12.8.2015
Homenaje Scalae a Rubén Cherny
Charlar con el arquitecto Cherny es como iniciar la conversación y darse cuenta de que es necesaria más luz. Interrumpir, entonces, con el fin de colaborar a abrir al máximo las ventanas, descorrer las cortinas, eliminar todo aquello que pudiera estorbar la necesaria claridad.
Tanta es la luz y la voluntad de un rigor honesto que al poco de reiniciar la conversación el interlocutor podría pensarse de paseo por la Pampa. La estancia ha desaparecido, los límites construidos se han disuelto en favor del recuerdo y la voluntad de un espacio colectivo, sin propietarios ni linajes: verdaderamente de todos, en el que las oportunidades marcan la igualdad y el conocimiento el potencial. Así de sencillo y así de complejo, tan humilde como atrevido, tan urbano y tan literario. Puro Borges. Limpiamente americano.
De chico, ese paisaje me resultaba tan grande que superaba mi capacidad de mirar. Por eso inventaba ventanas para verlo, para asirlo. El horizonte circular hablaba de la eternidad. Pero, paradójicamente, esa inmensidad era para mí un encierro. Según Borges, la vastedad no está en la percepción sino en la imaginación.
Me gusta pensar el paisaje como un texto. En el paisaje natural leemos nuestros vínculos primarios como especie y en el paisaje urbano leemos nuestros vínculos sociales. A los 13 años me mudé a la Capital para hacer el secundario en el Colegio Nacional Buenos Aires, lo que fue traumático y a la vez enriquecedor. Pasé, sin tomar demasiada conciencia, de un texto al otro; de aquel paisaje, al que Hudson llamó la tierra purpúrea, porque estaba coloreado con sangre de la colonización, al paisaje de la ciudad, también coloreado por otras luchas. La complejidad de lo urbano me encandiló.
Los dos textos, confrontados, hablaban de lo mismo, lo que hoy llamaría una dimensión americana. Tal vez, la arquitectura era una forma de pensamiento capaz de abordar esas cosas.
una gran orfandad…
Mi padre influyó en la decisión de ser arquitecto. Hace poco que lo sé. Murió cuando yo tenía nueve años pero me dejó un mensaje a través de la casa que construyó en La Pampa, donde me crié con mis hermanos. Era un chalet normal, grande, de una estética muy despojada, a la que le incrustó una larga casilla de madera que había sido su vivienda de contratista de arado y siembra en aquellos campos duros del Sudoeste de La Pampa.
La casilla era un camarote longitudinal con un diseño tipo ‘Mecánica Popular’, con cuchetas rebatibles y cocinita; era la habitación que compartía con mis hermanos y, ocasionalmente, con mis primos. Había que subir medio nivel desde el estar por una escalera corbusierana. El muro divisorio con el estar era de un revoque terso que tenía una saltadura que brillaba en la tremenda oscuridad que sobrevenía al apagar el farol ‘sol de noche’. Por momentos ese brillo se confundía con los bichitos de luz. Ese revoque color arena y ese gesto afectivo de una morada en otra fue, tal vez, mi primer contacto con la idea de arquitectura. El paisaje de la infancia también influyó en mí, quizás por oposición. No tengo antecedentes familiares, no hay ningún arquitecto en mi familia, aunque intuyo que mi padre era bastante arquitecto. Quizás por eso nuestro estudio no se armó en base a contactos y básicamente la mayoría de nuestros trabajos son resultado de concursos. Todo fue producto de una gran orfandad. Recién en tercer o cuarto año de la facultad, cuando empecé a trabajar en los estudios, entendí de qué se trataba verdaderamente la arquitectura.
Ahora veo eso mismo en mis alumnos. A veces me dicen que sienten que pierden el tiempo y yo les respondo que pierden el tiempo si vienen sólo para conseguir trabajo y no para adquirir conocimientos. En una universidad pública, gratuita, existe la obligación de construirse intelectualmente, de entender a la arquitectura como un acto de resistencia que nos aleje de la presentificación, la estupidización, de tanto pragmatismo sin sentido. El compromiso es pensar y saber. Cuanto más sabe uno, más libre es. Esa queja es menor hoy porque hay trabajo, pero el objetivo es el mismo: la construcción del pensamiento. Antes existía algo llamado ‘Movimiento Estudiantil’, los estudiantes eran concientes de que había un compromiso y que la universidad es un proceso de auto-educación, que los profesores somos accidentes en su carrera, había una conciencia de que la universidad son los alumnos. Ahora eso ha cambiado y también ha cambiado la profesión, que fue penetrada por el neoliberalismo, por la tecnocracia. Ha habido una violación, en el más estricto sentido de la palabra, y fue una violación consentida.
sin mandatos ni estereotipos…
Hemos confundido cultura con entertainment y arquitectura con espectáculo. Se ha optado por el culto a la competencia, a los resultados, al consumo, a las estadísticas. Es un tren en marcha del que es imposible apearse como no sea para perderlo, un salto adelante que no admite volver la vista atrás para ver todo lo que dejamos, y lo hemos aceptado. Poner esto sobre la mesa te permite resistir y proyectar sin mandatos ni estereotipos, aunque sea acotadamente. A veces te sorprende encontrar que tu cliente te acompaña o lo acompañás a él en la oposición a la manipulación, la estandarización, la gesticulación, a confundirnos con culturas y realidades tecnológicas diferentes.
En general hay una adhesión ciega a las estéticas exitosas. Ese es el pensamiento colectivo. En ese sentido, el desafío de los arquitecto no es diferente del de los médicos, los periodistas o los industriales. Y ese desafío debe entenderse dentro de la realidad del mercado. Es absurdo suponer que se puede actuar fuera de las condiciones socioeconómicas en que nos movemos. Desde que éramos alumnos, proponíamos que los profesores fueran los titulares de los grandes estudios, especialmente los que trabajaban con las multinacionales, y eso no nos producía ningún conflicto. Si querés transformar algo tenés que conocerlo. Hay un pensamiento individual, el acto de introspección que finalmente determina quién sos. La experiencia de la arquitectura es íntima y a la vez social. Es ahí donde aparecen las diferencias entre tu ética individual y la ética social o política, que muchas veces es sinónimo de corrupción. Se trata de descubrir algo que ya está en la arquitectura. Hay una cortina y hay que correrla para que lo que está del otro lado, en la arquitectura misma, pueda hacerse presente. No estoy generalizando ni idealizando, es una experiencia muy concreta y personal. En el acto creativo nos descubrimos a nosotros mismos. Entonces, uno se siente libre y tiene miedo, porque asiste a su propia intimidad preñada de infinitas cosas: padre, madre, barrio, hijos, amores, ilusiones, soledades. Hay un punto de foco para cada proyecto, una intensificación del presente, que nos da la conciencia de estar vivos, realmente vivos aquí y ahora. Es, en el sentido más directo, una experiencia física, una inserción en el mundo sensual.
el lugar de la ilusión…
Retomando el tema de mi infancia, pienso que ahora sigo abriendo ventanas para entender la realidad. Creo que la obra de un arquitecto consiste en la construcción de un pensamiento y la continuidad de ese pensamiento siempre en construcción.
Pero también se trata de la construcción de una mirada, una mirada en profundidad que es hacia adentro y adelante. Para Borges el hecho creativo es la inminencia de algo que no se produce. El proyecto de arquitectura es siempre lo que está por ser. Es el lugar de la ilusión. Cuando proyectamos, hay algo más allá que nos fascina y, cada vez que creemos alcanzarlo, se nos escapa. Porque el proyecto no es sólo lo que es, sino lo que toda vía no es, lo que puede llegar a ser. Se apoya sobre un hueco. Es Alicia que sueña con el Rey Rojo que está soñándola.
El proyecto es un Aleph, un pensamiento que siempre está incompleto, afortunadamente. Por eso, desde que somos estudiantes, llegamos a último momento a las entregas, porque es un pensamiento infinito, siempre hay un paso más, aún hoy sigo proyectando los edificios que ya terminé. Esto no es muy práctico, pero es el erotismo del trabajo con la arquitectura.
Más bien hay un lugar, una zona donde ocurre. Es un espacio de intimidad. Lo opuesto a un espacio vacío. Ocurre en el taller, en la casa, en el colectivo, comprando el pan. Al terminar el día, lo que importa es esa cosa a la que uno se ha aproximado o que casi ha perdido y que tiene que ver con el proyecto que estás haciendo, pero más aun con tu proceso personal. La abstracción y la introspección no tienen porqué quitarnos eficiencia y precisión, sino todo lo contrario. Diría que es lo que define tu profesionalidad. Precisamente es lo que te hace concreto al momento de la producción.
respuestas muy ajustadas…
Un estudio de arquitectura es un espacio de investigación, de experimentación y primordialmente de construcción del pensamiento. Con Berto venimos haciendo esa construcción desde hace 30 años. Estamos los dos, codo a codo en cada proyecto. Hemos recibido el aporte de muchos socios y arquitectos que pasaron por BBRCH, que significa Berto Berdichevsky – Rubén Cherny. Y especialmente el aporte de un equipo muy afianzado, muchos de ellos exalumnos nuestros. El armado del equipo forma parte de esa construcción. Fuimos aprendiendo con el país y también junto a los clientes, explicándoles que no sólo construiríamos sus sueños, sino también los nuestros. La vida del estudio ha dependido de los concursos y la verdad es que nos ha ido bien. Son un modo de conseguir trabajo y de construir el equipo. Hoy somos un estudio de prestigio, pero si ganamos un premio les digo a los chicos del estudio que el que se la creyó está listo. Supongo que una de las características de nuestro estudio es la capacidad de dar respuestas muy ajustadas y con gran rapidez.
Después de tantos proyectos, programas y definiciones, el programa es uno mismo. Y aunque parezca extraño, tu programa interior suele coincidir con el de tu cliente más de lo que te imaginabas. En eso reside también la capacidad de abstracción y de síntesis, en el encuentro con el otro, hacia fuera y hacia adentro del estudio. La arquitectura es un significante, debe permitir que cada quien le otorgue significaciones propias, lo que es coherente con la idea de una arquitectura no recargada, no figurativa, que pueda ser fecundada por el que la recibe.
Es difícil percibir esto al principio y aun hoy siento que al comenzar un trabajo uno no sabe muy bien qué está haciendo. Pero está alerta contra soluciones fáciles, autoengaños, tentaciones o simplificaciones. Se trata, por supuesto, de alcanzar mucha precisión, pero eso no quiere decir que sepamos en todo momento qué estamos haciendo. Ese proceso es siempre no verbal. Quiero decir que no tiene un ordenamiento lingüístico. Tampoco estrictamente lógico. Es un coronamiento. Una corrección constante donde los desvíos indican el camino. El proceso de la escritura es similar: corrección de palabras, ideas, ubicación y pulido del texto. Y un pensamiento emparentado con el del psicólogo, que se pregunta: “¿qué me quiere decir esta persona con lo que me está diciendo?”. El arquitecto se pregunta “¿qué necesita esta persona con lo que me dice que necesita?”. Hay una interpretación, una mediación intelectual anterior al programa.
mirar la realidad de frente…
En todo proceso de esclarecimiento hay ilusiones, contradicciones, pasiones, utopías… uno tiene que jugar con todo eso y aun saber decir que no. Yo sé que el proceso de diseño es tan atractivo que, si me pongo a diseñar una silla eléctrica, inmediatamente voy a estar diseñando la mejor manera de inmovilizar a un tipo y calzarle el asunto en la cabeza. Pero ahí hay una primera decisión ética que tiene que ver con aceptar o no. La segunda cuestión ética es hacer lo mejor para aquel que contrata tus servicios. Y lo mejor no es una suma de óptimos sino encontrar un equilibrio, una armonía. Mirar la realidad de frente, no ser de esos intelectuales que se ubican exactamente en el lugar por donde la historia no pasa. No agregar a la crisis objetiva que tenemos la crisis subjetiva de no entender. Hay cosas que, de tan familiares, terminamos por no ver. Asociamos inevitablemente nuestro vínculo con la arquitectura a los ámbitos que habitamos de chicos. Tengo la sensación que eso determina tu postura estética frente al mundo. En mi caso frente a la globalización, frente a Internet, frente a mí mismo, pienso que tengo una idea demasiado utópica de la arquitectura.
Me refiero a una idea paradójica, como que de pronto aparezca, entre los shoppings y las torres, una arquitectura que en algún punto invite a las personas a separarse del flujo, a dejar de consumir, de desear consumir, a detener la maquinaria. Una revolución íntima, aunque sea por un instante.
el estado dejó de actuar…
Aquí, en Buenos Aires, el estado dejó de actuar durante mucho tiempo y se entregó al mercado, entonces la gestión de la ciudad quedó en sus manos. Antes, digamos hasta hace 50 años, la gestión urbana era la lentísima constitución histórica de los ciudadanos, una construcción de generaciones y el estado estaba consustanciado con eso, defendía la cosa pública. Eso ha cambiado, la gestión de la ciudad hoy está primordialmente en manos de grupos privados. Si bien hay privados bien intencionados dirigidos por gente culta, el estado no puede abandonar esa responsabilidad. La rentabilidad no puede ser el único parámetro. Hoy se habla de ‘recuperación’ de barrios degradados, pero en realidad debería decirse ‘reapropiación’. No son los mismos sectores los que se benefician con una recuperación sino que se produce un cambio de mano.
sentido del humor…
A un estudiante que recién se recibe, le recomendaría que se incorpore a la experiencia de un estudio mientras esta cursando la carrera. Tiene que hacer concursos y, si puede, incorporarse a un estudio que esté trabajando activamente en el mercado. Yo aprendí mucho trabajando en estudios grandes. A nuestros empleados se les pide algo práctico, que manejen las herramientas de trabajo -que no sólo es el dibujo con computadora- con ganas, que sean serios, que les interese la arquitectura, que sepan verla y, especialmente, que tengan sentido del humor.
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