13.10.2008

Utopías realizadas

En los años 60 se esperaba renovar integralmente las ciudades. Había ejemplos para seguir: entre las ciudades pequeñas, fascinaban las New Towns británicas, instrumento de los planificadores para reducir el hacinamiento en las ciudades centrales. Eran conocidas las primeras, en los alrededores de Londres. Hacia fines de esa década el interés se concentraba en un flamante satélite de Glasgow, llamado Cumbernauld.

GlasgowEra una colección de barrios con viviendas individuales y colectivas que rodeaban una colina en la que se alzaba el centro urbano. De acuerdo con el clima hostil, era un volumen sobreelevado y cerrado en el que se concentraba el núcleo comercial y administrativo montado sobre la autopista que conectaba con Glasgow. Allí podía tomarse el ómnibus hacia la ciudad madre. Era una megaestructura de hormigón visto, muy al modo de la época.
Cuarenta años después, se puede visitar Cumbernauld y ver cómo sus barrios han prosperado y progresado; los habitantes tiene, en su mayoría, autos, haciendo redundante el elaborado sistema de senderos peatonales por el verde que permitía ir desde la casa al centro sin cruzarse con esas peligrosas criaturas, los pocos autos que había en 1968.
Lo que queda del centro es, naturalmente, la Megaestructura (así llamada). Los negocios que la poblaban ya no están ahí: han migrado a un «mall» situado exactamente al lado. Está en planta baja, y su exterior inexpresivo de caja flanquea a la Megaestructura en paralelo, como si fueran depósitos. Por cierto que el vasto estacionamiento y la estación de servicio que lo acompañan delatan que estamos ante un centro comercial suburbano como tantos otros. La Megaestructura, que alberga algunos servicios municipales y no lucrativos, ha pasado a ser el monumento de un pasado remoto. Hay estudiantes de taller en Glasgow que proyectan su rehabilitación y miran con curiosidad al dinosaurio extranjero que la conoció nueva.
A algunos miles de kilómetros y en un clima bien diferente, el Planalto brasileño exhibe la capital ideal de los años 60, Brasilia. Su centro -patrimonio de la Humanidad-permanece casi intacto como testimonio de las ideas Corbusierianas de ese tiempo. Está en uso y se ha expandido. Los brazos del «avioncito» de la planta urbana imaginada por Lucio Costa conservan su esquema de supermanzanas con casas de departamentos en un parque. Crecidos los árboles, puede verse que era realmente un ideal urbano posible. Más afuera, los barrios ricos han rodeado el lago artificial, con residencias de todos los estilos que podríamos encontrar en el suburbio de cualquier otra gran ciudad de nuestro continente. Tenemos la impresión de estar recorriendo un suburbio norteamericano, completo con sus equipamientos sociales. «Sociales» como un country club o un hipermercado, ciertamente; todo apartado, ya que la intención cumplida fue la de hacer una ciudad para el automóvil. Esto se ha logrado plenamente, puesto que en Brasilia, al final del día, se crean esos embotellamienos de tránsito en autopistas que cruzan un verde casi vacío, que nos sorprenden en Estados Unidos.
Las dos ciudades ideales se han naturalizado. En sus monumentos centrales -uno de ellos una melancólica ruina, el otro la sede del gobierno del mayor país de Sudamérica-están las arquitecturas simbólicas de ese tiempo. La de Escocia, difícilmente reutilizada por una ciudad que se parece ya a los otros suburbios de las Islas Británicas. Las arquitecturas monumentales del centro de Brasilia han sido plena y orgullosamente aceptadas, con todas sus incomodidades. Por fuera de sus centros simbólicos, las ciudades son ciudades, y así como un lugar común dice que las ciudades de los Mayas fueron tragadas por la selva, las ciudades ideales de los años 60 han sido asimiladas por la vida urbana de comienzos del siglo 21.

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