21.10.2025
Pilares

Concurso para la torre del Chicago Tribune (1922). Fuente dibujo de Adolf Loos
En el octavo círculo del infierno de Dante, en las fosas de Malebolge, residen los fraudulentos. Allí, en la décima bolgia, se castiga a quienes en vida falsificaron metales, dinero o palabras, y junto a alquimistas, falsificadores e imitadores, tienen un hueco aquellos que en vida osaron confundir deliberadamente los pilares con las columnas, desoyendo las voces que les advertían de las sustantivas diferencias entre ambos elementos. Como señala Dante, “en el Infierno se encuentran quienes justificaron sus pecados y no se arrepintieron”,1 y así, aquellos que desfiguran la realidad encuentran castigo a tal afrenta.
No podemos quitar gravedad a esta confusión premeditada entre pilares y columnas. Si uno empieza por permitirse una pequeña sinonimia sin aparente trascendencia, pronto no le da importancia a proyectar una columnata fingida en Les Espaces d’Abraxas y a abrazar el posmodernismo, y se acaba por la inobservancia del día del Señor y por faltar a la buena educación.2
En arquitectura, pocos elementos puede haber tan dispares como las columnas y los pilares. Los primeros representan la voluntad de epatar, el anhelo febril de evidenciar una belleza recargada e impostada; serían una masterclass de maquillaje en un local de polígono industrial. En cambio, los pilares se limitan a cumplir con su función sustentante en silencio, sin entorpecer con murmullos la tesis de la arquitectura.
Leé la nota completa en > VEREDES