17.8.2018

Ático C47

Constantemente intento mirar la arquitectura desde fuera de la burbuja de su conocimiento. Desde ahí se ve un común dilema entre cómo quiere vivir la gente y cómo se quiere proyectar arquitectura. Y en ese debate, unos reprochan falta de interés general por la cultura arquitectura (la cultura que nos cobija); otros achacan tener que justificar cómo quieren vivir o qué gustos tienen que tener. En medio de esa encrucijada, siempre se alza una voz que dice que la arquitectura se expresa en un lenguaje que no facilita nada esa comunicación.

Lo que está claro es que la arquitectura tiene que hacer feliz a quien la habita, y además, tiene una responsabilidad con su tiempo. Es parte del buen proyectar el ser capaces de entender las ilusiones de las personas, y estar a la altura de ellas, ya que un hogar no sólo es la mayor inversión en la vida de alguien, sino la materialización de sus sueños de infancia. «Cuando sea mayor, quiero vivir así». Y será tarea de los arquitectos ser magos de llevar eso al plano físico, acompañados por todo su conocimiento. Los mejores hogares de la historia de la arquitectura han tenido a un gran cliente al lado. El proyecto de reforma del Ático C47 por parte del estudio valenciano El Tejado Azul es un perfecto ejemplo de cómo ese equilibrio existe y define una buena labor de arquitectura. Este buen ejercicio de proyectación, con una fina y cuidada ejecución material en sus 100m2, se ubica en barrio de Ruzafa, en el Ensanche de la ciudad de Valencia.

La reforma comienza por un desmantelamiento casi total del sistema de divisiones de la anterior casa, creando una tabula rasa en búsqueda de la mayor expresividad y ligereza de espacios. Este momento del proceso, cuando el contenedor se hace patente, cuando se puede entender el vacío tridimensional, inevitablemente influye y altera las preconcepción del proyecto, y las intenciones de los arquitectos junto con las de los clientes toman forma y ocupan el papel en blanco.

En ese proceso de retroceso a lo radical de lo constructivo se retiran del mismo modo cerramientos, como el que rodeaba la terraza (con apariencia más bien de pequeño patinillo), además de la piel del sistema estructural de pilares con vigas descolgadas. «La condición por parte del cliente fue que los materiales fueran muy expresivos y honestos hasta llegar a su forma casi bruta. Los nuevos materiales son el hierro natural y la madera de pino», explica Cristina Cucinella, arquitecta del estudio. A estos nuevos materiales se les suma el hormigón visto, sacado a la luz de la estructura original.

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La nueva organización de la vivienda será secuencial, eliminando cualquier posibilidad de espacio residual, reduciendo lo espacial también a su máxima sinceridad: una estancia te lleva a la siguiente, sin pasillos, sin distribuidores, empleando como únicos conectores la luz y la materialidad, y como divisores, la gradación de usos. Esta nueva distribución marcará una clara división entre zona de día y zona de noche a través de un volumen central donde se situarán el estudio y el baño, como una pieza neutra, intermedia. El acceso se hará por la zona de día, directamente y de manera poco habitual, a la cocina. Al final de la casa, en el lugar más tranquilo, los dos dormitorios.

Comenzando el recorrido, la primera sensación es la hegemónica presencia de la cocina; ésta será el corazón de una zona diurna en «L» que abraza a la luminosa terraza, ahora liberada de los muros que la rodeaban, complementada con comedor y salón. No es casual que Quique, uno de sus propietarios, sea un apasionado de la gastrionomía, y que de manera interiorizada haya deseado que la pieza sobre la que graviten los espacios más vivideros sea la potente isla de la cocina y su continuidad en mesa de comedor, mientras que en el ángulo se sitúa la zona de estar. El espacio diurno funciona así como una vivienda patio, que distribuye por su propia geometría en dos partes diferenciadas sin necesidad de divisores, al integrar la terraza existente.

Desde aquí parte un plano continuo de almacenamiento, correspondiente al muro medianero, que atravesará y conectará toda la casa. En la cocina-salón será una estantería de madera de pino; al cruzar la puerta pivotante que separa del volumen central se convertirá en los armarios y espacios trastero. En este centroque hace de charnela, la zona de estudio y baño se neutraliza, mostrándose en un bicromatismo blanco-negro marcado por la materialidad. Grandes planchas correderas de hierro cierran el almacenaje, sobrepasando sus límites y prolongándolos más allá, hasta la estantería de madera en un extremo, y hasta los dormitorios en el otro.

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Al fondo, el espacio nocturno se abre al amplio patio de manzana, elemento muy característico del urbanismo del ensanche, inundando de luz los dormitorios. En esta zona de la vivienda se potencian los umbrales, trabajados con volúmenes de madera que dan paso a los vanos: casi como un juego de niños, sendas cajas de madera hacen de «balcón interior», salvando las irregularidades de la planta y creando un habitáculo dentro del habitáculo. El pavimento, también de madera pero de una blancura que potencia la luminosidad de los dormitorios, se orienta siguiendo la línea de la medianera y el recorrido de la luz.

La intervención de El Tejado Azul es sencilla, lógica, sincera. Al mismo tiempo, resuelve las necesidades de sus clientes, y también sus deseos y caprichos. Pero no sólo eso… tiene algo más. Te puedes imaginar abriendo puertas secretas, refugiándote un día de humor raro con un libro en una de sus cajas de madera. Este hogar hace feliz a quien vive allí, se puede encontrar la ilusión de una vida resguardada en sus estancias, y ése es un material que la arquitectura jamás debería olvidar.

 

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