19.7.2024

Ciudades para animales y dioses. La mirada antropológica en la arquitectura y el urbanismo

Aristóteles decía, en la Política1 que quien no puede vivir en sociedad y, por tanto, ser miembro de una ciudad, o es “una bestia o es un dios”.


La caleta, óleos pasteles sobre cartulina 29 x 21cm, 2017 © Humberto Saldarriaga

El caso es que el ser humano, sin ser ninguno de los dos, es a la vez e inseparablemente bestia y dios. De modo que concebirlo solo en su lado animal o solo en el espiritual –y llevar ese engaño a los hechos– acaba por tocar el delicado equilibrio de su ser unitario, híbrido y cambiante.

Pronto se cumplirán cien años del irrealizado Plan Voisin (1925) con que el arquitecto y urbanista Le Corbusier (1887-1965) quiso desaparecer una vieja y amplia zona urbana de París, aledaña al Sena, para erigir sobre ella una serie de altos edificios de viviendas separados por líneas rectas vehiculares, siguiendo un diseño geométrico que distribuía la vida diaria en actividades diversas y áreas específicas (descanso, trabajo, recreación, circulación), en la idea de que la rutina del hombre moderno discurría de manera diferenciadamente sucesiva, como en el interior de una fábrica en la que a cada tarea de producción le corresponde una sección específica.

Sería injusto con Le Corbusier, primero, olvidar que el urbanismo funcionalista de esta propuesta obedecía, en su tiempo, a la imperiosa necesidad de hallar soluciones para las urbes congestionadas e insalubres del desarrollo industrial, devastadas luego por la Primera Guerra Mundial. Y, en segundo lugar, desconocer que sus trabajos posteriores contemplaron el respeto por la tradición y el patrimonio histórico, así como la peatonalización en la vía pública, según se aprecia en el plan para la ciudad Saint-Gaudens, al sur de Francia, de 1945.

Por otra parte, conviene también recordar que en sus años de juventud la sucesión de inventos que iban desde la máquina de vapor hasta el aeroplano ejercían todavía un enorme impacto. Sin llegar al elogio de la fábrica del «Manifiesto futurista» (1909) en que Filippo T. Marinetti aplaudía la chimenea, la guerra y el desprecio de la mujer, Le Corbusier transmite esa misma fascinación –hoy afortunadamente obsoleta– en su controvertida definición de la vivienda como “máquina de habitar” a la que entendía, al igual que entendía a la ciudad, como una “herramienta” que debía ser producida “en serie”, tal como salían de las fábricas los autos o las navajas de afeitar Gillette (términos por cierto reiterados en su libro Hacia una arquitectura de 1923).

También podés leer esta nota en 90+10.

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