23.7.2009

Historia + turismo, la fórmula para revertir la decadencia de los centros históricos

La tugurización y degradación suele ser el destino de muchos centros urbanos, una vez que la zona financiera y la actividad comercial se mudan de barrio. Desde hace décadas los gobiernos tratan de recuperar estos asentamientos originarios de la ciudad, que atesoran los mayores valores simbólicos, culturales, arquitectónicos y sociales. Ya hay algunas lecciones que pueden tomarse de experiencias latinoamericanas.

Alguna vez los centros históricos constituyeron «el todo» de una ciudad. Pero con el paso del tiempo fueron quedando subsumidos en el proceso de crecimiento urbano como áreas emblemáticas, como «reservorios de los orígenes de la ciudad», «lugares que expresan las relaciones originalmente mantenidas con su entorno regional», según define Luis Grossman, director de la Secretaría de Casco Histórico del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.En las ciudades latinoamericanas se distinguen tres momentos particulares en su proceso de constitución como centros históricos. Durante la etapa colonial conformaron el área urbana por excelencia y concentraron las actividades comerciales, administrativas, financieras, culturales y residenciales. A fines del siglo XIX, tras las masivas oleadas inmigratorias europeas, las ciudades atravesaron por una expansión acelerada con la que se estableció una neta diferencia entre ese centro y el resto de la ciudad incipiente en función de su nivel de consolidación así como por su dotación de servicios e infraestructura. Finalmente, en las últimas décadas, ante el surgimiento de nuevas áreas que absorbieron las funciones de centralidad que estos en su momento ostentaban, lo sometieron a un proceso de «periferización», donde el «viejo» centro entró en crisis, decayendo en su condición de centralidad, pero preservando su valor patrimonial.

El desafío de los viejos centros

Es posible reconocer la existencia de dos procesos en los centros históricos asociados con el recambio social. Uno consiste en su tugurización, que es su ocupación por los estratos sociales más bajos, y su consecuente estigmatización como lugar desagradable e inseguro.

Esto sucede debido a su vaciamiento, producto del traslado de antiguos residentes a otras áreas de la ciudad, por procesos naturales de expansión o, en ocasiones, como consecuencia de las normativas restrictivas que pretenden ‘congelar‘ esos sectores de ciudad, haciendo de los centros históricos lugares menos atractivos para sus residentes. Paradójicamente, la tugurización de los centros históricos fue en muchos casos, como el del centro histórico de Buenos Aires, la circunstancia que permitió la conservación de sus elementos de valor ante la presión inmobiliaria en la ciudad.

Al respecto, Grossman considera que el casco histórico atravesó un primer proceso de vaciamiento y posterior ocupación de grandes viviendas del patriciado, constituyéndose en casas de inquilinato o conventillos; y una posterior restauración y puesta en valor.

Un caso similar se ha llevado a cabo en Montevideo y, específicamente, en la Ciudad Vieja, un área urbana de 100 hectáreas originariamente amurallada, donde se consolidó el primer asentamiento sobre la bahía. Para el arquitecto Nelson Inda, las construcciones tipo conventillo o casa estándar del constructor italiano fueron reemplazando el parque edilicio original y las arquitecturas coloniales -de las cuales el Cabildo, la Catedral, el Hospital de Caridad, la casa de Don Tomás Toribio (primer arquitecto asentado en el área del Río de La Plata) siguen en pie- quedaron como legado principal de la colonia española.

Está concebida como ciudad homogénea y repetible, que recibió primero una arquitectura ecléctica y luego una arquitectura renovadora. En este recambio, la Ciudad Vieja no ha sido ajena a procesos de tugurización, manifestados en la multiplicación de viviendas para uso multifamiliar -pensiones e inquilinatos- y en la ocupación de hecho de antiguos edificios, viviendas y predios vacíos.

Un segundo proceso consiste en su «gentrificación», es decir, la expulsión de población de menores recursos para la promoción de inversiones y la revalorización del suelo. Simultáneamente al recambio social, se pone en crisis -nuevamente- su vocación residencial en favor de su orientación hacia la oferta de servicios a partir de la fuerza del mercado.

Actualmente, el centro histórico de Buenos Aires posee una fuerte actividad comercial y de servicios asociada con el esparcimiento y el turismo, residencias (en San Telmo y Montserrat habitan 120 mil personas) y gran cantidad de edificios de valor. Debido a ese perfil que ha adquirido, orientado a atender al turismo con la construcción de hoteles, restaurantes y complejos de esparcimiento, el desafío que atraviesa es evitar su nuevo vaciamiento. Grossman opina que se corre el riesgo de que pierda su residencialidad y se convierta en un área que funcione sólo en ciertas horas del día o los fines de semana. Lo que atrae al turismo -sostiene- crea una situación inmobiliaria en la cual los predios empiezan a subir de valor y los financistas que buscan construir hoteles-boutique o conjuntos de esparcimiento gastronómico, pagan a los ocupantes para que se vayan del lugar y cambian el destino de los predios.

En Montevideo, luego de los años ’40, la normativa promovió nuevas tipologías edilicias contrapuestas a la ciudad existente; y ya a partir de la década del ’70, la Ciudad Vieja sufrió un período patológico: en el marco de una normativa urbana permisiva, atravesó un profundo proceso de renovación urbana que se materializó en nuevos edificios de gran altura, impulsando una sustitución indiscriminada del patrimonio sin considerar el entorno urbano ni la historia. Inda asegura que desde entonces su desafío es evitar la demolición a ultranza y adecuar lo nuevo con la ciudad existente.

Las estrategias de recuperación

El tema de la gestión de los centros históricos ha adquirido crucial importancia en las políticas públicas y es un tema de debate y de reivindicaciones para la ciudadanía. Lograr conservar su memoria sin que se transforme en un museo carente de urbanidad y fomentar su desarrollo es, sin dudas, el gran desafío para restablecer su equilibrio.

Si bien este es un común deseo de todos ellos, no existen fórmulas únicas y repetibles indiscutidamente por su probable éxito, debido a que son variados los tipos de centros históricos y variadas las formas de tratarlos. Cuzco, Quito, Lima o el barrio Pelourinho en Salvador de Bahía, por ejemplo, son centros de diferente origen, de distinta calidad patrimonial, de diferente composición de población.

Es necesario entonces abandonar las prácticas que los conciben como únicos y homogéneos y es imperioso el diseño de estrategias particulares para su conservación, para su revitalización y para su puesta en valor.

El Casco Histórico de Buenos Aires y la Ciudad Vieja de Montevideo, si bien comparten elementos, tienen diferentes formas de expresión de la cultura y la ciudadanía, de uso y construcción del espacio público. Un mismo proyecto en una y otra ciudad, aunque responda a similares objetivos, es percibido de forma diferente. Es el caso de la creación de «calles plataforma»: Defensa en Buenos Aires y Sarandí en Montevideo.

La Habana Vieja no fue ajena a procesos de degradación, y sin embargo es hoy un notable ejemplo de recuperación de un centro histórico. Este proceso comenzó en la década de 1930 con la restauración de edificios y monumentos, continuó con el espacio público y con elementos identitarios, y culminó en los ‘90 con un proyecto integrador de aspectos urbanos, sociales y económicos.

Con una propuesta de gestión innovadora, se presenta como un proyecto autofinanciado, basado en la explotación del turismo y de las actividades terciarias: en la medida que le genera ingresos propios, le permite al organismo encargado reinvertir en la construcción de edificios con fines sociales, en la recuperación del patrimonio así como en el rescate de tradiciones culturales que le dieron vida a ese centro durante siglos.

En este sentido, Inda considera que la preservación constituye una acción que debe buscar la revalorización del lugar, no sólo conservarlo. Es decir, que debe ser concebido con una intención tendiente a destacar el legado y darle un renovado valor para las generaciones futuras. De modo que la intervención debe estar dirigida a todo el territorio y a todos sus elementos, tanto físicos y tangibles como a simbólicos y culturales.

Para la conservación de los valores patrimoniales de la Ciudad Vieja de Montevideo, gracias el accionar de técnicos y profesionales, en particular del movimiento impulsado por Mariano Arana, en 1981 se creó la Comisión Especial Permanente de la Ciudad Vieja, con el objetivo de evaluar y aprobar los proyectos edilicios: una política específica para la sustitución de piezas arquitectónicas con medidas tendientes a adecuar lo nuevo con lo existente. Para tal fin, se realizó un inventario valorativo de aproximadamente 2.000 predios, categorizándolos según su nivel de conservación, con una escala de cuatro valores que va de una permisibilidad mayor a una menor.

En esa línea, Grossman, desde la Dirección General de Casco Histórico de Buenos Aires, está implementando -como Plan de Manejo- acciones tendientes a mejorar la calidad de vida urbana para garantizar su residencialidad, poner en valor su arquitectura para resguardar su historia y proteger los bienes arqueológicos. Con lo cual, se ha renovado el alumbrado público, se mejoró la recolección de residuos, se pusieron en valor de las fachadas.

El objetivo es entonces mejorar y optimizar la calidad de vida del centro histórico, para que los habitantes lo disfruten y no se vayan; para que se asienten y se fidelicen en esos barrios que llevan ya varias generaciones de construcción. Eso no significa que tenga que ser un gueto, porque en la medida que tiende a dejar «todo como está», se convierte en un lugar poco atractivo. Además, si lo consideramos solamente como escenografía, nos vamos a quedar sin habitantes y esto es lo que hay que evitar a todo costo.

Los centros históricos han transitado por un camino que los sumergió en un estado de abandono absoluto y hoy se encuentran discutiendo cómo transformarse en nodos de atracción turística y cultural. Sin embargo, aún conviven graves conflictos de inseguridad, marginalidad, clandestinidad y degradación que requieren el aporte de ideas y estrategias de gestión que impulsen su compleja reconversión. Y para ello es necesario desarrollar programas de carácter integral y participativo, que convaliden pautas comunes de intervención.

Arq. Guillermo Tella
con la producción de Lic. Alejandra Potocko

Publicado el  23 de julio de 2009 en el Cronista.com

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