13.4.2020
Proteger sin encerrar
Algunas de las más notables casas de la historia y el presente de la arquitectura consiguen, con tácticas muy diversas, resguardar sin aislar.
Casa Na de Sou Fujimoto en Tokio (2010). IWAN BAAN
Cuando Lina Bo desembarcó en São Paulo con su marido, el galerista Pietro Bardi, era una joven burguesa italiana con poca conciencia de estar huyendo del fascismo. Su arquitectura era deudora de la modernidad cubista europea y de la información aparecida en la revista Domus, para la que trabajó. Por eso la maravillosa casa que construyó en Morumbi –una antigua zona de consulados convertida hoy en vecina de la mayor favela del mundo: Paraisópolis, que es también un barrio de clase media– la famosa Casa de Vidrio tendría, con el tiempo, muy poco que ver con la arquitectura que conseguiría para Bo Bardi un nombre en la historia de la arquitectura.
Casa de vidrio diseñada por Lina Bo Bardi y construida en Sao Paulo en 1951. Antes de que creciera la vegetación a su alrededor. ARCHIVO BO BARDI.
Frente al ingenio brutalista, los pocos medios, la vocación cívica y los recursos tan característicos de su obra brasileña posterior –como las ventanas agujereadas–, la Casa de Vidrio es una pieza cúbica y moderna, blanca y transparente con patios para refrescar, ventilar e iluminar. Está alzada sobre pilotes tan finos que parecen juncos. O palillos. Eso sí, la convivencia con la naturaleza que desarrollarían trabajos suyos posteriores –como Ladera de la Misericordia (1987), en Salvador de Bahía–, ya estaba presente en esa vivienda. Es justamente esa vegetación tupida de aguacateros la que actúa como un abrigo que en lugar de caldear la casa la refresca. También como una cortina verde que protege sin enclaustrar.
Interior de la Casa de vidrio de Lina Bo Bardi con la vegetación crecida. NELSON KON.
Son muchos los ejemplos de vivienda moderna y contemporánea que han buscado para sus habitantes esa cualidad paradójica de abrazar sin sofocar, de resguardar sin aislar. Frente a la famosísima Casa de Cristal (1949) que el intrigante Philip Johnson se construyó en New Canaan como un escaparate y la elegante Farnsworth de Mies van der Rohe –que lleva el nombre de su primera dueña, la nefróloga Edith Farnsworth, que odiaba la exposición que fomenta la vivienda y la y nunca la disfrutó–, la vivienda de Bo Bardi es un ejemplo de buena vida, una casa que, en la cima de un montículo y envuelta entre la frondosa vegetación del jardín, protege sin encerrar.
Casa Malaparte de Curzio Malaparte y Adalberto Libera en Capri (1937). POL VILADOMS
Sin embargo, para conectar una casa con el exterior, para construir una atalaya y dejar abierto un punto desde el que mirar a lo lejos, no siempre hace falta vidrio. O cristal. Curzio Malaparte le pidió al arquitecto Adalberto Libera que le diseñara en Capri un escalón para mirar el horizonte y un barco amarrado desde el que dormirse mecido por las olas del mar. Libera corrigió los deseos de su cliente y diseñó una vivienda cubista que al escritor le pareció un búnker. Hoy existe el consenso de que fue Malaparte –el cliente, con la ayuda de albañiles locales– quien terminó la vivienda de la que Libera solo habría firmado los planos. No deja de ser curioso que la Casa Malaparte (1937) sea la obra más conocida del arquitecto italiano y que su dueño, que escribiría allí Kaputt –su testimonio como corresponsal durante la segunda Guerra Mundial– llevara por apellido “mal sitio”. Sea como fuera, la vivienda Malaparte-Libera protege –del mar, la humedad y el viento– sin enclaustrar: justo lo que el escritor le pidió a su arquitecto.
Casa Farnsworht de Mies van der Rohe. Plano, Illinois, 1951. ARCHIVO EL PAÍS
Son muchas, y con variadas estrategias, las viviendas que han perseguido ese objetivo paradójico de conectar con el exterior desde el resguardo interior. El espacio intermedio, las zonas que quedan entre el interior y el exterior de un edificio –terrazas, porches, galerías, ventanas o umbrales–, suele ser el lugar del desahogo, la luz, el calor del sol y la vida vegetal. Hoy con frecuencia desaprovechados y convertidas en almacén –por la falta de espacio–; son los confinamientos por enfermedades, accidentes –o ahora plagas– los que nos obligan repensar la importancia de esos espacios indefinidos entre dentro y fuera de casa. Entre esos espacios interiores y sin embargo exteriores es difícil dar con uno que mejore la vivienda que Louis Kahn levantó en Hatboro (Pensilvania) para la familia de Norman Fisher. La Casa Fisher (1967) es un ejemplo de orden a partir del desorden –dos cubos se tocan en un solo ángulo– y de cómo combinar la tradición constructiva de madera –más económica y socorrida en Estados Unidos– con la de la mampostería que sirve de zócalo a la vivienda salvando la pendiente topográfica. Pero la clave de esa casa, la razón por la que resulta ejemplar es por su capacidad de resguardar a sus habitantes mientras leen o charlan y a la vez situarlos en el jardín. El mirador del salón, junto a la chimenea, tiene un asiento de madera de cedro que está más fuera que dentro. Disfruta del calor de la vivienda y de las vistas al jardín. Hace posible sentarse con los pies en casa y la cabeza entre las ramas.
Casa Fisher, diseñada por Louis Kahn en 1967 en Hatboro, Pennsylvania.
En los últimos años, el japonés Sou Fuijimoto ha investigado algo parecido a la idea de proteger sin encerrar para, fundamentalmente, multiplicar el espacio y la luz. En su Casa NA (2010) de Tokio construyó 85 metros cuadrados en un terreno de 55 e indagó en cómo abrir sin exponer. El resultado es una vivienda convertida en recorrido. Una suma de espacios conectados, pero no pegados. Una actualización del Raumplan –el plano espacial descrito por Adolf Loos– que marca la distancia entre espacios en la sección –el volumen– más que en la planta. Así, la casa es políticamente incorrecta: repleta de escaleras, complicada para los desplazamientos, pero ofrece rincones que no aíslan y separaciones que no parten. Luminosa y semi-expuesta, no es ni una casa cerrada ni un edificio abierto, es una vivienda entreabierta que también reinterpreta la idea fundamental de proteger sin encerrar.
Autor: Anatxu Zabalbeascoa
Fuente: El País
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