28.6.2021
Las Naciones Unidas evitan calladamente consecuencias existenciales, por Roca Gallery
La Tercera Guerra Mundial y el cambio climático.
Tras siglos de continuas luchas entre países, la tecnología del siglo XX incrementó de forma exponencial la capacidad destructiva de la guerra. En 1914, una disputa territorial entre potencias europeas contagió a la mayor parte del mundo, y millones de soldados y civiles perdieron la vida en el conflicto. Tras la contienda, los europeos crearon un foro para evitar una nueva guerra mundial, la Liga de las Naciones. Por desgracia, en solo 20 años la Liga fracasó y las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial superaron incluso a las de la Gran Guerra. Cuando la Segunda Guerra Mundial tocaba a su fin, los EE.UU. utilizaron bombas atómicas, y el mensaje de cara al futuro quedó claro. La Tercera Guerra Mundial podía acabar con la civilización. Churchill y Roosevelt idearon una institución más sofisticada para gestionar la complejidad de la guerra de alta tecnología. En 1945, de las cenizas de Hiroshima, los 52 países existentes y sus colonias crearon las Naciones Unidas, que incluía un Consejo de Seguridad con la potestad de imponer sanciones económicas a aquellas naciones que libraran guerras sin el apoyo del Consejo. La ONU continúa enfrentándose a numerosos desafíos, como los planteados por los refugiados y el cambio climático. Pero las normas del Consejo han evitado hasta el momento la Tercera Guerra Mundial de forma discreta.
En el año 2000, en el 50 aniversario de su fundación, la ONU se vio obligada a afrontar el deterioro de sus envejecidas instalaciones. Dado que las propiedades de la ONU son consideradas territorio internacional, el complejo no había sido inspeccionado nunca por la ciudad de Nueva York y los fondos necesarios para su mantenimiento siempre se habían destinado a causas más prioritarias. Entre tanto, las 141 colonias se habían independizado, adquiriendo el estatus de naciones. Sin embargo, las instalaciones de la ONU se habían vuelto inseguras y casi disfuncionales. Era necesario sustituirlas o renovarlas para que cumplieran los códigos internacionales, reforzarlas estructuralmente para que fueran resistentes a las explosiones en esta nueva era del terrorismo y actualizarlas tecnológicamente para que funcionaran plenamente para 193 países. El debate sobre la reforma comenzó en el año 2000, centrado en determinar si era preferible reformar las instalaciones existentes o demolerlas y construir una nueva «afirmación arquitectónica». Se tomó la sabia decisión de reciclar los edificios basándose en el respeto por la preservación histórica y por la ONU. Pero, visto en retrospectiva, también se trató de un poderoso mensaje para las generaciones futuras de que la única opción sostenible era la rehabilitación de un edificio antiguo, que conserva el carbono incorporado de su construcción original.
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