cotidiana, este proceso estigmatizó inescrupulosamente la ciudad durante la década del 80 y se desarrolló de manera esencial en aquellos barrios asentados de modo espontáneo en las laderas.
El dominio territorial por parte de los sectores protagonistas de la lucha y la presencia de las bandas delincuenciales que fueron afianzándose durante estos procesos configuraron un modelo de ciudad en donde la vida pública se volvió imposible. No solamente los espacios centrales fueron negados como lugares de ocio e intercambio social y cultural sino que ciertos sectores se transformaron en el más absoluto símbolo de violencia y anarquismo. Los barrios de las laderas fueron convirtiéndose en entidades geográficas e identidades sociales emblemáticas del conflicto. El aislamiento físico, propio de la topografía, sumado a la necesidad y la ignorancia que llevan a la barbarie y la condición inherente de lo cíclico que posee este tipo de procesos, todo fue conduciendo a una ciudad donde el rito por excelencia se condijo con el miedo y la ausencia del espacio público. Esta situación, además, fue extendida en el tiempo y, por tanto, instalada de maneras alarmantes: el rito instalado de la violencia fue transformado en una forma de ciudad.
¿Cómo revertir las formas instaladas y modeladas durante años? ¿Cómo revertir mecanismos propios que se suceden de generación en generación, y desgastes geográficos, sociales, económicos y psicológicos que vuelven al habitante un foráneo en su propia ciudad y a la ciudad en una serie de espacios tomados, prohibidos, abandonados y estigmatizados, incluso internacionalmente?
Por supuesto que la respuesta no es una sola ni se define desde una única perspectiva, tampoco se implementa de una sola vez ni en un tiempo corto.
El inicio del cambio llegó hacia finales de esta década, cuando desde la esfera estatal comenzaron a modificarse ciertas estructuras políticas. Hasta ese momento, en Colombia, los alcaldes eran nombrados por los gobernadores y, en el caso de las ciudades más grandes, también con participación del presidente, lo que generaba incesantes recambios, reflejo de conveniencias políticas y la consecuente falta de continuidad administrativa. En 1988 se realizó la primera elección de alcaldes por voto popular y en 1991 se aprobó la nueva Constitución política, que comienza a dar prioridad a una política general de descentralización con mayor autonomía de los municipios y más participación ciudadana.
A nivel nacional comenzaron, además, los intentos de diálogo de paz con la guerrilla, el despeje de algunas ciudades y los posteriores procesos de desarme y reinserción social; aunque inconclusos y controversiales, éstos fueron de profunda importancia, además de desarrollarse de manera relativamente exitosa. Como iniciativa estatal, pero de implementación local, en 1990 se creó la Consejería Presidencial para Medellín y su área metropolitana, un organismo dedicado al rescate social y cultural de la ciudad, de muy significativa actuación en la primera parte de esta década.
Finalmente, la ley 388 de 1997 marcó un hito en el acercamiento de las ciudades colombianas hacia un ordenamiento ambiental, urbano y social. Ésta instó a cada uno de los municipios y distritos a la adopción de un Plan de Ordenamiento Territorial, que se define como “el instrumento básico para desarrollar el proceso de ordenamiento del territorio municipal” y “el conjunto de objetivos, directrices, políticas, estrategias, metas, programas, actuaciones y normas adoptadas para orientar y administrar el desarrollo físico del territorio y la utilización del suelo”.
En este sentido, el modelo holístico de renovación urbana de la ciudad de Bogotá ejerció una enorme influencia en los procesos de transformación de Medellín. Como complemento fundamental, la fuerte presencia de la academia, desde las universidades locales, sumada a una élite de arquitectos apasionados, talentosos y vanguardistas, garantizó un ambiente altamente propicio para la generación del cambio.