24.11.2022

Casa en Xalapa

Pensada para una familia en crecimiento, la casa propone una forma de habitar que parte de un diálogo continuo con el paisaje en el que se emplaza.

Su oscuro exterior le otorga solidez, al tiempo que evoca la posibilidad de una formación esculpida para albergar un hogar en su interior. Algunos gestos formales complementan esta sugerencia, como las entrecalles que seccionan el volumen a modo de grietas o las ventanas que aparecen esporádicamente, con un ritmo balanceado, en distintos puntos de los muros. Asimismo, su recorrido propone un juego cambiante de luz y sombra al entretejer caminos que se cierran, se abren, se angostan o se ensanchan y terminan por desembocar en espacios abiertos que garantizan tanto aire libre como privacidad.

Terrazas y ventanas son las que permiten, a su vez, establecer una conversación permanente y cambiante con la frondosa vegetación que rodea el terreno. En el ecosistema de la arquitectura, las plantas cobran un rol protagonista, estableciendo una relación simbiótica similar a la que el musgo o el amate acuerdan con la roca. Desde adentro, las ventanas –que adoptan distintas formas y tamaños– se convierten en aperturas que enmarcan elementos naturales, invitan a mirar el color verde y bañan de luz los espacios de vida. Al mismo tiempo, estas ventanas confunden el umbral que separa interior y exterior, generando en cambio una sensación de amplitud expandida. Desde afuera, una vez rebasadas las plantas que rodean y esconden la construcción como a un valioso objeto olvidado al fondo del baúl, las ventanas ofrecen vistazos fugaces de la vida, apenas un puñado de sugerencias de lo que transcurre a diario. De noche, la casa se pierde en la oscuridad. Lo que queda son pequeños huecos de luz alumbrando un conjunto de cuadros cotidianos.

Si, visto desde afuera, lo que domina es el tono rocoso de los muros, así como el verde de la vegetación, dentro, la madera cobra un rol esencial. Aparece en vigas, en libreros y closets o en los muebles en donde se desarrollará el día a día del hogar: la silla, la mesa, la cama, la puerta. Además de generar calidez al interior, el uso de la madera establece una conversación más con el paisaje. El pino vuelve a sugerir que es éste quien dicta las claves mismas para un habitar duradero capaz de anclarse en su territorio. Su tonalidad clara se une al negro del exterior, al verde de las plantas y al rojo de los marcos como los colores más visibles. La presencia módica del último de ellos, el rojo, contrasta llamativamente con los otros tres, como una flor, buscando que la paleta articule un conjunto equilibrado capaz de mimetizarse con su alrededor.

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En este sentido, se propone una idea del habitar cimentada en las características, condiciones y recursos del territorio. Asimismo, la arquitectura está pensada para que el tiempo haga su trabajo sobre lo construido: que las plantas crezcan, que los muros humedezcan, que el volumen se identifique cada vez más con su alrededor. Establece una filosofía del construir en donde la obra no concluye (apenas comienza) en el punto en el que la casa empieza a vivir.

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