8.3.2021
Casa HV
Este proyecto sigue la exploración iniciada con la Casa AB sobre lo que supone intervenir en un piso en el Eixample de Barcelona. La propuesta retoma parcialmente las reflexiones iniciadas en el primer proyecto, depurando y desarrollado algunos de los conceptos y soluciones para un programa igualmente doméstico pero ligeramente distinto. A continuación, los desglosamos a la vez que detallamos algunas de las diferencias entre ambos.
El barrio del Eixample se ha convertido en el verdadero corazón de la ciudad, patrimonio urbanístico y arquitectónico de Barcelona. Lo es tanto por el valor artístico intrínseco a sus edificios y fachadas, como por la gran polivalencia y versatilidad que ha demostrado a lo largo del tiempo, adaptándose a cuantas realidades se ha enfrentado la ciudad. Su tejido urbano se ha extendido y acomodado a lo largo y ancho del plano de Barcelona uniendo y cohesionado los diversos barrios históricos que hoy la conforman. Construido mayoritariamente por inmuebles regios, los pisos se organizan generalmente en dos unidades por planta, pasantes de lado a lado y dando fachada tanto a la calle exterior como al interior de manzana. Está compuesto por viviendas celulares muy compartimentadas cosidas mediante largos pasillos, de techos altos y profusamente decoradas con molduras de escayola, suelos de mosaico Nolla y un exquisito trabajo en la carpintería de ventanas, puertas y demás ornamentos modernistas propios de la época. El proyecto no es más que el último paso en este proceso incesante de mutación y adaptación.
Si bien el primer proyecto goza de mayor iluminación natural, beneficiado por la singularidad que supone dar al chaflán de la manzana y de estar situado en los niveles superiores del edificio, el segundo resulta ligeramente más oscuro ubicado en planta primera y encajado en el centro de la calle. Sin duda su condición longitudinal y entre medianeras lo hacen más arquetípico, pero nos induce a una distribución de corte más convencional dividida en zona de día y zona de noche, siendo completamente distinta a la primera.
Entrando des del centro de la planta descubrimos de inmediato los tres elementos que articulan la nueva distribución: la nueva cornisa blanca, el mueble longitudinal de roble y las tres piedras de mármol. Tres ingredientes que construyen una secuencia espacial que se va comprimiendo y dilatando interponiendo distintos umbrales que enmarcan las zonas de día y noche y las entradas a los dormitorios y los baños. La estrategia de muebles fijos y revestimientos enmascaran la estructura de muros de carga y los tabiques de la distribución original, propiciando una percepción más diáfana y continua del espacio.
Así el proyecto vuelve a subvertir la distribución original del piso interponiendo un nuevo nivel a 2,50m del suelo entre techos y pavimentos de la época. Este nuevo techo es bastante más grueso que su predecesor (que solo era una chapa negra de 5mm) proponiendo una cornisa de madera lacada en blanco de exactamente 8,4 centímetros de espesor, pensada para recibir la base cuadrada de una serie de apliques tubulares que iluminan arriba y abajo techos y suelos por igual.
Bajo este nuevo nivel encontramos primero el mueble central de madera de roble que se extiende en curva a lo largo de la planta escondiendo tras él las distintas habitaciones del piso. Nuevamente el mueble central hace de biombo entre lo público y lo privado y une longitudinalmente la sala de estar con la habitación polivalente y el balcón posterior atravesando la cocina. En segundo lugar, una secuencia de tres volúmenes entendidos como tres piedras de mármol tallado, sirven para alojar las zonas húmedas del proyecto: de un lado la gran cocina abierta y del otro los dos baños gemelos. Entre todos los cuerpos se dibuja una grieta que atraviesa la planta uniendo la fachada principal con la galería del patio de manzana. Así se logran visiones cruzadas y una mayor entrada de luz natural a la vez que se desdibuja el pasillo central original para acabar unificando todo el espacio.
La selección de materiales naturales en crudo: roble, mármol blanco y latón, obedece a la voluntad de permanecer neutral ante la exuberante y colorida ornamentación modernista del piso. Sencillamente se ha optado por un fresado vertical, aplicado por igual sobre el mármol y madera, que alterna las superficies lisas y brillantes con las texturas rugosas y mates. Así se dota de mayor profundidad y sombra al conjunto para que se aprecien mejor los volúmenes en detrimento de los planos. A nuestro entender un sutil grado de sofisticación técnica en lo que ha sido una intervención que por lo general se deseaba sobria y discreta para no discutir el carácter modernista del piso.
En la misma línea, tanto el mueble central como las cajas de mármol se alinean o vuelan sobre los pavimentos de mosaico, evitando en todo momento el contacto para no interrumpir las cenefas, entendiendo una vez más los mosaicos Nolla como alfombras engarzadas en el pavimento de madera perimetral que los rodea.
El centro de gravedad del proyecto es sin duda la cocina. Situada en el centro de la planta literalmente dentro de una gran piedra de mármol, ha sido delicadamente tallada como una escultura abierta a la luz natural proveniente de la fachada. Bajo el techo fresado, el volumen se apoya solamente sobre el perímetro de roble para no pisar en ningún momento los mosaicos. Es un espacio totalmente abierto alrededor de una gran isla de mármol, que conecta las zonas más públicas del salón, comedor y office con la entrada principal y el resto de la casa sin recurrir a puertas o paredes.
Un proyecto para un piso del Eixample debe recuperar y ensalzar sus valores y virtudes originales a la vez que está obligado a introducir nuevos elementos que dialoguen con el pasado de una forma tan singular, sorprendente e innovadora como discreta, flexible y respetuosa. Una intervención siempre al servicio de las personas que vivirán en el piso, propiciando la vida que debe ocurrir en su interior.