23.4.2021
De Divina Architectura
En la naturaleza no hay una sola línea recta, ni un círculo perfecto, ni un cubo, ni una esfera. Hay muchas figuras que casi lo son, pero la materialidad estropea la pureza de la idea platónica.
La pirita cristaliza en cubos… casi perfectos. Los planetas son (casi) esféricos. Los juncos son (más o menos) rectos. Etcétera.
Se diría, con Platón, que la idea de la que proceden los objetos reales sí es perfecta, pero los objetos ya no lo son. La arquitectura pretende lo imposible: Hacer objetos que respondan fielmente a una idea pura y abstracta. La arquitectura desafía a la cruda realidad y no acepta que siempre venga el tío Paco con la rebaja. No hay rebaja.
Refugiarse en una cueva es algo natural, instintivo. Amontonar material (ramas, paja, hojas, pieles…) para meterse dentro, también. Lo que no es nada instintivo, ni nada natural, es trazar un ángulo recto así, para empezar, para mostrar los principios irrenunciables que uno profesa. ¿A santo de qué? ¿Tiene algo que ver trazar un ángulo recto con procurarse un refugio, un abrigo? No. Nada en absoluto.
Trazar un ángulo recto tiene que ver con otra cosa. Tiene que ver con ordenar el mundo. (Con intentarlo, al menos).
Ser arquitecto implica tener una alta dosis de soberbia luciferina. Consiste en verse con fuerzas para desafiar al caos, y en tener una confianza ciega en la capacidad de crear orden. (Caín fue expulsado del Edén y diseñó una ciudad).
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