26.3.2012

Objetivo: China

Personalmente, no creo en absoluto en el premio Pritzker, ni tampoco en la mayoría de los premios: no puedo tomarme como necesariamente válida o creíble la elección de nadie como campeón de la literatura, el cine o la arquitectura. El Pritzker, en particular, me resulta caprichoso por ser un premio avalado por la cadena de hoteles Hyatt y otorgado por un jurado del que me interesaría conocer con mayor claridad cuáles son los criterios mediante los que ha sido designado.

No obstante, y pese a mi total descreimiento, es un premio frente al que no me mantengo indiferente y sobre el que considero inexcusable reflexionar porque su trascendencia es incuestionable. Una trascendencia que no debe interpretarse como la intensa repercusión mediática del nombre del galardonado anual (actualmente amplificada por las redes sociales y la inmediatez de las publicaciones arquitectónicas on-line) sino por la indudable influencia que, mediante el pretexto de la obra de su laureado, ejerce el Pritzker sobre el estado ideológico de la actualidad arquitectónica.

Sirvan estas opiniones como base desde la que planteo mi reflexión sobre la elección de Wang Shu como último laureado con el premio Pritzker. La decisión del jurado ha roto este año indiscutiblemente con todas las predicciones posibles, usualmente enfocadas sobre una lista de potenciales aspirantes que se ajustan de manera más literal a la premisa fundamental del galardón (“honrar a un arquitecto vivo cuyo trabajo construido sea una combinación de las cualidades de talento, visión y compromiso que haya producido coherentes y significativas contribuciones a la humanidad y al entorno construido mediante el arte de la arquitectura”), convirtiendo así a este Pritzker más bien en premio a un valor emergente.

Fréderic Edelmann y Jéremie Descamps señalaron en su catálogo para la exposición Positions. Portrait d’une nouvelle géneration d’architectes chinois el dato de que Wang Shu es el arquitecto chino que “resulta el más fácil de entender desde el punto de vista occidental”, detalle que no pasó por alto a las autoridades de su país, que le eligieron para representar a China en la Bienal de Arquitectura de Venecia de 2006. Ese dato revelador sobre la cierta preferencia de las autoridades chinas a Shu vendría sin duda a corroborar la impresión de la concesión del Pritzker a Shu era, de hecho, un reconocimiento y asentimiento al creciente poder global de China. Impresión que estas declaraciones de Thomas Pritzker no hacen sino confirmar tácitamente: “Que un arquitecto chino haya sido seleccionado por el jurado constituye un paso muy significativo en el reconocimiento del papel que va a jugar china en el desarrollo de los ideales arquitectónicos. Además, en las próximas décadas el éxito de la urbanización china será importante para China y para el mundo… Las oportunidades sin precedentes de China para la planificación urbana y el diseño desearán estar en armonía tanto con las prolongadas y extraordinarias tradiciones del pasado y con sus futuras necesidades para un desarrollo sostenible.

En El País, Anatxu Zabalbeascoa señaló que la elección de Shu hacía de éste ‘el Pritzker más político’. Sin embargo, y destacando ante todo el rigor y la calidad de dicho artículo, discrepo en esa observación. Creo que si se mantiene el superlativo pero se remplaza el adjetivo ‘político’ por ‘comercial’, la afirmación resulta más realista. El premio Pritzker ha sido estos últimos años la evidencia de la imposición y hegemonía de un concepto neoliberal de la arquitectura que se ha concretado en la proliferación indiscriminada de edificios-objeto basados a partes iguales en la ambición de políticos y arquitectos. Agotados casi todos los nombres de la oligarquía arquitectónica y un premio que ha oscilado en los últimos años entre las figuras fulgurantes o las figuras más políticamente correctas según el momento, y siendo obvio el colapso de un modelo arquitectónico en un “primer mundo” (Europa y EE.UU) ahora en sus horas económicas más bajas, el Pritzker parece haber considerado que era oportuno abrirse a nuevos mercados y cambiar signos de tendencia.

Gran parte de los star-architects y muchos otros arquitectos han usado a China como el nuevo El Dorado. Allí, muchos de los laureados con el Pritzker no dudaron de abusar de la ‘libertad’ que otorga un gobierno de corte autoritario para contribuir al desarrollo de la arquitectura construyendo obras mastodónticas con mano de obra casi esclava; o bien aprovecharon la pujante coyuntura para beneficiarse mediante estrambóticas ocurrencias, como la de Herzog & de Meuron en asociación con el artista Ai Wei Wei (¿disidente real o artista-disidente para consumo occidental?) para realizar ORDOS 100, una macrourbanización para nuevas fortunas (proyecto en el que Shu formó parte del comité de selección y en el que, por otra parte, no fue invitado a participar ningún arquitecto local). Tocaba ahora un espaldarazo a la arquitectura china hecha por arquitectos chinos y asegurar la continuidad de los intereses del neoliberalismo.

El premio Pritzker ha sido estos últimos años la evidencia de la imposición y hegemonía de un concepto neoliberal de la arquitectura que se ha concretado en la proliferación indiscriminada de edificios-objeto basados a partes iguales en la ambición de políticos y arquitectos. Un modelo que, agotadas por razones obvias sus vías en Europa, deja atrás el efímero delirio de los Emiratos Árabes y traslada sus miras a la nueva potencia económica. Rem Koolhaas sugería hace años que el arquitecto de éxito era quien abría nuevos mercados, una idea que partía de una visión indudablemente neocolonialista a su manera. Ésa es la razón por la que considero que el reconocimiento a Wang Shu con el Pritzker debe quizás entenderse como una evidente estrategia de los intereses económicos y políticos: un acto de acuerdo y conciliación para con el régimen chino. Ante el desangrado de un modelo, la toma de decisión del Pritzker puede interpretarse no tanto como una apuesta de dudoso calado propositivo sino más como una propuesta demagógica para asegurar la continuidad de los intereses del neoliberalismo. Finalmente, lo que menos importa es la arquitectura de Shu y la arquitectura en general.

Si al texto de sus actas hay que atenerse, los conceptos de valoración del premio Pritzker siempre persisten en presentar la arquitectura de cada uno de los premiados desde una perspectiva excesivamente sublimadora en su sensibilidad e intelectualidad. En el caso de Shu se ha halagado planteamiento arquitectónico concebido como unificador de tradición y futuro en la concepción tecnológica de la arquitectura, su atención a la sostenibilidad, su capacidad de aunar monumentalidad con serenidad y emoción… pero mediante argumentaciones excesivamente vagas, como las manifestadas por Alejandro Aravena, uno de los miembros del jurado: “una obra atemporal, profundamente arraigada en su contexto y pese a ello universal”. Aspectos que, de una manera u otra, han podido reconocerse destacados como distintivos de la obra de laureados precedentes. Comunes a todos ellos. Se echa por ello siempre de menos en estos documentos una reflexión crítica de mayor profundidad y responsabilidad, algo que habría sido particularmente necesaria en este caso, en el que el galardonado posee una trayectoria aún breve y lo suficientemente ecléctica como para generar razonables expectativas – en las que legítimamente cabe la duda- sobre su verdadera consistencia. Es indudable que muchos arquitectos de su misma edad se encuentran a su mismo nivel e indagando en esos mismos territorios materiales y conceptuales por los que transita su arquitectura. Por ello, y porque en este contexto, más que nunca, necesitamos arquitectos que construyan y a la vez estén sustentados por posturas políticas y teóricas más claras: No basta a apelar a ciertos gestos de la arquitectura de Shu para dar por hecho que se ha roto con la inercia de la espectacularidad banal que el propio concepto del Pritzker sustentó con una escapada hacia adelante, fingiendo la búsqueda de nuevos talentos y referencias estéticas (que no conceptuales).

Con toda seguridad mis reticencias hacia el Pritzker se deben también a mi percepción de que representa un modelo agotado, actor crucial de la fiesta que culminó en el colapso del modelo de arquitectura occidental, puesta al servicio del culto a la celebridad y que ahora hace una escapada hacia adelante a la búsqueda de nuevos talentos y referencias estéticas (que no conceptuales).

A pesar de mi desconfianza en los premios creo, sin embargo, que sí sería necesario que realmente se construya una opción válida y más creíble a este premio: una alternativa más democrática y sobre todo interesada en ir más allá del culto a la personalidad (reconociendo la dimensión de la arquitectura como un trabajo colectivo y de responsabilidad social). Un premio que incite auténticamente a una reflexión en lugar de a la complacencia en la reiteración de un discurso impuesto y que constituya algo más que un reconocimiento triunfalista, sirviendo para abrir vías de pensamiento y acción que permitan sacar a la arquitectura del atasco ideológico en que se encuentra sin dejarse seducir por las luces e intereses de lo política y económicamente correcto.

Fuente > http://www.btbwarchitecture.com/2012/03/objetivo-china.html
Versión ampliada del texto publicado originalmente en el suplemento ARQ de Clarín , Buenos Aires – 6 de Marzo de 2012

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