7.8.2020

Carta de las Américas

En el marco del cuadragésimo séptimo Congreso Internacional de Arquitectura de Paisaje de la Federación Internacional de Arquitectos Paisajistas (IFLA), que tuviera lugar en Suzhou, en China, en el año 2010, los países miembros de esta organización se plantearon el compromiso de impulsar las cartas nacionales de paisaje de cada uno de ellos, como parte del proceso de elaboración de una Carta y eventualmente una Convención del Paisaje a nivel global. La Carta del Paisaje de las Américas está basada en la búsqueda de nuestras raíces y de la razón de ser de nuestra existencia, a partir del conocimiento de quiénes somos y qué poseemos como habitantes del mismo. Leela a continuación:

PREFACIO

En el marco del cuadragésimo séptimo Congreso Internacional de Arquitectura de Paisaje de la Federación Internacional de Arquitectos Paisajistas (IFLA), que tuviera lugar en Suzhou, en China, en el año 2010, los países miembros de esta organización se plantearon el compromiso de impulsar las cartas nacionales de paisaje de cada uno de ellos, como parte del proceso de elaboración de una Carta y eventualmente una Convención del Paisaje a nivel global.

La Carta, estaría respaldada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), que es un organismo especializado del Sistema de las Naciones Unidas (ONU), y dentro de sus contenidos, se destacaba el tema del derecho al paisaje como bien colectivo. Desde los inicios ha quedado claro que la Carta Global es de cierta complejidad, en virtud de las diferentes acepciones de paisaje propias de la amplia diversidad geográfica, histórica, social, ambiental y cultural de quienes la definirían universalmente.

A partir del encuentro de Suzhou, las Cartas Nacionales de Paisaje se han incrementado en número, organizándose en algunos casos a nivel regional o continental, hasta abarcar los cinco bloques mundiales de IFLA. En el caso de las Américas, el liderazgo pionero correspondió a Colombia, país que ha generado un movimiento transnacional denominado La Iniciativa Latinoamericana del Paisaje (LALI), que impulsó la redacción de la Carta Latinoamericana de Paisaje, cuya concepción al evolucionar, hacia el paisaje del Continente en su totalidad, llega a ser designada como la Carta del Paisaje de las Américas.

El propósito de la Carta es, entre otros, favorecer la toma de consciencia de la recuperación y puesta en valor del paisaje, así como construir instrumentos que favorezcan del desarrollo de un marco legal orientador, a partir de la realidad presente, considerando el pasado para construir el futuro.

De los treinta y cinco países que comprende el continente americano, diez y nueve son asociaciones nacionales de IFLA Américas. Dieciséis de ellas, han formulado su Carta Nacional de Paisaje, la mayoría promueven la protección, la planificación y la gestión sostenible de los paisajes. Algunas, en forma explícita, se adhieren a los fundamentos de
la Carta y Convenio Europeo del Paisaje. En su conjunto privilegian el reconocimiento de sus identidades y singularidades del carácter y valores a ser resguardados. Un importante número de ellas, subraya un rasgo definitorio de la Carta del Paisaje de las Américas: ser un instrumento de planificación y acción que garantiza el derecho a la felicidad como un bien colectivo patrimonial.

La Carta del Paisaje de las Américas está basada en la búsqueda de nuestras raíces y de la razón de ser de nuestra existencia, a partir del conocimiento de quiénes somos y qué poseemos como habitantes del mismo. Tal demanda es una de las razones fundamentales que ha motivado la elaboración de las Cartas Nacionales del Paisaje y es un rasgo distintivo de su marco conceptual. La comprensión del paisaje americano se da a partir de una identidad particular; la “americanidad”. Aquella del diálogo permanente entre la diversidad del territorio y la unidad constante en la cultura. Es con este espíritu que presentamos la Carta del Paisaje de las Américas.

PREÁMBULO: (RE) DESCUBRIENDO EL PAISAJE DE LAS AMÉRICAS

El Continente Americano ocupa el segundo lugar, en cuanto al tamaño, con respecto a los cinco continentes del planeta, con sus treinta y cinco países y dieciocho dependencias, es un territorio con una gran diversidad fisiográfica que nos desafía a mirarlo como una unidad compuesta por pluralidades y singularidades.

Para la elaboración de esta Carta, más que describir los paisajes, se ha adoptado la modalidad de individualizar, separar los estratos que lo componen, para después reestructurarlas con una mayor comprensión del paisaje de un continente único con una historia milenaria.

Cinco son los estratos definidos: naturaleza, cosmovisión, cultura, ética y “americanidad” como identidad. Tales estratos permiten tomar conciencia de que la atención primordial no es en los Paisajes de América, sino en el Paisaje de las Américas.

El primer estrato se refiere a la naturaleza primigenia, la comprendida como patrimonio biológico sobre el cual se erigió el Continente Americano. Al derramarse de norte a sur, las Américas definen en su fisiografía, la conexión continental excepcional entre los dos polos terrestres, desde Alaska a la Patagonia, situándose entre los océanos Glaciar Ártico, Glaciar Antártico, Atlántico y Pacífico. Se desarrolla de norte a sur en grandes masas territoriales, en fragmentadas islas de distintas configuraciones, incluso en franjas delgadas de territorios que permiten la unión entre el Pacífico y el Atlántico. Es un Continente plural que se articula por su heterogeneidad climática resultante de la confluencia de variación de latitudes, altitudes e influencias costeras, tierras altas de montañas y bajas en la línea del mar.

Estos pisos ecológicos definen la identidad que se va construyendo del trabajo de adaptación impuesta por la naturaleza a los pueblos americanos, comprendiendo este soporte como un todo vivo.

Reconocer la superposición que culturalmente se va construyendo sobre la naturaleza prístina, constituye el segundo estrato del paisaje americano, aquello que se refiere al aspecto metafísico del paisaje, del dominio de la cosmovisión que incorpora la espiritualidad, la sacralidad, los sentimientos del alma y la estética filtrada por el arte, el misticismo de lo épico y de lo trágico, de lo simple y de lo sublime asociados al imaginario individual y colectivo, de los pueblos originarios y aún de los contemporáneos.

La diversidad del legado biológico de las Américas, ha exigido como condición de supervivencia las diferentes formas de adaptación y apropiación de la naturaleza como recurso, que crearon vínculos e interacciones con la “madre tierra”, y con el árbol que tiene “alma propia”, basados en creencias y valores espirituales trascendentales, con los cuales regular los astros y la naturaleza, con derivaciones directas en sus sistemas de subsistencia. La cosmovisión es una forma mágica de ver la vida y entender la naturaleza, fruto de la relación que el ser humano estableció con la tierra y con sus dioses, por ejemplo en la Mesoamérica – Prehispánica, la cual da sentido a su existencia a través del paisaje. Este estrato del paisaje se refiere a la cosmogonía y posición del ser humano en el universo, así como del cosmos que lleva dentro de sí –cuerpo y mente–, lo cual se exterioriza en el territorio para formar el paisaje
americano.

Tercer estrato del paisaje, la superposición en el espacio y el tiempo. La visión del paisaje, como un palimpsesto cultural del continente americano: (1) los pueblos originarios, (2) los colonizadores mezclados a los pueblos originarios de las tierras ya conquistadas, (3) el pueblo “americano” del día de hoy y sus distintos paisajes del norte, del centro y del sur de las Américas.

El primer palimpsesto apunta las influencias de la naturaleza que definieron una ocupación más nómada al norte y al sur, contrastando con la templada Mesoamérica, donde los relictos de paisaje quedan señalados por la arquitectura de los pueblos originarios, conocida como prehispánica.

El segundo palimpsesto, caracterizado por la mezcla entre indígenas y conquistadores, que han propiciado extraordinarios paisajes urbanos y rurales.

El tercer palimpsesto determina el paisaje contemporáneo, producto del proceso de industrialización que revela semejanzas entre el centro y el sur de América Ibérica y diferencias entre la América Ibérica y la América Anglosajona, desde el punto de vista económico, social y cultural. Es el palimpsesto de la contemporaneidad, urbanizado, en donde las ciudades son ocupadas por la mayoría de la población mundial, que impone condiciones especiales de planificación.

El cuarto estrato acusa un cambio de paradigma que se contrapone a la idea de que la naturaleza es inagotable y del desarrollo ilimitado, cuando el punto de inflexión está en la relación entre ética ambiental y estética, o sea, al considerar la naturaleza como ente estético y a su vez con un estatuto de ética.

Si la modernidad nos ha alejado de la naturaleza para comprenderla como paisaje, la relación de interdependencia nunca se ha interrumpido y ha impuesto ese retorno a la natura, para alejarnos de las incertidumbres derivadas de la insensatez tecnológica, que repercute ambiental, económica y socialmente, lo cual crea abismos entre bienestar y pobreza.

Pensar en la naturaleza como condición de existencia, nos aparta del conocimiento del paisaje únicamente como panorama, entendido al ser humano como contemplador, más bien el ser humano es parte de la naturaleza de la cual depende su existencia y espiritualidad. La ética ambiental se propone considerar al mundo natural como valor moral.
El quinto estrato relaciona a todos los demás con la tarea de comprender sus interrelaciones e interdependencias, en el sentido de nuestra “americanidad” como identidad.

Las razones de este entendimiento se fundamentan en la recomposición de los cinco estratos superpuestos como valores, que en su conjunto nos definen una nueva mirada sobre qué es ser americano y cómo se define el paisaje.
Las Américas como un solo continente, entrelazado transversalmente en los cinco estratos que redescubren el paisaje americano, posibilita comprensión de la “americanidad” como condición de desarrollo con calidad, de la importancia que este concepto fundamenta la conservación, la planificación, el diseño y la gestión de nuestros paisajes pretéritos, actuales y del futuro, para responder a un objetivo principal: centrarse en la búsqueda, en
la recuperación y consolidación de la felicidad como un derecho y como una conquista para todos los americanos.

Leé la carta completa desde acá .

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