23.3.2017

Estadio de Merlan, en Marsella

La inversión en obra pública encuentra cada vez más dificultades: la proporción entre las necesidades y los medios de los que disponen los ayuntamientos obliga a cuestionarse sobre el «cómo» y el «cuánto», de la «calidad» y de la «cantidad».

Sin embargo, ¿podemos a día de hoy contentarnos de una propuesta que sea sólo «funcional» y «cuantitativa», sin considerar la responsabilidad que tenemos en la ciudad, y que influye durante años el día a día de miles de personas? A escala del tiempo y del espacio de un barrio, el cálculo es exponencial y los desafíos considerables. ¿Cuál es el papel del arquitecto en la ciudad y su impacto cotidiano? ¿Y cuál es la inversión que el poder público está dispuesto a realizar para urbanizar esas zonas llamadas «sensibles»?

Es en el cruce de estas dos grandes interrogantes que el proyecto del Estadio de Merlan nace: gracias a la voluntad del ayuntamiento de no estigmatizar un barrio y de las ganas del equipo de concepción de apostar por la arquitectura.

El contexto
El terreno estaba dejado al abandono y era escenario de coches quemados y de tráfico de todo tipo. Las condiciones estaban anunciadas y la lista de demandas bien cargada:
– Un barrio en zona sensible, víctima de la delincuencia
– La gestión necesaria de las intrusiones indeseadas
– Una valla infranqueable, resistente a los ataques
– Un edificio anti-intrusión, anti-graffitis, anti-rotura de cristales, anti-ocupas…
– Todo teniendo en cuenta, evidentemente, un fácil mantenimiento.
Entonces, ¿debemos bajo las dificultades urbanas dejar a la cangrena de los «edificios barricadas» y del «todo hormigón» desarrollarse en la ciudad?

La intención arquitectónica
La importancia de la intensión arquitectónica parecía así esencial y a la arquitectura de tipo «bunker» digna de estos barrios donde se viven a veces escenas conocidas por los medios de comunicación, nosotros preferimos una intervención de tipo «tortuga». La primera intuición fue simple, además de adaptarse al terreno: los edificios serían enterrados con el fin de proteger las fachadas y los tejados, de controlar los accesos y de ofrecer así un espacio vegetal que faltaba cruelmente en este barrio de asfalto y hormigón.

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La estética elegida
Esta respuesta funcional inesperada no debía contentarse con intervenir sin actuar en la vida cotidiana de los habitantes y transformar la estética del barrio: creando una burbuja de aire, una paréntesis, una especie de sitio sagrado del deporte dedicado a las escuelas y a los habitantes. El proyecto toma prestado un vocabulario vegetal para ofrecer un espacio al aire libre único. La pátina del acero corten, con degradados cálidos variando del naranja al marrón, evocan los colores de la tierra, se asocian a los taludes verdes sembrados de flores silvestres.

Las lamas de la valla ocultan la visión de frente, pero se evaporan rápidamente como ramas con la visión lateral, permitiendo así proteger el terreno manteniendo a la vez una relación sensible con su contexto urbano próximo. «Lejos de aislar, sublima la transición visual y física entre el terreno y su alrededor y santifica así el recinto del estadio».

Gracias a la estética de esta valla comprendemos bien que no se trata simplemente de encerrar, de delimitar o de levantar una barrera entre el estadio y el resto del mundo: crear un edificio, una arquitectura, es ante todo crear un vínculo. Además, desde un punto de vista práctico, la elección de un material como el acero corten es una elección sostenible porque es un material estable, naturalmente perenne y muy simple a mantener: después del pulido (de un graffiti por ejemplo), la pátina se regenera ella misma.

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