23.6.2009
La arquitectura en pantalla
Una esfera de la realidad se construye en la televisión. Es sin duda posible que estemos ya en muchos momentos construyendo la propia ‘realidad' desde los parámetros de la realidad televisiva.
Que cualquier acto o individuo pueda convertirse en un hecho televisivo y convertirse en un evento trascendente, en una ficción que se adhiere y se transforma en el tema de la realidad. No tiene sentido acusar a la televisión de banalizar la realidad, puesto que ha generado una forma de realidad específica, dentro de cuyos parámetros se crea parte de la estructura que define y sustenta aquello que no está sucediendo en ella.
En ese ámbito de la realidad televisiva, no estamos demasiado acostumbrados a la presencia de los arquitectos, quienes prefieren desplegarse en otros territorios de lo mediático, más especializados, más propios y en donde poder afianzar o crear un aura de intelectualidad y talento creativo; acceder a penetrar en ésta tal vez es algo a lo que sólo podría atreverse alguien tan consolidado como estrella y tan de vuelta de todo como Frank Gehry, cuya intervención en aquel episodio de ‘The Simpsons’ plagado de brillantes chistes internos ha adquirido una especie de dimensión de rareza de culto.
Como una excepción dentro de ese estado de total ausencia del arquitecto, el programa de televisión ‘El Secreto’ (Antena 3), adaptación del reality ‘The Secret Millionaire’ producido por el Channel 4 británico, debutaba hace unas semanas con un arquitecto como protagonista. El nombre de Joaquín Torres, director junto a Rafael Llamazares del estudio A-Cero, posee un prestigio como constructor de casas de lujo para un cierto sector de la clase adinerada (entre el que se cuentan estrellas del fútbol, artistas y empresarios) y por haberse convertido en el primer despacho de arquitectura español con una sede en Dubai.
Torres y Llamazares fundaron A-cero en 1996, junto a un grupo de estudiantes de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de A Coruña. El estudio opera en la actualidad a escala internacional desarrollando una arquitectura que, en sus palabras, busca formularse como ‘sencilla y conceptual’, basada en una formalidad basada en lo escultórico. Sus edificios muestran las dosis adecuadas de refinamiento de vanguardia y un tratamiento donde se busca la sofisticación del detalle para dotarse de un aura de exclusividad. A-cero está dentro de las dinámicas de funcionamiento de gran estudio global : llevando a cabo una expansión a nivel internacional guiada por la ambición de conquistar los mercados donde se encuentra el mayor poderío económico.
Joaquín Torres había hecho ya una primera incursión televisiva en el programa ‘Vidas anónimas’ (La Sexta), justamente mostrando algunas de esas viviendas diseñadas para ultramillonarios, pero es su intervención en ‘El Secreto’ – algo que podría quedar en anécdota, en un ejemplo de ’15-minutos-de-fama’ que estaría brindando la posibilidad de rentabilizar ese paso por la televisión con la promoción de su persona y su estudio- la que incita a ver cuestiones más profundas sobre el lugar del arquitecto dentro de los parámetros de la cultura y la sociedad mediática cuando se formula una relación retroactiva entre televisión y personaje.
El segmento inicial del programa le definía como ‘arquitecto de moda, diseñador de lujo, trabaja para las mayores fortunas, uno de los arquitectos más exclusivos y vanguardistas del mundo, sus viviendas se hallan en inaccesibles urbanizaciones’. Su auto-interpretación se convierte en su desdoblamiento en personaje para esa realidad que pretendía contarnos El Secreto. Torres encarna un personaje esquemático, fácilmente comprensible para un telespectador para el que representa el paradigma de la percepción social sobre una profesión, que le hacen el protagonista perfecto para la posterior narración de una historia de solidaridad redentora, de catarsis moral, donde el elitista arquitecto acaba convertido en un generoso benefactor.
La cuestión de por qué Torres, siendo un arquitecto afianzado y exitoso dentro de la esfera social para la que él trabaja, recurre a la televisión para saltar a una primera línea de visibilidad puede responderse desde la especulación de que esos noventa minutos en prime time que protagonizó de manera voluntaria, seguramente planificada al milímetro y cuidadosamente editada, puedan ser una impecable operación de marketing con la que enaltecer su imagen y promocionar su firma en estos tiempos de crisis bajo la que subyacería asimismo la voluntad de lanzar su nombre y obra a la primera línea del panorama arquitectónico a la que cree pertenecer. Se diferencia el procedimiento y el medio, pero en sustancia, Torres no está haciendo nada que otros de mayor reconocimiento e idolatrados por sus pares no hayan hecho ya mediante otras argucias y, seguramente, en la inocencia del modo en que Torres elige exponerse consigue subliminalmente poner en tela de juicio muchos de los dilemas existentes en torno la figura del arquitecto como sirviente del poder y el modo en que el arquitecto ha podido acabar siendo simultáneamente encarnador y víctima de los propios estereotipos culturales sobre su presencia cultural y social.
Es preciso por otro lado comprender también que el programa ha usado deliberadamente a Joaquín Torres para hacerlo un estereotipo útil para una narración televisiva cuyo objetivo final (su recurso para generar ‘entretenimiento’) es exponer a un profesional que representa sin pudor a un arquetipo de triunfadores alejados de las realidades cotidianas que la sociedad actual en crisis está deseando cuestionar y tal vez también acusar. Si Torres quiso utilizar la televisión para su propio beneficio es porque en el fondo desconoce las reglas de este medio, que finalmente siempre ganará y terminará fagocitando en su propio beneficio a aquél que la usa o entra en ella.
En el caso concreto de El Secreto se hace finalmente difícil discernir si Joaquín Torres ha intentado mostrar lo que para él es el ser arquitecto frente a las cámaras y culminar su deseo de sentirse integrado dentro de un modelo mitificado de profesional, o bien acaba involuntariamente cayendo en la trampa de un programa que ha guionizado su figura para que ‘la audiencia’ reciba la versión de una imagen estereotipada de arquitecto y que asocia indisolublemente la arquitectura a la élite, que es la que espera encontrar y sabe reconocer y admirar.
Tal vez lo que queda claro es que el problema no es que los arquitectos ni la arquitectura estén en los medios, sino que el arquitecto y la arquitectura se subordinen a esos parámetros simplistas de los realities televisivos y el resultado sea una imagen extravagante y poco creíble que, en la sensiblería de este caso y pese a tratar de lograr lo contrario, únicamente incide en evidenciar la distancia entre ese estereotipo del arquitecto y la sociedad.
Publicado en ABCD las Artes y las Letras – Número 906