12.1.2009
Hotel Casa Calma
En un estrecho lote de 5,60 metros de ancho, situado en el microcentro porteño se erige el hotel más angosto del mundo. En un contexto que ha perdido la cosmicidad del habitar urbano, se proyecta un edificio provisto con una segunda piel, concebida como un gran jardín vertical.
Esta piel esta cultivada con akebias quinatas que cubren íntegramente el frente, parte de la medianera hacia Marcelo T. de Alvear y la cubierta del hotel, convirtiéndose en una desafiante cuchillada de verde en medio del continuo gris predominante.
La vegetación crece enredándose en un enjambre de filamentos curvilíneos de acero, conformando una escultura metálica a escala urbana de 30 metros de altura.
Se crean así atmósferas generosas de climas sensuales y espacios que estimulan los sentidos, potenciados por la captación de los destellos de sol y la multiplicidad de reflejos y brillos que el acero provoca.
El verde perenne se consolida con el transcurrir del tiempo, obteniendo una potente unicidad de lectura, mientras que con el cambio de las estaciones, evidenciado con el disperso colorido de las flores que entonan la fachada, se alcanza una diversidad de posibles fachadas.
Las expansiones de las habitaciones son pequeños muelles que atraviesan la piel vegetal. Esta arquitectura de transiciones, enriquece la relación interior-exterior, con la generación de espacios ápticos, de experimentación sensorial.
Se intenta así, a través de la arquitectura, recuperar en el transitar a nivel urbano, aquel viejo valor de «mirar hacia arriba» y desde el interior de cada una de las habitaciones, se puede observar y capturar la sólida urbanidad a través de un manto natural.
Paralelamente se propicia un control natural sobre la fachada al oeste, resguardándola del sol y de las inclemencias del clima, mientras que en el patio posterior se tamiza el sol de la mañana y la hostilidad del murmullo urbano.
Esta tajante naturaleza, pletórica de urbanidad, irrumpe en el interior de la planta baja sellando la idea del verde, por intermedio de una pared de follaje natural, articulando y dando continuidad entre el jardín del frente y el del patio posterior, que aquí se define concentrado y frondoso.
La recepción se recuesta sobre esta pared natural jerarquizando el espíritu del hotel. Una biblioteca provista con libros relacionados con la ecología caracteriza la llegada al hotel.
El bar se ubica junto al patio ulterior, mientras que la sala de estar, en el centro de la planta baja, se despliega en un largo sillón, logrando así que estos ámbitos se acomoden brindando y construyendo espacios de encuentro y reunión.
Centralmente ubicada en la planta, la caja de escaleras constituye un volumen de hormigón martelinado, que a manera de piedra artificial metafórica, se diferencia y contrasta por su rusticidad y textura con el resto de las terminaciones del interior del hotel.
Las plantas de las habitaciones, en cambio, están signadas por la madera que revisten una pared entrelazando las dos habitaciones y el palier. Cada una de las 17 habitaciones se concibió como un spa en si misma, provistas de un piletón interior, un sauna y una ducha especial.
Las preocupaciones sustentables
La gran mayoría de las áreas del edificio son iluminadas naturalmente, mientras que el impacto solar esta regulado gracias a la vegetación del jardín vertical.
También colaboran al control energético las carpinterías de doble vidriado. Hay un predominio de luz artificial fluorescente y se han empleado sensores en los paliers.
La madera utilizada para pisos y revestimientos son de conífera certificada. Los hidrolaqueados bonna (no poliuretánicos).
Para gran parte del mobiliario interior se han utilizado materiales reciclados, como los respaldares de las camas y los sillones construidos con papel prensado reciclado.
En el subsuelo se aloja la cocina y los servicios de hotelería. En la azotea, además de albergar otros servicios funcionales, se reconstituye el verde y el jardín, mancomunando la fachada con el patio posterior.