19.11.2020

Burbujas

“Desde principios de la década de 1900, el capitalismo financiero comenzó a reemplazar el régimen disciplinario y la rígida compartimentación de la producción industrial en masa con regímenes más aleatorios de especulación y acumulación flexible, produciendo programas que no requerían ningún espacio en particular, sino solo una cantidad rentable metros cuadrados para responder mejor a las variaciones del mercado”. Francesco Marullo

Para Francesco Marullo, la traducción arquitectónica de este planteamiento fue el Typical Plan (TP). Analizado por Rem Koolhaas al observar la arquitectura de Nueva York, en especial de su Downtown, y enunciado en el libro S,M,L,XL, se describe como un orden esquemático definido por una retícula que opera y existe de forma independiente del uso final al que el espacio vaya destinado; su flexibilidad permite que, en él, se performen todas las actividades. Su expresión es mínima, “pura objetividad”,2 una suerte de “minimalismo para las masas”:

“Arquitectónicamente, [el TP] ofrece un diseño genérico. Típicamente organizado como un espacio sin obstáculos, con un número mínimo de soportes, circulaciones verticales y servicios agrupados, se puede adaptar fácilmente a cualquier uso”.

Su abstracción no sólo niega la atención a los aspectos materiales, también elude cualquier pretendida dimensión ética:

“El [TP] debe entenderse como una tecnología más que una tipología, o como un aparato para albergar actividades humanas de una manera simple. Es neutral; no reconoce ninguna diferencia entre el bien y el mal porque, simplemente, no le importa. Da la bienvenida a cualquier contenido y funciona en cualquier contexto. No obstruye ni reprime las contradicciones, sino que simplemente permite que ocurran, reconfigurando sus arreglos internos de acuerdo con la influencia de sus usuarios. En resumen, es una arquitectura de grado cero compuesta principalmente de contenido”.

Con ese ‘grado cero’, el TP describe “el fin de la historia de la arquitectura”.6 Después de él, se supone, no puede hacerse ni haber mucho más. De esta manera, el TP replica, en forma arquitectónica, un concepto perseguido desde la filosofía desde tiempo atrás: el llamado “fin de la Historia”. Como apunta Peter Sloterdijk, este ‘fin’ supone, entre otras cosas, el final mismo del conflicto, que, a su vez, sería lo que haría saltar la historia hacia adelante.7 Dicho de otra forma, si el conflicto se produce allí donde se da el disenso, la fricción, y estaría referido tradicionalmente en el exterior — véase, por ejemplo, la guerra — , la utopía de la tan deseada ‘paz perpetua’ consecuencia del final de la Historia pasaría por un desplazamiento hacia el interior, en el que

“la vida social en su conjunto [quedaría] recluida en un caparazón. Si se llegara a esta situación, no se producirían ya nuevos acontecimientos históricos, sino tan sólo accidentes domésticos”.

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