24.9.2010

El Espacio Argentino en la Bienal de Arquitectura de Venecia

La exhibición argentina se compone de un mosaico de propuestas que muestran el estado actual de la profesión en nuestro país.

Las obras seleccionadas muestran una amplia gama de ideas arquitectónicas, en algunos casos se centraron en la creatividad o la experimentación, en otros como una respuesta precisa empírica al escrito, tanto en su respuesta a las necesidades más directas en cuanto a la oferta de un proyecto intelectual y una propuesta para el futuro. Pero, en todos los casos, ser el testigo de su sitio y el lugar de encuentro que crean: La arquitectura como un catalizador social y como Agora reunión para la comunidad. La selección de estas obras de los resultados de una convocatoria abierta a nivel nacional, y define, junto con la instalación de Augusto Zanella, la situación de este espacio como un lugar de encuentro.

Las ciudades argentinas y su espacio público
La ciudad, no por como es, sino por cómo es representada por sus habitantes. Esto implica revisar las propuestas de la semiótica tradicional, basadas en el significado de las formas e introducirse en una semiótica del deseo, que mire el sentido a partir del vacío; porque todo deseo es una huella, algo que se conoce pero no se tiene. Se trata, entonces de la forma capaz de llenar el vacío que manifiesta el deseo. La imagen se constituye ante una situación de anudamiento entre el observador y las múltiples redes que actúan en la ciudad. Así, la ciudad se convierte en un tejido comunicacional, como fragmentos de espacio y comportamientos sobre una estructura leve y sin jerarquías, concepto de simulación, de re-presentación, ante la particularidad de mostrar lo que no se tiene, como actitud formadora del imaginario urbano. Nuestras ciudades han sido siempre espacios de afirmación de la democracia y, al mismo tiempo, de proliferación de la desigualdad social y las prácticas de exclusión. Tradicionalmente, en ellas, el Espacio Público fue concebido como el espacio de la expresión y la apropiación social por excelencia, es el espacio que alberga el cotidiano transcurrir de la vida colectiva. Es el espacio que da identidad y carácter a una ciudad, el que permite reconocerla y vivirla. Es el sitio que conserva la memoria de sus habitantes en sus espacios naturales, culturales, patrimoniales.
El espacio público está en la esencia de lo urbano, desde la antigüedad hasta nuestros días es el espacio del encuentro y el intercambio, enriquece las prácticas urbanas y alienta la participación de los ciudadanos y su interés por las cuestiones comunitarias. Estos espacios presentan diversidad de formas, dimensiones, funciones y características ambientales. Sin embargo el espacio público es percibido como un vacío «con forma», es decir conformado por la edificación y los elementos que lo bordean, ya sean espacios de circulación y tránsito, recreación y deporte, reunión e interacción social, contemplación y disfrute del paisaje y la naturaleza, entre otras situaciones. La dictadura militar sufrida por nuestro país entre 1976 y1982, quebró el tradicional modo de utilización de nuestras ciudades por parte de sus habitantes, leyes y decretos pero también represión y asesinatos en manos del estado, trastocaron en peligroso aquello que tradicionalmente era libertad, encuentro y libre utilización. La violencia desde el estado cambió el escenario de la convivencia y del encuentro por el de la represión y el miedo. Cambió el uso de nuestro espacio público y también dejó huellas que aún perduran en la memoria colectiva ciudadana.
Tras el retorno a la democracia en 1983, y mientras el proceso de democratización se arraigaba y la población en general eran reconocidos como actores políticos, un número significativo de ciudadanos de las clases alta y media económica comenzaban a retirarse de la ciudad, y más concretamente, de su espacio público, hacia barrios cerrados en los periurbanos. El temor subyacente a la violencia delictiva que, ciertamente creció a partir de mediados de década de los ochenta, fue la principal justificación para que miles de personas se marcharan a través de las redes de autopistas para instalarse en zonas de las afueras de nuestras principales ciudades. Construyeron enclaves fortificados para sus residencias, y para las actividades de ocio y laborales. Adoptaron un nuevo punto de vista sobre las virtudes de la iniciativa privada, que iban de la mano de las políticas neoliberales que asumieron la gestión económica. Estas políticas hicieron que el Estado se retirara de algunas áreas en que las que tradicionalmente había tenido un papel fundamental, como los servicios urbanos, las infraestructuras, las telecomunicaciones, la seguridad, etc.
La privatización y unas fronteras rígidas (materiales o simbólicas), que fragmentan lo que antes eran espacios abiertos, nos indican también un nuevo enfoque del espacio urbano, que durante los últimos años han sustituido los espacios públicos y urbanos tradicionales por nuevos espacios privatizados destinados a usos colectivos, fuera y dentro de la Ciudad misma. La crisis económica sufrida por la Argentina en 2001 es, sin duda, un punto de inflexión de esta tendencia solo suspendida por unos días en la reciente conmemoración del Bicentenario de la Argentina en la que el recuerdo de los festejos del Centenario de 1910, que había sido fértil en legado tangible (edificios imponentes, infraestructuras, grandes obras públicas y privadas) fue reemplazado por el del Bicentenario, eminentemente intangible, plagado de actos callejeros, acciones artísticas, grandes escenarios repletos de arte popular y de cultura.

Las ciudades argentinas y nuestra arquitectura como escenario
“Un edificio tiene, por lo menos, dos obligaciones: una orientada a relacionarse con su entorno, a ser una parte de la calle y de la ciudad; otra, consigo mismo, con la función intrínseca que en él ha de desenvolverse”(1). Hay una relación inseparable entre la ciudad y la obra de arquitectura si es que ésta se entiende como parte de un sistema complejo, vivo y en constante mutación. La riqueza de las ciudades argentinas, en general, no radica en ejemplos arquitectónicos que funcionen como “monumentos” urbanos y se destaquen sobre el resto del tejido. Por el contrario, la riqueza de nuestras ciudades está conformada en el conjunto de innumerables edificios, de todos los estilos y calidades, ligados indistintamente unos a los otros por medianeras, que conforman cuadras de aproximadamente 100 metros de lado, herencia de la Ley de Indias de nuestros conquistadores españoles. La complejidad urbana tiene su forzoso reflejo en las obras que una a una componen el mosaico del tejido urbano. Estas enormes fachadas multiformes están pobladas por terrazas y balcones con árboles, parrillas, piscinas, juegos infantiles, sillas, mesas y macetas con plantas de todo tipo. Son escenarios y miradores al espectáculo continuado de la ciudad.

La obra es momento de quietud en un movimiento
Proponemos explorar un nuevo concepto de arquitectura, a partir de las condiciones contemporáneas. Movimiento, desplazamiento, fisuras, fronteras diluidas, cruces de información, interconexión. Proponer una estrategia que combine al mismo tiempo la especificidad arquitectónica con la indeterminación programática. Este principio permite formas de mutación, modificación o creación sin alterar la hipótesis inicial, la implantación eficaz de un determinado universo de instalaciones. En el mundo contemporáneo los programas devienen abstractos, en el sentido de que ya no están ligados a un entorno o a una ciudad concreta sino que flotan o gravitan de una manera oportunista en busca del lugar que ofrece mayor de número de relaciones. Se requiere un especial tipo de inocencia para creer a fines de este siglo que el desarrollo urbano y las áreas edificadas pueden ser proyectadas y después controladas de manera razonable, lo construido, lo lleno, se encuentre sujeto al remolino de las fuerzas políticas, financieras y culturales, las cuales crean una transformación perpetua, no podemos decir lo mismo del vacío.

La muestra argentina
El título de esta XIIª Exposición Internacional de Venecia “La gente se encuentra en la arquitectura”, la pregunta de su curadora “¿puede la arquitectura poner en claro nuevos valores y un nuevo estilo de vida para el presente?” y la vocación de investigar colectivamente la metafísica de los puntos de encuentro entre lo público y lo privado en la arquitectura argentina, han definido esta participación argentina. “La construcción del espacio es un estado espiritual y su ordenamiento simbólico para un sujeto posee un carácter biográfico. Retratar un espacio, recorrerlo y reconstruirlo fotográficamente es seguir la cartografía de un cuerpo atravesando un estado espacial” (2).
Esas series están expuestas en esta participación en numerosos portarretratos digitales inmersos en una instalación del arquitecto Augusto Zanela, una “anamorfía”, en la que una estructura tridimensional adquiere sentido desde un punto de vista determinado al ser retratada por la cámara de los visitantes de la Bienal. Este juego entre las series fotográficas de las obras de los arquitectos argentinos, inmersas en la instalación proyectada, dentro de la fotografía que tomen los visitantes, complejiza el concepto de lugar de encuentro que da nombre a la muestra y genera varias capas de información superpuestas que quizás ayuden a ensayar alguna respuesta a la pregunta formulada por la curadora de la bienal.

(1) Alfonso Corona Martínez
(2) Fabiana Barreda

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