12.1.2008

por sentencia judicial

Sagunto

Menuda la que se ha montado con el Teatro Romano de Sagunto. Ahora va el Tribunal Supremo y obliga a revertir las obras en un plazo máximo de 18 meses. Como si eso fuera tan fácil. Los arquitectos Manuel Portaceli y Giorgio Grassi, ambos autores de la rehabilitación del teatro, no salen de su asombro, y aunque no comparten esta decisión, han anunciado que acatarán la sentencia y devolverán el teatro a su estado original.
La polémica intervención abarca la recuperación del frente de escena y parte de las gradas, que habían desaparecido en su totalidad, y la adecuación de los restos existentes [fruto de numerosos añadidos posteriores de finales del XIX y principios del XX], para un uso público y cultural. Lo cierto es que eliminando el frente escénico se despoja a este espacio de su verdadera esencia. Con su reversión se pervierte el sentido de este espacio escénico, que con peor o mejor acierto supieron reconocer los arquitectos en su obra, pero que en cualquier caso, es fruto de una profunda reflexión y un meticuloso estudio de las ruinas existentes y de otros ejemplos de teatros similares.
Parece una tontería, pero el hecho de que el teatro careciera de frente escénico y la singularidad de que estuviera construido aprovechando la ladera de una montaña, puede hacer pensar a incautos y despistados de que en realidad se trata de un teatro griego, ya que estos dos elementos son los que diferencian a ambos espacios escénicos.
Por otro lado, no se puede justificar el derribo del frente escénico proyectado por los arquitectos, atendiendo a criterios estéticos, cuando el 90 por cien de las ruinas previas a la intervención no eran originales.
Por tanto, en ningún caso la obra de Grassi-Protaceli desvirtúa el monumento como apuntan algunos, sino al revés, lo depura y le da sentido a este singular espacio escénico de la época romana.
Otra cosa es si se podría haber hecho de una u otra forma, pero en todo caso, esta era la más adecuada para Portaceli y Grassi y por tanto se ha de respetar su decisión, abalada en su momento por el gobierno autonómico.
Aún recuerdo la que le llovió a Rafael Moneo con la ampliación del Prado.

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