Mercado MR

Cuando comenzamos a trabajar en este proyecto, el cliente nos mostró un almacén de 8.00 x 40.00 metros, ubicado a dos cuadras de una de las escuelas de música más importantes del país, el antiguo convento de monjas dominicas del siglo XVI de Santa Catalina de Siena, y una de las plazas más queridas, bellas y visitadas de Morelia: Las Rosas.

El cliente quería convertir esa bodega en un mercado gastronómico, nos gustó la idea, pero sobre todo nos gustó el silencio que se sentía, (calidad poco común en el centro de una ciudad mexicana) también pensamos que era una buena oportunidad para combinar nuestro lenguaje con las arquitecturas del pasado y para explorar la relación y la dialéctica entre ambos.

Esa bodega era, a mediados del siglo XVI, el patio trasero de la casa de una familia acomodada de la época. Sin embargo, con el tiempo, las reformas, los cambios de propiedad y los diferentes usos del lugar, tuvieron lugar algunas modificaciones que hicieron que el espacio perdiera su esencia. El techo estaba cubierto con láminas de aluminio, las paredes de la cantera se aplanaron con cemento y se colocó un piso de mármol y resina … muy característico de los años 60. Pensamos que el lugar había perdido su alma.

El proceso de diseño comenzó identificando los lugares de comida más populares y concurridos de la zona. Fue fácil descubrir que las plazas públicas eran los lugares donde la gente se concentraba para comer; ya sea en un restaurante cercano, en las terrazas o simplemente en un banco en la plaza misma.

A partir de ahí, identificamos algunos elementos compositivos de estos lugares: los ejes, las rutas axiales, los volúmenes, el cielo, los árboles, el uso de materiales naturales, y los incorporamos. En el caso de las paredes, las redescubrimos para configurar una atmósfera similar a la de estas plazas para que los asistentes al mercado se sintieran en un lugar familiar, fácil y natural.

Todo lo antiguo con valor arquitectónico sería rescatado, y lo nuevo tendría formal y materialmente una naturaleza diferente: una naturaleza blanca y definida que demostraría su propia presencia y su propio momento histórico y conceptual. Con esto, intentaríamos lograr un equilibrio entre lo nuevo y lo viejo.

Se dibujó una avenida central arbolada, flanqueada por dos volúmenes longitudinales blancos. En cada uno de estos, otros dos volúmenes transversales se ensamblaron en forma de una «L» invertida, que sirve para cubrir un área de mesas en la parte inferior y crear terrazas en la parte superior. Sin embargo, su función más importante es enmarcar, sin exclusión, las diferentes capas de la historia arquitectónica dejadas a lo largo de los siglos. Además, está destinado a cruzar la luz y el espacio de manera que se enfatice su presencia, y se conviertan en protagonistas intangibles del lugar.

Fue gratificante descubrir cómo estos elementos simples enmarcan la arquitectura de los siglos XVI, XIX, XX y XXI: la jacarandá, la ceniza, el cielo, las torres de la catedral, la pared de la pared del fondo, un paloma que finalmente se cruza, algún globo que se escapa de un niño en la iglesia. Sin tratar de ser exagerado o melodramático, parece que todo encaja dentro de estos marcos; Todo el universo nos permite expresarnos.