18.3.2013

Proyecto de restauración del Paratge de Tudela-Culip en el Parc Natural del Cap de Creus

Situado a escasa distancia de la frontera francesa sobre el mar Mediterráneo, el Cap de Creus es, por muchas razones, un lugar singular del paisaje costero catalán. Se trata del punto más oriental de la península ibérica donde continúa el pliegue geológico de los Pirineos hasta sumergirse por completo. Sin embargo, aquí el paisaje es muy distinto, de entre otras razones, debido al omnipresente viento del norte que los lugareños llaman Tramuntana.

Este viento es un activo modelador del paisaje de toda la comarca donde constantemente vemos sus efectos: al sur del cabo son famosas los sistemas dunares que evolucionaban paralelos a la costa arrastrados por su fuerza y tragándose cultivos y pueblos hasta finales del siglo XIX cuando se llevaron a cabo los primeros grandes trabajos de fijación dunar en España mediante plantaciones que se contarían entre las primeras grandes operaciones paisajísticas del país. Las llanuras agrícolas están pautadas por barreras arbóreas que singularizan la agricultura del lugar. Se podrían citar un sinfín de ejemplos de cómo el viento constituye un elemento generador de los paisajes del Ampurdán pero es sin duda en la costa norte del Cap de Creus, dónde la Tramuntana alcanza un poder transformador más espectacular: allí se convierte en un sorprendente escultor.

El viento aliado con el mar es también el principal responsable de un ecosistema costero singular, ya que su constante barrido salino impide la formación de suelo, y reduce al mínimo la colonización vegetal que se limita a colorear la roca en forma de liquen o a buscar rincones protegidos donde la flora autóctona genera diminutos oasis de plantas rastreras. La piedra desnuda que resulta de este proceso se levanta sobre el mar atormentadamente, en sorprendentes esculturas de una extraña monumentalidad. Este medio ventoso, que es capaz de llegar a atormentar a las mismas rocas, también ha contribuido a su conservación: estamos ante uno de los tramosmenos alterados de la costa catalana.

Estas singularidades explican que a principios del siglo XX, la administración del estado decidiera hacer el esfuerzo de adquirir el único asentamiento de la mitad norte del cabocon la intención de desmantelarlo. Se trataba de un enclave turístico de unas 90 ha, que había sido construido en los inicios de la década de los 60. Es cierto que ya entonces, la construcción había intentado ser respetuosa con el lugar: las más de 400 habitaciones del Resort se adaptaban a la variada topografía del llamado Pla de Tudela buscando la buena orientación pero respetandolas singularidades de la roca y utilizando en lo posible material del lugar. Los edificios de servicios y el aparcamiento se presentaban contenidos en sus dimensiones aunque también es cierto que su disposición en la práctica conseguía en la práctica cerrar el acceso a todo un tramo, seguramente el más espectacular, de la costa.Allí los visitantes podían, aislados del país que los escogía, disfrutar de un confort adecuado y contemplar por encima y por debajo del agua los esplendores del lugar.

En un primer momento, la estrategia planteada por el concurso público es simplemente la de comprar la propiedad, retirar las edificaciones y flora invasora para poder así restablecer, coordinando a un grupo de más de 50 expertos, las dinámicas naturales en el lugar. Esto constituía un trabajo a llevar a cabo con la máxima diligencia en el que se trabajó para retirar las especies exóticas implantadas por la jardinería del Club Med y deconstruir la práctica totalidad de las instalaciones dejando el 95% de los residuos generados en el mismo lugar para evitar emisiones y una generación de residuos innecesaria. Un trabajo técnico en que se avanzó piedra a piedra, retirando calle a calle que resultó ser ejemplar y hasta sorprendente pues invertía en el tiempo las imágenes que tantos puntos de la costa catalana han sufrido. Al paisaje construido le seguía un lugar vacío en el que sólo fijándonos vemos los rastros de los actos humanos: un trabajo ejemplar del que sin embargo, si se hubiera limitado a esta ejemplar operación de limpieza no tendría sentido que lo tratáramos aquí.

Sólo tiene sentido hablar de arquitectura del paisaje si consideramos la operación que culmina el trabajo, incorporando la diligente operación de vaciado y restauración dotándola de una nueva dimensión. Pese a no estar contemplado en las bases del encargo, el equipo de EMF entiende la absoluta necesidad de construir una nueva percepción del lugar como base para crear una nueva relación con los que visitarían el lugar en el futuro. No se trataba de una cuestión menor ya que se calculó que estos llegarían a ser un cuarto de millón al año.

Era necesario construir una nueva mirada que substituyera la del turista de resort que busca sensaciones familiares y confort en un lugar exótico. Hacer lo que Mathieu Kessler llamaría la transformación del turista en viajero invirtiendo la narrativa: de alguien que transporta su experiencia a un lugar lejano necesitando que este se transforme para conseguirlo a alguien cuya visita aspira a convertirse él mismo en el lugar.

El primer paso para conseguirlo es una especie de“intensificación perceptiva”: se trata de rendir homenaje a las múltiples capas de historia que el lugar acoge pese a su apariencia intocada recordando desde el propio Club Med hasta a Salvador Dalí

Todos esos momentos que el tiempo había depositado en el lugar se engarzan con un ritmo sabio a lo largo de la línea de un recorrido que sigue la costa y que enhebra una segunda secuencia de visuales y pequeñas ramificaciones del paseo. Esta estructura permite, en un plano funcional, dar la máxima eficiencia a el sistema de circulación, lo que permite reducirlo a la mínima expresión con la mínima interferencia en la dinámica costera y mantener al visitante en el camino limitando los momentos en que sale de él lo que resulta necesario para proteger la delicada superficie de las rocas que a veces soportan frágiles formaciones vegetales pero también dota de un ritmo al recorrido, convirtiéndolo de nuevo en una secuencia casi musical que ordena los descubrimientos

Un baile calmo sobre el viento como forma de intensificar la relación entre cuerpo y paisaje que recurda a los experimentos más bien urbanos de Lawrence Halprin, como forma de potenciar las sensaciones hápticas de los acantilados y escolleras como recuerdo durable, como forma de que aún habiéndonos ido, viajeros, sigamos un poco en el lugar.

Texto por: Victor Tenez

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