12.1.2009
Vientos de cambio
Trabajar o escribir ante una ventana cubierta de plantas enredaderas; ver la luz del sol extenderse sobre el suelo; estar de pie mirando a través de la ventana; poder ver el paisaje, la vegetación o los árboles mientras se está sentado; acceder fácilmente a nuestras pertenencias sin advertir su presencia constantemente; leer en la cama; sentarse cómodamente y poder hablar sobre una velada; disfrutar de buenos niveles de ventilación en verano; bajar persianas de madera en invierno.
Alison y Peter Smithson realizaron esta enumeración de detalles acompañados de dibujos hechos a trazos, listados bajo el título ‘Pequeños placeres de la vida’, ilustrando un artículo que reflexionaba sobre las transformaciones sobre la forma y el espacio de las viviendas modernas que se publicó en 1957. Deleites que encapsulan una concepción ideal y armónica de la arquitectura que debe servirnos para habitar y que suenan altamente seductoras para estos tiempos en que el reencuentro con la sencillez ha sido convertido en un concepto de moda, pero que hoy -tal como los Smithson lo hicieron- debemos entender y proclamar fundamentalmente como la afirmación de una convicción firme y profunda acerca de cuál es la función primordial de la arquitectura.
La creencia en esos principios es la responsable del edificio de 27 viviendas para jóvenes en Barcelona y el Hotel Aire de Bardenas (Tudela), dos obras realizadas por Emiliano López y Mónica Rivera y que han recibido en 2008 el Premio FAD de Arquitectura y el premio Internacional para Arquitectura Emergente otorgado por la revista Architectural Review de Londres respectivamente, y en las que vibra de manera clara una sensibilidad que calladamente exuda como primer valor la fuerza de una honestidad que parece instintivamente buscar como primer principio aquel talento que los Smithsons admiraban en Le Corbusier: saber hacer de la necesidad disfrute de uso, trabajando aferrados a un sentido común que es consciente de la obligatoriedad de hacer de cada arquitectura una forma de suave y accesible lirismo, incapaces y sobretodo desinteresados de agarrarse a caprichos o fatuidades para hacer de ellas pretextos o falsos experimentos que pueden transformar en entidades yuxtapuestas a individuo y edificio.
Su arquitectura opta por adecuarse a los principios que la hagan ser algo hecho a medida y necesidad de lo humano; que elige ligarse y aprovechar las condiciones del entorno para ajustar nuestras rutinas a los ritmos de la luz, de las estaciones, de las imágenes que nos rodean… para gozar a través de lo construido de un bienestar comprendido como apacibilidad para los sentidos y el espíritu y que, desde ese disfrute, convierte la relación del individuo con la arquitectura en una vivencia integral, no limitada a ser un mero acto funcionalizado, anestesiado, del habitar.
Esto es algo evidentemente perseguido y notablemente logrado en el edificio de viviendas sociales en Barcelona, un proyecto para el Institut Català del Sòl que plantea una ruptura con los estereotipos sobre la concepción y uso de la vivienda a través de la reflexión minuciosa sobre las necesidades cotidianas de una persona joven hoy. Reivindicando la factibilidad de lograr una vivienda social eficiente y dotada de buenas cualidades espaciales, han recuperado en este proyecto elementos propios de la arquitectura vernácula mediterránea evidenciando su vigencia y han planteado una diversidad de espacios que prolongan el ámbito privado en diferentes ambientes públicos y semi-públicos que redefinen el sistema doméstico a partir de esas posibilidades de uso del interior y el exterior.
La responsabilidad respecto a lo social adquiere en el trabajo de Emiliano López y Mónica Rivera su propio modo de definición, que posiblemente haya que comprender vinculada a su aproximación a este proyecto como realizado ‘de dentro hacia fuera’, algo que puede interpretarse como una concepción del individuo y lo humano como principio básico para producir una arquitectura que sirva positivamente a la sociedad.
Los apartamentos del edificio de viviendas poseen de base la misma delicadeza y amable elegancia de los interiores del Hotel Aire de Bardenas, una construcción que se desarrolla en planta baja, tratando que la monocromía de las estructuras cúbicas prefabricadas que lo conforman no destaque entre la impactante serenidad del paraje desértico donde se ubica, ofreciendo a los usuarios ambientes despejados, sencillos y silenciosos que les acerquen a la belleza austera y rural del paisaje.
Los tiempos en arquitectura son cíclicos. Los vaivenes, tanto económicos como culturales, son determinantes de los modos y las tendencias que deben seguirse, a las que algunos pocos se resisten y plantan cara. Que un premio como el FAD recaiga sobre un edificio de protección oficial muestra a las claras un cambio de ciclo, más aún cuando el premio se otorga a unos arquitectos que no pertenecen a la línea mediática (entre los finalistas figuraban algunos de ellos, presentando edificios fastuosos) y que hacen de su trabajo un acto de proclamar el agotamiento de la objetualidad, la necesidad de volver a entender que arquitectura y usuario son conceptos necesariamente complementarios y no contrapuestos.
El doble reconocimiento a estos arquitectos no es mera casualidad: probablemente que este año se hayan llevado estos galardones sea un signo dictado por este incipiente cambio en la dirección de los vientos. Emiliano López y Mónica Rivera materializan el progresivo acontecimiento de un cambio silencioso hacia una arquitectura comprometida, que retoma un modelo social entendido de manera profunda y amplia, la cual se había perdido deliberadamente bajo los fastos de la tecno-posmodernidad puesta al servicio del poder y de la prensa arquitectónica en detrimento de aquella otra arquitectura pensada para el ser humano. Y es preciso enfatizar, ante esas súbitas y oportunistas conversiones o esas proclamas que argumentan estos principios como innovación que ya están emergiendo y emergerán, que su modo de hacer refleja una postura consistente, ya patente desde sus inicios, fruto de un trabajo firme y una lectura del tiempo y de la arquitectura a la que no le interesa ni le ha interesado casarse con las modas.
Tienen la capacidad de hacer edificios sólo aparentemente simples, pero producto de una compleja y sutil elaboración mental que les libera de la necesidad de revestirla de artificios intelectuales o estéticos. Repensada desde la sensibilidad del espíritu más contemporáneo, en estos dos edificios, se presiente la revivificación de la esencia de esos principios que no requieren de maquillaje, puesto que se construyen de arquitectura pura.
Fotografía: José Hevia