19.6.2019

Parque Castellar Oliveral – Paisajes de Juego

El juego es un acto de espontaneidad, que por tanto, requiere libertad para poder desarrollarse. Es creación en streaming, un episodio donde un ámbito u objeto cualquiera se transforman en otra cosa diferente, a través de la imaginación o la ensoñación.

Este mundo paralelo, casi virtual, se basa así en un soporte físico para construir esa nueva realidad que posibilita un sinfín de sensaciones o sentimientos. Poder provocar la aventura, el susto, la revuelta, el ánimo, la emoción, el límite, lo inimaginable…, basándonos en una dimensión que podemos ocupar: ésa es la magia de jugar. El juego es una apropiación de lo físico para llevarlo un plano más allá. Y esa apropiación construye ciudad.

El espacio público: La ciudad, la calle y la plaza, son el soporte de nuestras actividades, el lugar donde se produce todo el complejo social. […] Según el filósofo e historiador Johan Huizinga, el juego cumple una función biológica, y dentro de una comunidad, es un vector para la socialización y la conexión de las personas, lo que viene determinado como una función cultural.”[i]

Por eso, cuando nos encontramos en emplazamientos de la ciudad con grandes particularidades, esta ocupación del espacio adquiere un gran interés. Porque recordemos que la ciudad, esa gran maquinaria engranada para funcionar de manera unificada, está llena de heterogeneidades.

El proyecto “Paisajes de juego” del estudio valenciano HDH arquitectos, situado en la pedanía de Castellar-Oliveral, en el margen sur de la ciudad de Valencia (Poblats del Sur), nos ayuda a entender ese “vector para la socialización y la conexión”, no solo de personas, sino de percepciones urbanas diferentes.

El proyecto se sitúa en un antiguo parque urbano en el límite de la barriada Castellar – Oliveral con la huerta de Valencia, una huerta que palpita y sobrevive encajada entre las vecinas intervenciones que el desarrollo de la ciudad impuso, la megaestructura del nuevo cauce del Río Turia flanqueada por la autovía V-30, y el borde costero. Esta pedanía, formada por dos poblados anexionados a la ciudad de Valencia en 1950, es símbolo de la desigualdad habitual entre el centro de las ciudades y una periferia que ha sido maltratada por viales, industrias, infraestructuras portuarias, etc.

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Durante décadas el sur se convirtió en el patio trasero de Valencia […]. A la desigualdad crónica entre el centro y la periferia, se añadió la geográfica entre la parte sur y la parte norte de la capital. Castellar-Oliveral es el ejemplo paradigmático de ello. Combina esa doble condición de sureña y de situarse en las afueras. Incluso, es más acentuada al tratarse de una pedanía”.[ii]

En ese contexto particular marcado por una perseverancia vecinal que durante años ha luchado por no ser ni arrollada ni marginada por la propia ciudad, encontramos la intervención de Paisajes de Juego, como una remodelación del antiguo jardín existente entre la Avenida Ruiz y Comes con el camino del Tremolar, que se dirige, a través de las huertas, al mar. Esta remodelación se convierte en una restauración, una sutura urbana, que reafirma la relación de la barriada con su huerta, mientras elimina las propias barreras internas que lo acusaban.

El proyecto se gesta como respuesta a factores muy diversos; el parque presentaba una serie de problemáticas que debían ser resueltas mediante una remodelación que lo adaptase a sus necesidades actuales. Tras una serie de reuniones con los vecinos de Castellar, se consiguieron detectar los principales problemas.”, explican desde HDH. Áreas de juegos deterioradas, pavimentos muy desgastados, o distintas zonas mal conectadas entre sí, habiendo incluso barreras arquitectónicas a cota 0 que impedían un recorrido sin obstáculos, eran algunas de las situaciones de partida.  El proyecto, además, debía incorporar, según programa del Ayuntamiento de Valencia, zonas amplias para la socialización de perros, e integrar un nuevo tramo junto a la esquina noroeste del antiguo jardín, en contacto con la calle trasera.

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Este análisis previo marca una dirección de actuación: la de convertir el nuevo parque en un espacio que conecta dos lugares, en oposición a ser un espacio estático con un único acceso como hasta ahora, y desarrollar los vínculos internos, “desdibujando los límites inconexos”. Como esa capa de reinterpretación que el mismo juego crea, el proyecto redibuja un trazado, y crea un recorrido que se expande y contrae, y que integra a su paso todos los espacios deseados. De hecho, como el equipo cuenta, el proyecto “mantiene y reutiliza mediante su restauración todos aquellos elementos y superficies cuyo uso sigue siendo esencial para la ciudadanía, como el área verde y su arbolado, las mesas de picnic, el castillo multijuegos… incluso las maderas de techumbre de la antigua pérgola se emplean para uso de bancos y protección de alcorques en la zona canina”.

Así, la propuesta es en sí la conceptualización de un eje, de ese vector de unión entre dos puntos, que en su materialización crea diferentes espacios de socialización, comúnmente separados en bloques (infantil, adultos, mascotas), pero que en este proyecto de disuelven y engarzan con naturalidad. La “zonificación” viene más bien marcada por sensaciones y percepciones que se tienen en cada espacio, o por elementos que se sitúan en ellos. Es como si hubiesen tomado la esencia de un juego de estimulación infantil y la hubiesen trasladado al espacio físico, donde las rocas simbolizan una cosa, los troncos de madera otra, la tierra, la hierba… también para los adultos. “El eje se convierte en un elemento vertebrador, en el que los usos que se asocian con el mismo y se sitúan siguiendo una evolución gradual de edad de los usuarios, aumentando paulatinamente el nivel de dificultad de los mismos. Con esta intención, se adapta la materialidad en los distintos tramos del parque para que los usuarios se desarrollen mediante el contacto con ingredientes y atmosferas completamente distintas”.

Paseando por el nuevo paisaje del parque, uno puede llegar a intuir diferentes personalidades, sin que ninguna de ellas esté encorchetada: el área de picnic junto a la entrada sur, que se llena de adultos y abuelitos disfrutando del recreo de los más pequeños; una zona central de geometría ovalada con una composición de desniveles, que se convierte a su vez en gradería de descanso y en escenario de saltos, escaladas y batallitas; yendo hacia el norte, atravesando una zona verde junto al área de juegos en castillo, nos encontramos con una serie de espacios que construyen provocaciones al juego con superficies y texturas distintas…; en el lateral, por un desfase de las orgánicas líneas del trazo del proyecto, se sitúa el área para mascotas, entendida también como un rincón de estar.

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En este proyecto de HDH arquitectos se resuelven las barreras arquitectónicas con juegos de taludes, la zonificación con estimulación material, el presupuesto con ingenio, la ocupación del espacio con la libertad de jugar, y el posible conflicto con heterogeneidad y puesta en común. Este pequeño y sencillo parque, esta actuación, se convierte en la representación de lo que Castellar Oliveral reivindica: un diálogo entre polos, un reconocimiento de las preexistencias, propuestas de futuro amables; y mucha huerta por muchos años más. A jugar.

[i] Sabrina Gaudino. Artículo “El derecho al juego en la ciudad”.
[ii] Moisés Pérez.  Artículo “Castellar-Oliveral: un paraíso de huerta ahogado por las infraestructuras”.

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