9.1.2024
Circo
Hacer arquitectura ha venido significando apropiación, presencia y suficiencia. Y desde una indiscutida libertad ha supuesto fundar sin límites para significarse.
Adoptando métodos constructivos en los que se ha procedido a extraer, producir, usar y, finalmente, desperdiciar. La obsolescencia ha sido habitualmente inadvertida o, al menos, codiciosamente no apreciada.
Históricamente nos hemos valido de mecanismos de transcendencia que han supuesto un paulatino consumo de todo aquello que nos rodeaba. Con un inaudito e incontrolado sentido de la propiedad y la disponibilidad. Por alguna razón hemos mantenido la falacia de que el planeta entero es nuestro, que nos pertenece globalmente de manera indiscriminada. Pero una nueva era tiene que comenzar; nuestra propia extinción por agotamiento no sólo es posible, sino que resulta cada vez más probable. Las prácticas que habían sido válidas y generalizadas, ahora empiezan a ser poco menos que impertinentes. Se impone otro planteamiento. Menos desprendido. Más consecuente.
Nuestro medio vital es finito, tanto material como temporalmente, y la conciencia de la limitación de los recursos y los ciclos que lo constituyen está llevando a reformular las condiciones en las que la arquitectura puede y debe llegar a ser. La arquitectura no puede suponer ya la creación de futuras ruinas, de residuos pre-habitados.
Tenemos la obligación de entender que los modos lineales de actuación deben dar paso a métodos circulares de adaptación, que los procesos limitados de principio-fin han de sustituirse por sistemáticas ilimitadas de inicio-reinicio. Sabemos que vivimos en una escasez creciente, exponencial, y las dinámicas han de garantizar una responsable sostenibilidad. Una constante regeneración.
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