27.2.2019
Edificio 111
El tema de la vivienda social es quizás el reto más importante y difícil que tienen los arquitectos hoy.
En una situación global de crisis, la vivienda colectiva puede ayudar a dar estabilidad y devolver la confianza que parece haberse perdido en muchas capas de la sociedad actual. Confianza en los vecinos, generando una comunidad en la que uno pueda sentirse acompañado y pueda apoyarse en cualquier momento que lo necesite, es una necesidad hoy y la arquitectura puede colaborar en esto de manera decisiva. Colaborar a invertir una tendencia al aislamiento y la individualidad, y en cambio favorecer la comunicación el conocerse y relacionarse, el contacto físico y comunicativo entre vecinos, para que el vecindario pueda funcionar como una primera estructura social dentro de la sociedad. El Edificio 111 en Barcelona investiga y experimenta sobre este tema, con la preocupación por generar un marco que invite a la relación entre vecinos.
El centro del proyecto es un gran vacío, ocupado por tres árboles y una fuente, rodeado de balcones y terrazas, a la manera de un gran teatro cuyo patio de butacas es rodeado por palcos y galerías que se vuelcan hacia él. Igual que aquí, los vecinos salen a hacer vida en sus balcones y se asoman a relacionarse o a mirar el paisaje a través de una enorme abertura que enmarca el Parque de Torrebonica. Igual que en el teatro, la dimensión y proporciones de ese vacío ha sido clave para que la tensión entre los límites y la relación vecinal exista de forma justa.
A este centro vacío se llega por una excavación del gran macizo que es el edificio hacia el exterior. Las fachadas se comportan como una coraza texturizada, que dialoga por su claroscuro con el bosque de pinos que la rodea. La manzana se presenta hacia el visitante como una enorme roca, colocada en ese paisaje de pinos y rieras secas, que se erosiona, como también lo hace ese paisaje, para permitir traspasos y articulaciones entre los cuerpos de viviendas. Desde ese exterior unitario, que se manifiesta como una única casa, hacia el interior múltiple, donde las 111 casas se expresan en pliegues y balcones con toda su individualidad, existe un balance: esa fachada fuerte y maciza, de una gravedad antigua, contiene y equilibra el interior fragmentado y amable.
El camino desde la calle hasta el interior de las casas, atravesando ese gran patio, está modulado en una secuencia de escalas y un cambio progresivo desde lo más abierto y público a lo más íntimo y privado del hogar. Los cierres se desdibujan y desdoblan en pliegues superpuestos para acordar un extremo y el otro, trabajando sobre el límite para graduar la relación entre lo público y lo privado. Desde un extremo a otro, desde el dormitorio hasta la calle, el recorrido es variado y siempre diferente. La tranquilidad con la que las madres dejan ir a los niños a jugar al patio, donde la compra cotidiana se puede ofrecer a otros, o donde la puerta de casa se abre para invitar a pasar con tanta naturalidad, confirma que la arquitectura puede ayudar a dar un espacio de confianza, y generar un fragmento de ciudad que invite a la cultura de la sociabilidad.