14.4.2009

El Pritzker torna a la esencia

Exhibiendo callada pero rotundamente la postura de mantenerse lejos del mundanal ruido, Peter Zumthor ha pasado tres décadas estrictamente concentrado en su trabajo de imaginar y construir edificios desde su estudio en Haldenstein (Suiza), lejos de tendencias y modas, creando edificios que en su materialidad y vivencia extraen una inusitada belleza de la arquitectura.

Él es el laureado con el premio Pritzker de este año, reconociendo en sus obras la cualidad de su presencia «fuerte y atemporal, producto del singular talento de este arquitecto para combinar un pensamiento directo y riguroso con una auténtica dimensión poética».

Nacido en Basilea en 1943, Zumthor comenzó formándose como ebanista, la que fuera profesión de su padre, para tomar posteriormente los estudios de arquitectura. Tras trabajar más de una década como responsable del Departamento de Preservación de Monumentos del Cantón de Graubünden, estableció su estudio en 1979, donde todavía continúa trabajando junto a un equipo de quince personas, aceptando únicamente aquellos proyectos con cuyo programa puede sentir una profunda afinidad y en los que se involucra enteramente, controlando su realización hasta el menor detalle. Late en esa dedicación que él plantea como devoción, la convicción de un sentimiento de inclinación hacia la belleza en su concepción más puramente platónica. El ensayo Thinking Architecture, donde expresa su comprensión del hecho de hacer y vivir la arquitectura, manifiesta con claridad que su objetivo fundamental es lograr impregnar a sus edificios con ella para dotarlos de alma y crear una arquitectura capaz de apelar profundamente a las dimensiones sensuales del cuerpo y a las dimensiones emocionales y racionales del intelecto. «Para mí, los edificios poseen un bello silencio que asocio con atributos como compostura, durabilidad, presencia e integridad, también con la calidez y la sensualidad. Es hermoso estar haciendo un edificio e imaginarlo en total serenidad» sostiene.

El peso de su bagaje como artesano, ha definido el modo casi alquímico con el que este arquitecto minucioso usa los materiales, explorando el infinito potencial que cree que puede extraerse de toda materia para descubrir una distinta belleza latente. «En sus hábiles manos, materiales como ripias de cedro o cristal translúcido son empleados de un modo que exaltan sus cualidades intrínsecas, para lograr una arquitectura de permanencia», ha señalado el jurado que le ha laureado con este galardón, que será formalmente entregado a Zumthor el próximo 29 de mayo en Buenos Aires.

Fundamentos más estrictos
La apreciación del jurado en el hecho que «reduciendo a la arquitectura a sus fundamentos más estrictos aunque más suntuosos, Zumthor ha reafirmado el indispensable papel de la arquitectura en un mundo frágil» evidencia cómo en este tiempo de crisis lo más inapropiado habría sido premiar a un arquitecto estrella y sus edificios icónicos al uso. Este año, el jurado del Pritzker ha decidido decantarse por la vertiente más conservadora de la arquitectura, optando por una arquitectura donde los oropeles quedan difuminados por la sobriedad. Zumthor es la elección perfecta y más segura para evitar las críticas que hubieran sonado de haber recaído el premio en alguna otra figura de perfil más mediático. Zumthor es una verdadera figura de culto e indiscutido por sus colegas.

En su trayectoria destacan edificios como el Kunsthaus Bregen (Alemania), las Termas de Vals (Suiza), la Casa Zumthor (Haldestein, Suiza), el Museo de Arte Kolumba (Cologne, Suiza), siendo las más recientes la bella y espiritual Capilla del Santo Hermano Klaus (Mechernich, Alemania). En España ha proyectado la Bodega Pingus en Valbuena del Duero. Entre sus actuales proyectos en curso se cuenta el Memorial para las Brujas Quemadas en Finnmark (Noruega).

«La arquitectura no es un vehículo ni símbolo para cosas que no pertenecen a su esencia. En una sociedad que celebra lo insustancial, la arquitectura puede plantear una resistencia, rebatir el desperdicio de formas y significados y hablar su propio lenguaje», asevera Zumthor. Apelando a una arquitectura que vaya más allá de la función de cobijar, este arquitecto enfatiza en la necesidad de hacer de ésta una dimensión donde los cinco sentidos sean estimulados. Los arquitectos han ido perdiendo el instinto y la necesidad de crear esa dimensión, transformando frecuentemente sus obras en un acto vulgar por la ausencia de esa voluntad que puede transformar el pensar y el construir en un hecho que se aproxime a lo primordial, como él busca.

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