12.10.2009

La última utopía

El inicio de la construcción del museo arqueológico de Alejandría (Egipto) está previsto para comienzos de 2010. Posiblemente, como corresponde a la fascinación que todavía sigue despertando el nombre de esta ciudad fundada por Alejandro Magno en el año 331 A.C., evocando la concepción más romántica del esplendor de la Antigüedad, este edificio pudiera convertirse en un edificio a través del que pudiera formularse alguna metáfora necesaria para nuestro tiempo.

ruinas.jpg

El proyecto elaborado por el arquitecto francés Jacques Rougerie para este edificio, que se convertirá en el primer museo subacuático, aparece en el contexto presente (dominado por las exageraciones de edificios-objeto producidos antes por la obsesión en tensar al máximo las posibilidades de las herramientas tecnológicas que en construir para el individuo y las circunstancias de la realidad) como un ejemplo de trabajar desde la comprensión de que es necesario un trasfondo poético que sustente las ambiciones tecnológicas.

El edificio de Rougerie, quien desde los años 70 lleva desarrollando una investigación arquitectónica que ha alcanzado sus logros más interesantes en el diseño de construcciones submarinas, al que se accederá desde una construcción sobre tierra y desde la que se penetrará hacia la estructura submarina, donde se sitúa el centro crucial del museo, permitirá el reencuentro con los vestigios de Alejandría que quedaron sepultados bajo las aguas del Mediterráneo a finales de la edad antigua, y que han sido hallados en las investigaciones arqueológicas que se han venido llevando a cabo en la zona desde 1994. Esculturas, bloques de granito que se presumen pertenecientes a la estructura del Faro de Alejandría, restos de naufragios… Fragmentos de historia que podría dañarse irreversiblemente si salieran a la superficie y cuya preservación hace que concebir un museo subacuático no sea una mera extravagancia; y en donde esas piezas intocables, que deberán permanecer sumergidas para siempre, protegidas por paneles de fibra de vidrio, adquirirán, envueltas en agua, un aura de belleza y simbolismo seguramente únicos.

El elemento formal que distinguirá desde la superficie la presencia del edificio serán cuatro estructuras altas, representado los puntos cardinales, inspiradas en la forma de las velas de las embarcaciones que recorren el Nilo desde épocas remotas, y que simbolizarán la luz emanada por el Faro de Alejandría.

En su integridad se trata de un reto constructivo complejo, y el estado de crisis ecológica en que el mundo actual vive sumido obliga a sopesar muy cautelosamente un proyecto de este tipo que, de prosperar, idealmente pudiera constituir un planteamiento para abrir posibilidades a nuevas formulaciones de relaciones del hombre con el medio natural y cómo definirlas para asegurar un vínculo de equilibrio entre ambos.

La posible diferencia entre la visión de Rougerie y otras intervenciones en que se ha ocupado artificialmente el medio acuático sea la utopía idealista con la que este arquitecto ha imaginado mares y océanos como ‘nuevos continentes a descubrir’, alentado por la fantasía de las historias de Julio Verne, las investigaciones científicas de Jacques-Yves Cousteau y referencias de culturas con vínculos profundos con el mar.

Una burbuja, ‘una perla de aire: algo que puede resistir una presión increíble y adoptar cualquier tipo de formas, que es un enigma y a la vez una fuente de inspiración’, ha alentado siempre a Rougerie una filosofía desde la que reflexionar la creación de la arquitectura sobre tierra, bajo agua, en el espacio. La propia ambición para hacer del Museo de Arqueología de Alejandría, un lugar en el que la emoción de la vivencia resulte indescriptible ‘la manera en que el astronauta no puede compartir con nadie cómo es la sensación de hallarse en el espacio’ subyace la esencia de su búsqueda que se concreta en esos proyectos construidos de laboratorios y hábitats submarinos y otros, imaginados: la arquitectura como una exploración aventurera, desprenderse de miedos y hacer habitable lo desconocido, asumiendo este impulso como algo inherente en la evolución del hombre hacia el futuro.

La pregunta que obliga a hacerse el espíritu que guía la arquitectura de Rougerie es cómo volver a atreverse a la utopía cuando las quimeras arquitectónicas de la última década han enturbiado la posibilidad de creer en la pureza de la ambición humana y el significado de la conquista. Tal vez su obra sea el mejor testamento a aquella pasión de la imaginación y la razón.

Publicado en suplemento ‘Cultura/s’, La Vanguardia, Barcelona – Número 381

Para poder subir obras es necesario acceder con una cuenta ARQA

Para poder solicitar la creación de un grupo es necesario acceder con una cuenta ARQA

Para poder guardar en favoritos es necesario acceder con una cuenta ARQA

Para poder valorar obras es necesario acceder con una cuenta ARQA

Para poder agregar a este usuario a tu red de contactos es necesario que acceder con una cuenta ARQA

Para poder enviarle un mensaje a este usuario es necesario que acceder con una cuenta ARQA

Ir a la barra de herramientas