29.4.2020
Repensando los Espacios Educativos del siglo XXI desde la mirada de un Principito
El arquitecto por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid y Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Madrid, Santiago Atrio, hace una profunda reflexión en relación a cómo la excepcional situación que hoy nos afecta como sociedad nos obliga a repensar los espacios educativos, poniendo énfasis en lo que el niño exige y considera su espacio, y en el hacerlo protagonista de la creación del mismo, como el sujeto de voluntad que es.
“Así, el mundo del mañana deberá ser fundamentalmente diferente del que conocemos hoy, en el crepúsculo del siglo XX y del milenio. Debemos, por consiguiente, trabajar para construir un «futuro viable». La democracia, la equidad y la justicia social, la paz y la armonía con nuestro entorno natural deben ser las palabras clave de este mundo en devenir.” (Morin, 2011, pág. 9)
Así prologaba Federico Mayor Zaragoza el trabajo de Edgar Morin elaborado para la Unesco. Dada la situación de confinamiento en la que estamos, este artículo pretende tres cosas. Ser ameno de leer, procurar recomendar alguna lectura que nos ayude en estos momentos de incertidumbre y, sobre
todo, reflexionar sobre los espacios educativos que necesitaremos de aquí en adelante. El trabajo “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro[1]” es un texto de 1999 y en el que ya se nos hablaba en su capítulo quinto de “Educar para enfrentar las incertidumbres.” Es el momento en el que estamos y la palabra que lo define: “incertidumbre”. Espero que volviendo la vista a las personas de menor edad, podamos encontrar algo de orientación para ese nuevo futuro en el que tanto confiamos.
“Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor.” (Saint – Exupéry, 2003, pág. 3)
Yo también lo pido pues este artículo lo leerán personas mayores que quizás no entiendan lo que los niños comprenderían sin problema. Escribo teniendo como base la obra de Exupéry, El Principito. Lo hago porque es una de las que he podido releer en estas semanas de confinamiento en casa. Este trabajo del aviador francés no ha dejado de sorprenderme a lo largo de mi vida. Me han pedido que participe de este segundo número de la revista y que haga un texto divulgativo. Gracias a ERCER y a LinkSpace por esta iniciativa y por la invitación. Como director de la Escuela en arquitectura Educativa de la Universidad Autónoma de Madrid [2] espero sea representativa del conjunto de puntos de vista que el equipo interdisciplinar de profesionales de la educación que la configuran, poseen sobre esta cuestión.
Diría que el texto es de fácil lectura para los adultos, desconozco lo que opinarán los niños.
«“Enseñé mi obra de arte a las personas mayores y les pregunté si mi dibujo les daba miedo.
—¿por qué habría de asustar un sombrero?— me respondieron.
Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una serpiente boa que digiere un elefante. Dibujé entonces el interior de la serpiente boa a fin de que las personas mayores pudieran comprender. Siempre estas personas tienen necesidad de explicaciones. Las personas mayores me aconsejaron abandonar el dibujo de serpientes boas, ya fueran abiertas o cerradas, y poner más interés en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. De esta manera a la edad de seis años abandoné una magnífica carrera de pintor. Había quedado desilusionado por el fracaso de mis dibujos. Las personas mayores nunca pueden comprender algo por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones. Tuve, pues, que elegir otro oficio y aprendía pilotear aviones.” (Saint – Exupéry, 2003, pág. 3)
Muchos de los docentes con los que trabajo también me reconocen que no saben dibujar. O sería mejor decir que creen no saber hacerlo, pues el resto de adultos no reconocen la representación que realizan. Al igual que para el autor del Principito, es complicado representar algo intentando que sea
más parecido a una fotografía que a la realidad de lo que ven nuestros ojos o de aquello que sienten todos nuestros sentidos. Ver el espacio, observar la realidad, no es hacer una representación fidedigna de lo que vemos, sino de lo que sentimos. Por ese motivo es complicado leer el espacio desde la
percepción de una fotografía, de una imagen plana. Faltan las experiencias que nuestros otros sentidos aportan a la vivencia del espacio: su olor, su temperatura, su color, su iluminación, su humedad, su ruido, etc. Todas estas percepciones recogidas a lo largo del tiempo de estancia en ese mismo espacio a lo largo del día y percibidas desde las diferentes estaciones del año. Para hacerlo más complicado, incorporando nuestras emociones.
Nuestro estado de ánimo. Nuestra alegría, tristeza. Nuestra peculiar forma de valorar el momento vivido. Y sobre todo, el grado de participación que tuvimos a la hora de definir el espacio que habitamos. Los niños no dibujan lo que ven, dibujan lo que sienten.
Francesco Tonucci, en un libro que recomendaré más adelante nos cita una frase de Picasso. “Me tomó cuatro años pintar como Rafael, pero me llevó toda una vida aprender a dibujar como un niño”.
“Cuando me he encontrado con alguien que me parecía un poco lúcido, lo he sometido a la experiencia de mi primer dibujo que he conservado siempre. Quería saber si verdaderamente era un ser comprensivo. E invariablemente me contestaban siempre: “Es un sombrero”. (Saint – Exupéry, 2003, pág. 4)
Con el espacio pasa algo similar que nos irá explicitando el Principito a lo largo de su viaje. Los adultos no solemos ver más allá de lo que ven nuestros ojos. Nunca hemos pensado en los espacios educativos más que como contenedores de actividades educativas. Es para lo que sirven. Es decir, son locales que los adultos, administradores, direcciones de los centros o de las instituciones con competencias educativas tanto autonómicas como nacionales, tienen que poner a disposición para que los docentes desarrollemos nuestra intervención educativa. Son como habitaciones de hotel que han sido diseñadas para que nosotros, el profesorado, el alumnado y toda la Comunidad Educativa desarrollemos en ellos parte de nuestras actividades cotidianas.
Pero el espacio es algo más que un territorio por el que pelean docentes y técnicos. Es el principal “material educativo”. Desaprovechado, sí. Pero material educativo (Atrio Cerezo & Eslava Cabanellas, Arquitectura en las primeras etapas de la Educación: firmitas, utilitas y venustas, 2018) de primera magnitud. Y es una pena pues el coste del mismo es elevadísimo. Tanto el presupuesto para la construcción de los edificios y su conservación como el del mobiliario que se dispone en esos espacios. Pero no sólo por su coste monetario, sino por no ver que con el podemos ayudar a pensar que lo que decimos que no es de nadie, es realmente de todos[3].
“La primera noche me dormí sobre la arena, a unas mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. Estaba más aislado que un náufrago en una balsa en medio del océano. Imagínense, pues, mi sorpresa cuando al amanecer me despertó una extraña vocecita que decía:
— ¡Por favor… píntame un cordero!
—¿Eh?
—¡Píntame un cordero!” (Saint – Exupéry, 2003, pág. 4)
Y los niños, desde su extremada inteligencia, nos siguen pidiendo que les pintemos corderos. A nosotros que no sabemos dibujar o que creemos no saber hacerlo. No nos piden que leamos estos espacios desde la óptica de un adulto. Los niños no son “adultos”, pero tampoco son “menores”, son personas y así las deberíamos denominar pues las palabras encierran muchas preconcepciones. Hasta hace poco tiempo las mujeres y otros colectivos (Atrio,S.; Raedó, J. (Coord), 2019) tampoco eran consideradas como “personas”, denominándose erróneamente a las “personas con discapacidad” tan sólo como “discapacitados”.
Las personas de mayor edad que denominamos adultos, pensamos en los espacios como reductos o elementos para desarrollar nuestra creatividad, nuestra capacidad que como personas formadas creemos innata para decorar y acondicionar los ambientes a “nuestro gusto.” Los niños no entienden eso o no les importa. Piden que dibujemos con ellos lo que ellos ven y no lo que nosotros creemos ver.
Esta reflexión sobre la inteligencia de los niños, la manifiesta Francesco Tonucci en su último libro “Por qué la infancia” (Tonucci, 2019). Frato, como firma Tonucci sus ilustraciones, nos insiste en que los niños no son seres inferiores en proceso de evolución para ser adultos desarrollados, son personas con derechos manifestados y recogidos en un tratado internacional que obliga a los gobiernos a cumplirlos. La Convención sobre los Derechos del Niño (CDN) (Unicef, 2020) es el tratado más ratificado de la historia, habiendo sido firmado por 195 Estados de nuestro planeta.
Si hay algo por lo que tengo que pedir perdón es por intentar escribir algo que ya está escrito. Si no lo han leído, lean a Tonucci, y si lo han hecho, reléanlo. Citaré algunas de las ideas expuestas en este último libro en el cual, como no podía ser de otra manera, también se refiere al principito.
Los 54 artículos que componen la Convención recogiendo sus derechos económicos, sociales, culturales, civiles y políticos de todos los niños, definen las obligaciones y responsabilidades de otros agentes como los padres, profesores, profesionales de la salud, investigadores y los propios niños y niñas. Tonucci utiliza las palabras de uno de los que se reconocen como padres de esta convención. Janusz Korczak (Goldszmidt), muerto en agosto
de 1942, asesinado en el campo de exterminio nazi de Treblinka.
Las palabras de Korczak, Tonucci nos indica que están publicadas en (1976) en español en el libro “Cómo hay que amar a un niño. Traducción de Joan Leita. Madrid: Sociedad de Educación de Atenas, 331 páginas. ISBN: 84-7020-169-7.
Lamentablemente no encuentro el libro y puede que esta situación de confinamiento me haya impedido localizarlo en línea. Tendré que esperar para conseguir alguno de los cuatro ejemplares disponibles en Sede de Recoletos y Sede de Alcalá de la Biblioteca Nacional de España. Por internet su adquisición aparece a precios desorbitados. Es una pena que tengamos tan pocos ejemplares de este trabajo y del resto de los trabajos de Korczak. Si alguno de los lectores lo tiene ya sabe que tiene un tesoro tanto económico como intelectual. A Korczak se le atribuyen las siguientes palabras:
««Decís: Estar con los niños nos cansa». Tenéis razón. Decís: «Porque tenemos que ponernos a su nivel. Bajar, inclinarnos, hacernos pequeños.» Os equivocáis. No es eso lo que nos cansa. Es el hecho de tener que ponerse a la altura de sus sentimientos. De subir, estirarse, crecer, ponerse de puntillas. Para evitar el dolor».
No he podido confirmar la referencia académica de esta afirmación pues Tonucci no lo hace, como explica en la introducción de su libro. Lo que sí que he podido localizar por internet es una reseña de este trabajo de la periodista Maribel Orgaz, publicado en Ediciones Complutense (U.C.M.) por la
revista Sociedad e Infancias. (Orgaz, 2019) Muchas gracias Maribel por haber contestado tan rápido a mis correos y por haber aportado tan oportunos puntos de vista a este trabajo.
Nos referimos a la década de 1920 como “los felices años veinte”. Fueron así llamados porque tras la primera guerra mundial y la pandemia de la denominada “gripe española”, el planeta entero pensó que nada similar al horror de la guerra o al terror de la enfermedad podría volver a repetirse. ¡Qué equivocación! Espero que nosotros no volvamos a caer en el error. En esos momentos una infinidad de niños habían sido abandonados a su suerte. Los huérfanos se mezclaban con los tullidos y enfermos en un conjunto enorme de desfavorecidos. Esa es la situación que le tocó vivir a Korczak y a la que decidió dedicar su vida.
Esta idea sobre el derecho de los niños a ser tratados como “personas”, no como “embriones de adultos”, nos la presenta Tonucci en su capítulo cuarto citando a Korczak:
“…había dos maneras profundamente diferentes de concebir la infancia. Una que la consideraba un periodo de espera, de preparación para las cosas importantes de la vida que depara el futuro, sobre todo de la mano de los adultos, de los educadores. Otra que la estimaba un periodo de explosión del conocimiento y las habilidades que los niños y las niñas llevan dentro desde su concepción.
Dice Janusz Korczak (…)«es como si existieran dos vidas. Una seria que se respeta y otra inferior que se tolera con indulgencia. Digamos que la primera contempla al hombre, al trabajador y al ciudadano que el niño será en el futuro. Lo que significa que las cosas serias, lo que se considera la vida real, empezará más tarde en un futuro lejano. Permitimos su presencia a nuestro alrededor, pero sin ellos la vida resultaría más cómoda (…).
La primera curva, el adulto del futuro. En este caso padres, maestros y educadores consideran al niño como un ser pequeño inepto y sin preparación. Un sujeto que hay que educar (…) Educar significa sacar a la luz algo que todavía no existe, que existirá el día de mañana. La mujer, el hombre, el ciudadano del futuro. El niño real, el actual, se niega sistemáticamente (…) Todo el proceso educativo está proyectado hacia el futuro. Se basa en la hipótesis de que las cosas importantes son las que vendrán y por eso cada nivel educativo debe preparar para el siguiente. (…) Desde esta perspectiva en los primeros años no sucede nada importante y la actividad principal consiste en el juego considerado un entretenimiento prácticamente una pérdida de tiempo.
Los adultos suelen decir a los niños, juega ahora que puedes que después tendrás que pensar en cosas más importantes. (…) El planteamiento inicial es que todos los alumnos son sustancialmente iguales en su ignorancia. Son como contenedores vacíos que pueden llenarse con las propuestas establecidas en los programas escolares que la escuela ofrece mediante las lecciones del maestro, el material didáctico y los libros de texto. (…)
La segunda curva, el niño de hoy. Las premisas indicadas en el apartado anterior no son correctas. No es cierto que todo suceda después. La verdad es al contrario, que todo sucede antes. El periodo más importante de la vida en el que se establecen las bases sobre las que se construye la personalidad, la cultura y las habilidades del hombre y la mujer es con diferencia el comprendido en los primeros meses y los primeros años de vida.
Cuando le preguntaron a Sigmund Freud cual había sido el año más importante de su vida respondió «el año más ventajoso de mi vida fue el primero». La primera curva se equivoca. (…) Nos lo enseñaron con claridad los maestros del siglo pasado. De Freud a Piaget. De Vigotski a Bruner. Y nos los corroboran las investigaciones de las neurociencias actuales.
Esta otra manera de considerar el desarrollo infantil podría ser representada en una curva imaginaria nuevamente donde la curva horizontal sería la edad del niño a partir del nacimiento y el valor vertical la evolución de su desarrollo.
(…) El hombre y la mujer viven sus experiencias decisivas en este primer periodo (0 a 8 años). En él, echan los cimientos para toda la construcción sucesiva. Social, cognitiva y operativa.” (Tonucci, 2019) y se puede leer estas opiniones en las palabras de Korczak que nos traslada el trabajo Maribel Orgaz (p. 287-288):
‘Dos de estas ideas, sin embargo, son vertebradoras del texto. En primer lugar, la insistencia en que el niño desde su nacimiento es una persona: “(…) únicamente una ignorancia y una superficialidad ilimitadas pueden soslayar el hecho de que un lactante encarna una individualidad determinada, claramente bosquejada que se compone de temperamento natural, de su fuerza, de su intelecto, de su orgullo y de sus experiencias vitales (p. 35).”
En segundo lugar, el niño como realidad en presente y distinta de la vida de un adulto: “Su vida distinta de nuestra existencia es una realidad, no un presagio (…). Proyectándole hacia el futuro, el pequeño no atiende a lo que hoy puede disfrutar (…). A causa de este mañana que no entiende ni necesita entender se echan a perder muchos años de su vida (p. 5).”
A lo largo del texto, el autor también indica lo que considera los tres derechos básicos del niño: “a su muerte (…), al día presente (…), a ser tal como es (…) (p. 47)”.
En un añadido posterior al texto, en cursiva en esta edición, añade: “el primer e indiscutible derecho del niño es expresar su opinión y tomar parte activa en nuestras reflexiones y juicios acerca de su persona” (p. 48).
Considera el autor que la vida de los niños sigue estando “presionada y asediada” (p. 49) y que el niño “siente la falta de libertad, sufre en su cautiverio” (p. 119). El motivo: “Mientras los niños no nos quiten la paz y la tranquilidad preferimos adormecernos en la ilusión de que son tontos, de que no saben nada, de que son irrazonables, de que se dejan engañar fácilmente por las apariencias. Una concepción distinta plantearía el dilema de renunciar abiertamente al privilegio de una supuesta perfección o bien de tener que desechar lo que sus ojos nos hace infelices, pobres y ridículos (p. 21).’ (Orgaz, 2019)
La reflexión sobre los espacios educativos es una reflexión sobre cómo deseamos que sea la escuela. Reitero la idea de leer a Tonucci. Si queremos una sociedad que deje de creer en el individualismo y crea en la cooperación para resolver los problemas que tenemos que solventar, necesitamos una escuela que proponga la colaboración. Esto es muy fácil de expresar, pero muy complicado de entender, aún cuando estamos viviendo una pandemia global. La evaluación, la competición, no resuelve los problemas. La individualidad no es el medio. Somos seres sociales y nuestra fortaleza como especie está en el trabajo en equipo. Si la escuela sigue siendo un tiempo y un lugar. Si todas las horas del día se siguen compartimentando. Si seguimos utilizando un sistema de transmisión del conocimiento individual de maestro alumno. Si el trabajo para aprender lo seguimos llamando “deberes” y a los lugares donde recibir el conocimiento “clases” en organizaciones secuenciadas por edades, etc., nunca podremos buscar nuevas formas de atender los problemas que nos toca vivir.
Las palabras de Korczak no son más que excelentes, fuente de inspiración. El mismo autor avanzó mucho pedagógicamente, pero en relación a los espacios no pudo alcanzar las orientaciones que estamos en estas líneas sugiriendo.
“El orfanato es último capítulo de la publicación que comentamos, y fue escrito como resultado de su proyecto de construcción de unorfanato para niños pobres. Korczack incluso planifica la construcción del edificio porque como él mismo indica: “el arte de dirigir un internado va ligado, en sus pequeños aunque decisivos detalles, al edificio en el que ha sido puesto y al terreno en el cual ha sido construido” (p. 263).
En este orfanato establece una comunidad infantil organizada y desarrolla un método de autocontrol y auto-reglamentación que incluyen: un tablón de anuncios, un buzón, una estantería, el armario de los objetos encontrados, un periódico[4] y el tribunal de compañeros que indica no sustituye al educador.” (Orgaz, 2019, pág. 290)
Decía Don Bosco que no es relevante querer a los niños, lo importante para el educador no es manifestar que se les aprecia, lo importante es que ellos sepan que se les considera. Siempre me ha parecido la mejor enseñanza de ese pedagogo y sacerdote italiano con el que me eduqué y me sigo educando. Un educador es alguien que siente pasión por aprender, no por enseñar. Por aprender de y con su entorno y de y con quienes lo pueblan, toda la comunidad educativa y por supuesto de esas personas de menor edad que denominamos niños. El profesor no enseña, es el alumno el que aprende y lo suele hacer no en el momento en el que lo decide el adulto, ni las consejerías, ni los currículos, etc.
“Si les he contado de todos estos detalles sobre el asteroide B 612 y hasta les he confiado su número, es por consideración a las personas mayores. A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar:
«¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?» Pero en cambio preguntan: «¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?»
Solamente con estos detalles creen conocerle. Si les decimos a las personas mayores: «He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado», jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: «He visto una casa que vale cien mil pesos». Entonces exclaman entusiasmados: «¡Oh, qué preciosa es!«
De tal manera, si les decimos: «La prueba de que el principito ha existido está en que era un muchachito encantador, que reía y quería un cordero. querer un cordero es prueba de que se existe», las personas mayores se encogerán de hombros y nos dirán que somos unos niños. Pero si les decimos: «el planeta de donde venía el principito era el asteroide B 612», quedarán convencidas y no se preocuparán de hacer más preguntas. Son así. No hay por qué guardarles rencor. Los niños deben ser muy indulgentes con las personas mayores.» (Saint-Exúpery, 2003, pág.5)
Y el Principito viaja a los planetas de los adultos, de las personas mayores. Siete mundos que voy a relacionar con modelos de Centros Educativos. Unos grandes y otros diminutos:
«El primero estaba habitado por un rey. El rey, vestido de púrpura y armiño, estaba sentado sobre un trono muy sencillo y, sin embargo, majestuoso». (Saint – Exupéry, 2003, pág. 11)
Resulta llamativo que todos estos planetas, salvo el último, están habitados por un solo adulto. El primer planeta se me asemeja a esas escuelas que interpretan el espacio como imagen de un centro educativo importante. A los adultos nos gusta el poder y en la escuela lo representan, entre otras cosas, los criterios y exigencia de la evaluación o la localización de las dependencias de la dirección. En relación a los espacios, es el poder del rey el
que mantiene la creencia de que son estos adultos los que deben juzgar cómo han de ser estos ambientes de aprendizaje. Un reinado que se perpetúa y a pesar de que la pedagogía insiste en repensar la escuela, se niega a admitir que esa nueva escuela no es sólo posible, es imprescindible.
“—Te juzgarás a ti mismo —le respondió el rey—. Es lo más difícil. Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo, que juzgar a los otros. Si consigues juzgarte rectamente es que eres un verdadero sabio.
—Yo puedo juzgarme a mí mismo en cualquier parte y no tengo necesidad de vivir aquí.
—¡Ejem, ejem! Creo —dijo el rey— que en alguna parte del planeta vive una rata vieja; yo la oigo por la noche. Tu podrás juzgar a esta rata vieja. La condenarás a muerte de vez en cuando. Su vida dependería de tu justicia y la indultarás en cada juicio para conservarla, ya que no hay más que una.” (Saint – Exupéry, 2003, págs. 12-13)
Autoevaluación y Coevaluación los aplicamos en términos de contenidos curriculares centrando en la heteroevaluación la existencia educativa. Como adultos consideramos que sobre juicios menores tiene sentido la participación del alumnado, pero no en relación a los espacios. Esas inversiones son costosas y sobre ellas no tiene sentido la participación del alumno.
“El segundo planeta estaba habitado por un vanidoso: (…) —Admirar significa reconocer que yo soy el hombre más bello, el mejor vestido, el más rico y el más inteligente del planeta.
—¡Si tú estás solo en tu planeta!
—¡Hazme ese favor, admírame de todas maneras!
—¡Bueno! Te admiro —dijo el principito encogiéndose de hombros—, pero ¿para qué te sirve?”. (Saint – Exupéry, 2003, pág. 13)
El espacio del Centro Educativo como un lugar para la admiración. Y es que a los adultos vanidosos nos gusta mostrar nuestros ambientes cotidianos para vanagloriarnos de su belleza, de su diseño, de su orden y limpieza que tiene a ojos de otros adultos. Generamos espacios donde se clasifique a las personas. El mejor de la clase y el peor, el más apto y el menos apto…
«El tercer planeta estaba habitado por un bebedor. (…)
—¿Por qué bebes? —volvió a preguntar el principito.
—Para olvidar.
—¿Para olvidar qué? —inquirió el principito ya compadecido.
—Para olvidar que siento vergüenza —confesó el bebedor bajando la cabeza.
—¿Vergüenza de qué? —se informó el principito deseoso de ayudarle.
—¡Vergüenza de beber! —concluyó el bebedor, que se encerró nueva y definitivamente en el silencio. (Saint – Exupéry, 2003, pág. 14)
Ambientes sociales considerados de aprendizaje, como lugares para olvidar el objeto principal de la educación y el uso de sus espacios para perpetuar tareas complementarias a ese objetivo primordial: la socialización del individuo.
“El cuarto planeta estaba ocupado por un hombre de negocios.(…)
—¿Quinientos millones de qué? —volvió a preguntar el principito, que nunca en su vida había renunciado a una pregunta una vez que la había formulado.
El hombre de negocios levantó la cabeza:
—Desde hace cincuenta y cuatro años que habito este planeta, sólo me han molestado tres veces. La primera, hace veintidós años, fue por un abejorro que había caído aquí de Dios sabe dónde.
Hacía un ruido insoportable y me hizo cometer cuatro errores en una suma. La segunda vez por una crisis de reumatismo, hace once años. Yo no hago ningún ejercicio, pues no tengo tiempo de callejear. Soy un hombre serio. Y la tercera vez… ¡la tercera vez es ésta! Decía, pues, quinientos un millones…” (Saint – Exupéry, 2003, pág. 14)
Estoy próximo a cumplir 53 años. Espero que cuando llegue a los 54 piense también en aprender de mis errores y no sólo de mis aciertos. Es un derecho de los niños, también del niño que llevamos dentro. Los centros educativos no pueden ser pensados desde la lógica del negocio.
«Este, se dijo a sí mismo el principito, razona poco más o menos como mi borracho. No obstante le siguió preguntando:
—¿Y cómo es posible poseer estrellas?
—¿De quién son las estrellas? —contestó punzante el hombre de negocios.
—No sé. . . De nadie.
—Entonces son mías, puesto que he sido el primero a quien se le ha ocurrido la idea. (…)
Si yo tengo una bufanda, puedo ponérmela al cuello y llevármela. Si soy dueño de una flor, puedo cortarla y llevármela también. ¡Pero tú no puedes llevarte las estrellas!” (Saint – Exupéry, 2003, pág. 15)
¿De quién es el espacio que habitamos? ¿De quién el espacio público? Mi clase, mi aula, mi colegio, mi laboratorio, mi gimnasio…
“El quinto planeta era muy curioso. Era el más pequeño de todos, pues apenas cabían en él un farol y el farolero que lo habitaba.” (Saint – Exupéry, 2003, pág. 16)
“El sexto planeta era diez veces más grande. Estaba habitado por un anciano que escribía grandes libros.” (Saint – Exupéry, 2003, pág. 17) (…)“—Exactamente —dijo el geógrafo—, pero no soy explorador, ni tengo exploradores que me informen. El geógrafo no puede estar de acá para allá contando las ciudades, los ríos, las montañas, los océanos y los desiertos; es demasiado importante para deambular por ahí. Se queda en su despacho y allí recibe a los exploradores. Les interroga y toma nota de sus informes. Si los informes de alguno de ellos le parecen interesantes, manda hacer una investigación sobre la moralidad del explorador.” (Saint – Exupéry, 2003, pág. 18)
En algunos de estos planetas vivimos muchas de las comunidades educativas actuales. En ellas existen compañeros que se rinden al desconsuelo y emiten que es imposible hacer nada en lugares antiguos, en espacios poco o nada atractivos, en espacios muy pequeños o excesivamente grandes. Y es que el espacio no deberíamos considerarlo tan sólo un ornamento, una decoración. El ambiente lo creamos las personas que habitamos los espacios y podrá ser ambiente social de aprendizaje, si lo utilizamos como un material educativo (Atrio Cerezo, Ruiz López, & Gómez Moñivas, Arquitectura en la formación de formadores, del tangram a los mosaicos nazaríes. Firmitas, utilitas y «venustas», 2016) esencial. En muy poco tiempo, esas personas de corta edad con las que convivimos, alcanzarán la denominada mayoría de edad. Resulta paradójico que hasta ese momento no les hayamos dejado ni un momento solos, que no hayan podido decidir nada y que desde ese cumpleaños mágico, tengan los derechos y deberes de un adulto. Entre otros elegir a los gobernantes u opinar sobre asuntos de mayores. Creo profundamente que somos personas independientemente de nuestro género, nuestras capacidades o nuestra edad y somos todos los que tendríamos que pensar en el mundo en el que queremos vivir. Aprender a valorar las
decisiones y a generar propuestas de solución, además de proponer problemas.
“El séptimo planeta fue, por consiguiente, la Tierra.
¡La Tierra no es un planeta cualquiera! Se cuentan en él ciento once reyes (sin olvidar, naturalmente, los reyes negros), siete mil geógrafos,
novecientos mil hombres de negocios, siete millones y medio de borrachos, trescientos once millones de vanidosos, es decir, alrededor de dos mil millones de personas mayores.” (Saint – Exupéry, 2003, pág. 19)
Y en un mundo como el nuestro con tantas culturas, con una diversidad climática y social, se reconoce el ambiente escolar como reconocemos un cuartel, una cárcel o un hospital. En estos tres últimos, como en la escuela, ni los soldados, ni los presos, ni los enfermos, deciden sobre sus espacios.
Y es que lo más hermoso de un centro educativo es lo que esconde, lo que no se lee, lo que se ve y se percibe por todos nuestros sentidos cuando lo visitamos. Los niños no ven la hermosura o fealdad de los espacios, aprecian los lugares en función del grado de participación en la construcción de los mismos.
“—Lo que más embellece al desierto —dijo el principito— es el pozo que oculta en algún sitio…
Me quedé sorprendido al comprender súbitamente ese misterioso resplandor de la arena. Cuando yo era niño vivía en una casa antigua en la que, según la leyenda, había un tesoro escondido. Sin duda que nadie supo jamás descubrirlo y quizás nadie lo buscó, pero parecía toda encantada por ese tesoro.
Mi casa ocultaba un secreto en el fondo de su corazón…
—Sí —le dije al principito— ya se trate de la casa, de las estrellas o del desierto, lo que les embellece es invisible.(…)
Como el principito se dormía, lo tomé en mis brazos y me puse nuevamente en camino. Me sentía emocionado llevando aquel frágil tesoro, y me parecía que nada más frágil había sobre la Tierra.
Miraba a la luz de la luna aquella frente pálida, aquellos ojos cerrados, los cabellos agitados por el viento y me decía: «lo que veo es sólo la corteza; lo más importante es invisible… «
Como sus labios entreabiertos esbozaron una sonrisa, me dije: «Lo que más me emociona de este principito dormido es su fidelidad a una flor, es la imagen de la rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, incluso cuando duerme…» Y lo sentí más frágil aún. Pensaba que a las lámparas hay que protegerlas: una racha de viento puede apagarlas..”. (Saint – Exupéry, 2003, pág. 26)
Si este trabajo ha servido para recomendarles los trabajos, entre otros, de Tonucci o la relectura del Principito habrá estado bien empleado mi tiempo de redacción. Si están terminando de leerlo también me reconforta pensar que no se han aburrido mucho en estos tiempos de incertidumbre.
Creo que si en algún momento hacemos real la participación de todas las personas en la definición de los espacios que habitan, habremos contribuido a hacernos corresponsables del mundo que habitamos. Sólo confiando en que podemos ejercer los derechos de todos los que habitamos las comunidades educativas, no sólo como una reclamación sino como el compromiso de ejercerlos desde la responsabilidad de nuestros deberes, estaremos en disposición de entender el mundo pequeño de nuestras escuelas, como proyección del universo terrenal que tenemos la obligación de cuidar.
“Examínenlo atentamente para que sepan reconocerlo, si algún día, viajando por África cruzan el desierto. Si por casualidad pasan por allí, no se apresuren, se los ruego, y deténganse un poco, precisamente bajo la estrella. Si un niño llega hasta ustedes, si este niño ríe y tiene cabellos de oro y nunca responde a sus preguntas, adivinarán en seguida quién es. ¡Sean amables con él! Y comuníquenme rápidamente que ha regresado. ¡No me dejen tan triste!” (Saint – Exupéry, 2003, pág. 31)
[1] www.ideassonline.org/public/pdf/LosSieteSaberesNecesariosParaLaEdudelFuturo.pdf
[2] https://arquitecturaeducativauam.es/
[3] Para saber más sobre las opiniones del autor en relación a este tema se puede acudir al tema central de la revista “Cuadernos de Pedagogía” >> n.º 488_abril-mayo 2018 >> 102- 111: Pacto Educativo. (Atrio Cerezo, Los Espacios en el Pacto Educativo: Arte, Extensión y Contexto Social de un Instrumento Didáctico Educativo, 2018)
[4] Según https://es.wikipedia.org/wiki/Janusz_Korczak que lo referencia en la Encyclopaedia Judaica, Jerusalén: Keter, 1973, vol. 10, cols. 1200-1 “Maly przeglad (La Pequeña Revista), fundada por el propio Korczak. Publicada entre 1920 y 1939. Publicación pionera redactada a partir de material enviado por los niños y dedicada principalmente al lector infantil.”
Fuente: Revista «Ink Space», del sitio web LINK SPACE
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