25.9.2024

La arquitectura de los viajeros fugaces

Siempre hay algo del drama que nos rodea en los hoteles, y más aún en los moteles. Ahuecar la almohada que otro ahuecó ayer; o pisar con pies descalzos y desprevenidos la ducha que antes ha sido pisada.


Motel El Hidalgo, de Antonio Lamela | Fuente: nº 126 de la revista Informes de la construcción (diciembre 1960)

Tal vez, hacer una llamada con un teléfono desde el que alguien llamó furtivamente a su amante, o desde el que cerró un negocio poco lícito la noche anterior. Los hoteles, y más aún los moteles, son un extraño archivo de sucesos que desearíamos conservar en la zona umbría.

En ese sentido, los hoteles -qué decir de los moteles-, representan lo opuesto a la arquitectura doméstica: si ésta surge para crear hogares donde no se conciben los secretos, y donde la vida sólo tiene el tacto tierno de las nubes de algodón, los hoteles aparecen para dar una apariencia de lo que no se es, o de lo que no se tiene, como el trampantojo de una vida decente.

En un hotel uno finge ser alguien respetable ante el recepcionista, y en el momento en que traspasa el umbral de la habitación, vuelve a ser quien era, ya sea un amante clandestino o ya sea un huésped que comercia con secretos ajenos y bienes ilícitos. En el umbral de los hoteles -más aún en el de los moteles-, hay más arquitectura que en todo Vitrubio, porque ese umbral tiene la capacidad de edificar personalidades, de construir coartadas y de demoler vidas.


Motel El Hidalgo, de Antonio Lamela | Fuente: nº 126 de la revista Informes de la construcción (diciembre 1960)

Es esta una perspectiva que nos ha llegado, sobre todo, de los moteles de carretera que hemos ido viendo en el cine norteamericano. Nadie necesitaría alojarse en un motel si no fuera porque oculta confidencias que no pueden ser desveladas, pensamos guiados por la narrativa cinematográfica. Así, tener un secreto es estar a mitad de camino entre el tormento y la confesión, sin saber muy bien a dónde ir, porque de ninguno se puede volver.

Del mismo modo, de esa situación intermedia entre dos lugares, surge el proyecto que se encarga a Antonio Lamela para construir un motel de carretera, que debía servir como alojamiento para el trayecto Madrid-Andalucía, por la N-IV. Con la misma premeditación que tienen las mentiras y los secretos, se fijó como punto intermedio de esa ruta el kilómetro 193 de la N-IV, en Valdepeñas, y se estableció allí el lugar donde construir un motel de carretera, quebrando la ruta en dos mitades, que se recorrerían a lo largo de dos días, reservando la noche intermedia entre ellos para reposar -y fingir lo que no se es- en ese motel.

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