18.1.2018

La Font de l’Art

El proyecto consiste en una edificación unifamiliar entre medianeras inicialmente, en una parcela trapezoidal en esquina del casco histórico del pequeño pueblo de la Adsubia.

La arquitectura se debate constantemente entre dualidades. Intervenir en un lugar a través de la edificación es en la mayoría de las ocasiones una deliberación entre opciones opuestas, y buscar el equilibrio y coherencia de ello a través de relaciones espaciales, visuales, compositivas, y constructivas no es otra cosa que el primer paso del juego de la arquitectura.

Intervenir en un lugar con preexistencias históricas, o un entorno natural, o un casco urbano consolidado, requerirá siempre un posicionamiento, una decisión de estrategia presente que permita satisfacer necesidades vinculadas a un contexto, pero que al mismo tiempo se enfrente a situaciones cambiantes a lo largo de los años, solventándolas con autodeterminación, resiliencia y calidad.

Una sencilla construcción de 76 m2 de parcela en la Adsubia (Alicante) se convierte en el ejemplo perfecto para ilustrar este debate de la arquitectura: la Font de l’Art, de nomarq | estudi d’arquitectura.

El proyecto consiste en una edificación unifamiliar entre medianeras inicialmente, en una parcela trapezoidal en esquina del casco histórico del pequeño pueblo de la Adsubia, dominada por una orientación sur hacia la calle principal, y volcando al norte hacia un barranco y las vistas al resto del pueblo.

La parcela viene marcada por una identidad propia, ya que en el pasado albergó una almazara para la molienda del aceite, y tanto su carácter tipológico de «antiguo almacén» como sus vestigios constructivos perviven hoy en él: un muro de mampostería de piedra de proporciones mayúsculas acapara la imagen por el norte, y extendiéndose también al oeste, con continuidad en parcelas colindantes, cose el tejido consolidado, estrechamente vinculado aún a lo tradicional. La intervención en este muro significará no sólo la reconstrucción de la imagen urbana, sino una reactivación del gran valor sentimental de una construcción con tales implicaciones locales.

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En este entorno se eleva la nueva construcción, compuesta por una planta sótano, planta baja con acceso por la fachada sur, planta primera y una cubierta transitable. Respondiendo a un programa de usos definido por el propietario donde la flexibilidad de espacios sea premisa, el diálogo entre lo heredado y lo aportado, entre la comprensión del patrimonio material y la necesaria contemporaneidad, queda establecido.

La construcción se proyectará como vivienda, principalmente desarrollada en la planta primera, contando con una baja de acceso y cochera, y un gran almacén o zona de trabajo en el sótano; del mismo modo podría vivirse como un espacio para invitados o residentes en la planta primera, una sala de exposiciones en la baja, y un gran taller en el sótano. Y es que la configuración de la edificación lleva en su ADN una adaptación a situaciones muy diversas, como si nomarq | estudi d’arquitectura hubieran conseguido recrear ese gran almacén, un contenedor de actividad heterogénea que sin embargo no difiere, ni aunque quisiera, del modo de vida del lugar.

Las diferentes plantas se configuran como espacios diáfanos, alterables, marcados por elementos singulares y de conexión vertical: el gran muro de mampostería se consolida y abraza la nueva construcción enlazando unas plantas con otras; la escalera actúa como un elemento escultórico, sutil, recto, tenaz, que guía el movimiento a través de la vivienda; en la última planta, una cocina y un baño, integrados casi como piezas de un mobiliario fijo pero invisible, acotan el espacio; y la luz atraviesa toda la edificación como un elemento más de la construcción. Este intimismo interior en contraste con la rotundidad exterior, este diálogo callado que se produce entre los diferentes ámbitos y las diferentes fases, nace de una cercanía independiente, una integración no forzada entre las preexistencias y la nueva construcción, entre el paisaje y el interior de la arquitectura. Toda la vivienda se sustenta por cuatro únicos pilares metálicos HEB sobre los que apoya un forjado de chapa colaborante, retranqueados respecto de la linde. Éstos, unidos por sendas vigas en perfil IPE, permiten liberar al fondo norte una doble altura entre sótano y baja, y propiciar una terraza en planta primera, cuyo pavimento transparente inunda de luz indirecta toda la edificación. La escalera, al igual que la luz, cuelga de los elementos horizontales.

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Así, la nueva vivienda integra tanto el paisaje en forma de vistas, como el cultural en forma de reminiscencias constructivas, pero solo rozándolos, sin invadirlos ni acosarlos, y sin construir una rigidez de forma de vida que impida que esa conversación se corte en épocas venideras. Nomarq ha conseguido una vivienda que se adapta al día a día no sólo de su propietario, sino de los vecinos del pueblo, que aún encuentran en ese muro de mampuesto el sustento a conversaciones y paseos. Y nos da que pensar cómo una construcción con ingenio, donde el arquitecto no tiene el control de todo lo que ocurre, puede generar un diálogo entre posiciones que podrían parecer opuestas. Una arquitectura lienzo, donde se pone el soporte para que el usuario pueda desarrollar su propia obra, donde tanto lo hecho como lo no-hecho, produce arquitectura.

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