11.4.2013
Edificio de oficinas junto a la B‐30, en Sant Cugat del Vallés
En un contexto marcado por la fuerte presencia de la autopista que enlaza Girona y Francia, se debía alzar un edificio de unos 10.000 m2 de techo. Ante la imposibilidad de generar espacios urbanos propios, se decidió establecer un diálogo entre el usuario y el entorno disperso y diverso. Se trata de comprender las percepciones visuales entre el interior del edificio y el exterior.
A partir de aquí surgen todas las consideraciones constructivas, pues el recurso se concentra entre la contraposición de lo estático y lo dinámico, entre la firme y objetiva estructura de hormigón y el suave y subjetivo cortinaje metálico:
Entre la paralepípeda construcción cúbica y la envolvente “ingrávida y gentil”, se establece un diálogo entre la estructura y el velo exterior. El edificio será percibido, por la mayoría de observadores, desde el vehículo que circula por las rápidas vías colindantes, a una gran velocidad. Así, la envolvente no puede mostrarse mediante recursos de percepción estática como ocurre en el centro urbano. Por ello, la envolvente se muestra atendiendo y enfatizando el movimiento de quien lo observa, como acompañando un moviendo de verónica. Mientras, el usuario del interior permanece estático y observa la tangencialidad del movimiento exterior, discerniendo entre lo que se aproxima o se aleja.
El edificio responde a lo lumínico en cuanto a lo diurno y lo nocturno. Si durante el día filtra la luz, protegiéndolo de la radiación solar directa, por la noche emite un suave resplandor que acompaña al viajero y diluye lo que acontece en su interior.