28.2.2011
Células Urbanas
En nuestro anterior post intentamos analizar cuáles eran los problemas que veníamos arrastrando desde finales del siglo XX en nuestros entornos urbanos. En el posterior debate que, curiosamente, todavía continua, se ha incidido con ahínco en la escala de barrio. Desde ahí, los comentaristas han puesto encima de la mesa los motivos que condicionan que una parte de nuestra ciudad esté realmente viva o por el contrario parezca una zona más bien desolada. Así que, si os animáis, hoy quisiéramos continuar la reflexión sobre esta auténtica célula urbana que es el concepto de barrio.
Gracias a la teoría celular sabemos que “todo es célula y todo procede de la célula”. Esta afirmación es una consecuencia de tres principios básicos: la célula es la unidad morfológica de los seres vivos, la célula es la unidad funcional de los seres vivos y, por último, toda célula proviene de la división de otra célula. Nosotros pensamos que la idea de barrio no es muy lejana a estos tres conceptos. De hecho, el principal problema que poníamos encima de la mesa en la reflexión sobre “la ciudad trumanizada” es que la idea de barrio, realmente, no existía. En esta forma de vida se alzaba la bandera de la globalización y el consumo, dando como resultado un simulacro de ser vivo (de célula única e indivisible), creado artificialmente, sin memoria ni identidad. En contraposición a esta ciudad, Ludeña Urquizo nos habla del barrio en términos muy distintos afirmando que es la “unidad básica de historización y de estructuración que produce su misma complejidad, además de ser un componente esencial de la ciudad”.
De esta forma, el barrio se podría entender como la unidad mínima que morfológicamente da forma y sentido a la ciudad, es decir, un entorno que permite desarrollar las relaciones sociales entre sus habitantes. Lo podríamos esbozar como un marco natural, donde se producen los intercambios de las personas con su entorno” y, por lo tanto, “se desenvuelven las interacciones entre sus vecinos y los procesos de participación y adquisición del sentido de pertenencia e identidad”. Y si lo pensamos un poco, estos dos conceptos son los que definen la ciudad dormitorio. Mejor dicho, la ausencia de ellos es lo que hace que estas manchas de aceite sean el tétrico legado que dejaremos a nuestros sucesores. Hilando más fino, se pudiera decir que, el concepto del barrio se solaparía con el concepto de la vecindad. Este primero tendría más que ver con la urbis, mientras que la idea de la vecindad estaría más bien relacionada con el contexto social de la civitas, aunque, en el caso de los barrios o urbanizaciones muy extensas podemos encontrar más de una vecindad. Es decir, que estos barrios son células que conviven de manera relativamente autónoma formando la suma de ellas un nuevo ser vivo que es la ciudad. La identidad de esta no será la suma de las identidades de cada barrio sino el resultado de la sinergia que se produce entre ellas.
Pero si ya nos adentramos en el análisis “funcional” de estas células, sería conveniente remitirnos a la aportación de sociólogo de la escuela de Chicago: Charles Cooley, que definió los grupos primarios, considerados hoy la realidad más inmediata para la sociología. Estos grupos son las células básicas y el hombre desde que nace, ya está inmerso en alguno de ellos, puesto que, siempre nos encontramos dentro de un haz de relaciones sociales concretas. Todo ser humano pertenece a un colectivo. Para que cualquier grupo social exista son necesarios motivos concretos, tareas comunes e interacción entre todos sus miembros. Esto da lugar a una entidad social específica que se pudiera calificar como tal. Los grupos primarios tienen un tamaño pequeño, relaciones personales, sentido de conciencia grupal e importancia para sus miembros. Son los caracterizados por la asociación y cooperación cara a cara. Son primarios porque son fundamentales para el funcionamiento de la naturaleza social y los ideales del individuo. Pero para que surja una comunidad de este tipo, es necesaria la proximidad del contacto directo y permanencia de la relación (la afectividad y el compromiso personal). Estas nociones, hoy en día, a menudo están amenazadas por la crisis relacional y de valores. Por último, es fácil afirmar que al igual que una célula siempre procede de otra célula, el barrio será a la ciudad en la misma manera que la ciudad es al barrio.
Es evidente que el carácter e idiosincrasia de una ciudad marca profundamente al propio barrio. No se puede pensar que la identidad de un barrio como la Txantrea de Pamplona pudiera haberse dado en Barcelona, ni que la identidad del barrio de Gracia pudiera haber surgido bajo el cierzo aragonés. Ninguna es mejor ni peor que otra, sino que todas son igual de importantes, siempre y cuando queden vinculadas a las raíces que las vieron nacer. La identidad, la memoria urbana y el sentido de pertenencia no se pueden exportar ni siquiera en estos tiempos de globalización indiscriminada y universalización cultural. La cualidad y calidad de nuestras urbes depende de estos factores. Factores todos ellos “invisibles”, pues como bien sabemos, todo lo que es importante en la vida no se puede ni demostrar científicamente ni medir, por mucho que algunos se empeñen, a menudo, en reducir la “realidad” a fórmulas aparentemente verdes o sostenibles. Aunque sí que es cierto, que para que esta vida de barrio se pueda regenerar necesitamos una medida mínima y una máxima. A su vez, también habrá un número máximo de células que harán que la ciudad sea más o menos habitable. En este sentido, estamos de acuerdo con Lewis Mumford cuando apunta que el proceso de crecimiento ilimitado de los nuevos barrios (fruto de la planificación) debilita la sociabilidad informal que caracteriza cada vecindario. Los vínculos sociales que se establecen por el simple hecho de compartir un lugar y de estar “cada vecino a la vista del otro”.
Esa íntima sociabilidad es característica fundamentalmente en grupos primarios y en las comunidades de las que hablaba Cooley. Sin embargo, para Mumford el barrio es la unidad básica de espacios relacionales. Es allí donde está la diferencia entre un barrio y una urbanización carente de estos espacios. Por lo tanto, quienes se encargan de la planificación, son responsables de definir un nuevo modelo de la ciudad, completamente alejado de la idea del suburbio y de la ciudad dormitorio. Con todo ello, el barrio se convierte en un lugar donde, más allá de los edificios y el espacio público, existe una historia que motiva a los vecinos a vivir en comunidad. Es un lugar donde se aprende ser ciudadano valorando el sentido de pertenencia, el reconocimiento de una identidad propia y el darle a la memoria el lugar que se merece. Quizás así, se puedan evitar estas prótesis urbanas que han plagado nuestros territorios y apostar por una ciudad más sana y habitable. De la misma manera que comenzábamos el artículo afirmando que “todo es célula y todo procede de la célula”, nos atrevemos a terminar con la provocativa afirmación de “todo es identidad urbana y todo procede de la identidad urbana”.