20.8.2015

Homenaje Scalae a Mario Roberto Alvarez

Podría ser un museo saloncito lo que en realidad es la sala de juntas, de reuniones, del estudio del arquitecto Alvarez. La vida llega con el arquitecto, que tras una espera, irrumpe como detrás o delante de una corriente que no sólo es de aire: la certeza de conocerse muy vivo, del superviviente a tantas verdades propias y ajenas, arroja un discurso optimista, seguro, sin fisuras, sin pausas. Junto con él uno de sus socios. Saludos y estrechar cordial de manos.

hasta la hora de cierre de la biblioteca…

No se pregunta por el visitante, una rápida, directa, profunda y muy azul mirada interroga y obtiene respuesta por su cuenta. Se trata de hablar, hablemos entonces…

En una época en que los estudiantes casi no podían, dado que las clases eran de mañana y tarde, debí trabajar desde las seis y media de la mañana hasta la una para estudiar Arquitectura. Estudiaba mucho desde las dos y media de la tarde hasta la hora de cierre de la biblioteca, pues sentía que los profesores me reprocharían el no concurrir a las clases. Si uno no concurría a ellas los profesores lo miraban mal.
Sin embargo, obtuve el promedio más alto de los tres últimos años, gracias a lo cual se me concedió una beca con la que pasé casi un año en Europa. Hice como un posgrado visitando ciento quince ciudades y a muchos arquitectos famosos. No pude viajar a España a causa de la Guerra Civil.

Durante los años de estudiante mi libro de cabecera fue Choisi, de dos tomos. Para mí fue como una Biblia. En él se explica cómo, desde los inicios más remotos de la Arquitectura, las formas siempre han sido producto de la técnica constructiva. Y no al revés.
Hoy estamos clasificados como los más ingenieros de los arquitectos y, a la vez, los más arquitectos de los ingenieros. Inclusive ad honorem soy socio del Centro de Ingenieros de Argentina. Si se construye lo que pregonaba Palladio se harán las cosas bien. No serán tal vez cosas que llamarán la atención, pero no importa.
En ese sentido algunas de las cosas que dijo Auguste Perret cuando lo trajimos a Buenos Aires, con mi amigo Lavalle Cobo, me quedaron grabadas para siempre: ‘la arquitectura no debe llamar la atención’. Lo contrario de un affiche, de un grito en la pared que a los pocos días se tapa.
La arquitectura debe ser algo que, cuando uno ve un edificio, parezca que ya lo vio antes. No una llamarada, eso cansa, fatiga, empalaga. Se deben hacer obras sobrias, tranquilas. Nos interesa trabajar mucho para poder hacerlas simples. La crítica de arquitectura Marina Weissman decía que nuestro mérito era ‘ser sencillos en un mundo complicado’.

Alcanzar la sobriedad nos interesa. Los versos de Virgilio, que todo el mundo pondera, surgieron espontáneos, él los revisaba, tachaba, cambiaba. Nosotros procuramos la arquitectura de esa forma, como Virgilio: no aceptamos lo primero que se nos ocurre, lo criticamos. Si no llegamos a un acuerdo, decido yo. Aprendí de Mies van der Rohe, con quien estuve en Chicago, esto de revisar y volver a revisar lo primero planeado.
Y bueno… no nos resulta fácil hacer lo que hacemos.

me daba por hacer maquetas, por hacer volúmenes…

Desde chico, en vez de jugar con otra cosa, hacía maquetas, volúmenes. Puede que sea ésta una de las causas por lo que me incliné hacia la Arquitectura, en contra de la opinión de muchos, salvo de mis Padres que me apoyaron.
Ahora en el Estudio se encargan otros de hacerlas. Realizamos muchas maquetas. Creo en Descartes, en la duda. Nunca tengo la certeza de que vayamos a hacer lo mejor de lo que somos capaces, hasta que lo hacemos muchas veces. Sentimos terror a hacer lo primero que se nos ocurre.

Diré algo en mi contra: ‘Una maqueta es la antesala de estar casi seguro’.
Una vez leí que si el cuadro de las lanzas (La rendición de Breda, de Velázquez) se reduce a una escala inferior, por ejemplo cuando se publica una reproducción en un libro, es muy agradable de ver, pero que no es el mismo cuadro. De manera que desconfío un poco de ellas, de las maquetas. Tal es así, que a veces, en obra, con papel o cartón, rehacemos algo sobre lo que no estamos seguros. Ocurre algo parecido con el color, la pintura, por ejemplo. Recuerdo haber efectuado, en un mismo día, tres visitas a una obra porque un color, por la mañana, tiene un valor; por la tarde, otro; y al atardecer, otro.

con un mismo plano, pueden hacerse varias direcciones de obra…

Cuando recibimos un encargo, somos varios en el estudio los que buscamos una solución de planta y estructura. Una vez llegado a un principio de acuerdo, en una o dos soluciones, hacemos una especie de concurso privado. Cuando consideramos que podemos tener una solución nos reunimos con nuestro estructuralista y realizamos la unión de estructura y planta. Nuestras obras se caracterizan porque recurrimos a estructuras en las que con lo menos procuramos hacer lo más.
Cuando llegamos a un principio de acuerdo estructural, estudiamos cuáles serán las medidas estructurales máximas. Después veremos si podrán ser menores. Trabajamos a partir de las peores condiciones posibles. Posteriormente, en triunvirato: una vez de acuerdo tres de nosotros, normalmente, volvemos a reunirnos todos para que se critiquen aspectos del proyecto.
Voltaire decía: ‘Conozco la forma del éxito, pero no la del fracaso: dele el gusto a todos’. Si surge alguna oposición sin fundamento no la escuchamos, aunque tampoco buscamos la unanimidad.
Después, el mismo trío de arquitectos asume el desarrollo y la dirección de obra. Quien se encargó del desarrollo de la documentación, generalmente toma a cargo la dirección, porque creemos que, con un mismo plano, pueden hacerse varias direcciones, todas buenas, pero diferentes. Nuestra dirección de obra es muy exigente.

Todos los días hacemos un parte y cada semana le hacemos llegar al propietario un informe sobre el estado de su obra. Económicamente suelen dar pérdidas pero lo que importa es la obra. A veces las obras duran más de lo programado, lo que resulta un perjuicio. La obra de la Universidad de Belgrano, que es una universidad que se debió hacer en vertical, donde proyectamos por primera vez entre nosotros un ascensor de doble cabina, duró dieciséis años y con una dirección de obra de ese tiempo, lógicamente, perdimos plata. Pero insisto: lo que importan son las obras, y no solo el dinero. Proporcionamos la atención que a mí personalmente, si fuese cliente, me gustaría que me dieran: que me cuenten todo y que me expliquen por qué se hacen las cosas.

hemos creado una pequeña escuela…

En general, nuestras obras son apreciadas hoy. Inclusive, cuando se pone a la venta algún departamento, indican que fue realizado por nuestro estudio profesional.
Hemos tenido la suerte de que este trabajo silencioso haya recibido aceptación. Salvo cuando intervienen los decoradores, quienes generalmente cambian todo. Lo que pusimos en blanco, lo hacen negro. Lo negro, lo cambian a blanco.
No todos los arquitectos mantienen una línea en su profesión, por más que ésta sea simple y sobria. Nosotros sabemos diez principios y esos diez siempre tratamos de cumplirlos. De este modo hemos construido más de tres millones de metros cuadrados.
Hubo una época en que se nos criticó diciendo que siempre hacíamos lo mismo. Nos preguntaban por qué no cambiábamos. Nosotros, con socios jóvenes, hemos ido evolucionando siguiendo silenciosamente el mismo camino. Tanto es así que hemos creado una pequeña escuela en la cual todos tenemos un pensamiento parecido. Nos criticamos los unos a los otros, pero siempre en base a diez principios. Tenemos la satisfacción de contar con gente joven, gente no tan joven, y yo soy el responsable de los errores.

La primera obra la hice sólo. El número de socios fue creciendo, algunos fallecieron, otros se cansaron del ritmo de trabajo. Trabajamos incluso los sábados. Pero cuando digo nosotros estoy refiriéndome no solo a cuatro o cinco socios sino a otros arquitectos. Ellos y yo siempre hemos creído que, para que la gente esté contenta, hay que pagarle bien, porque entre todos somos capaces de sumar, y no de restar.
El Estudio ocupa tres departamentos, el primero lo dejamos como un open space. En los otros dos mantuvimos espacios para trabajar con privacidad. El que esta solo produce más; mientras que el open space permite ver el trabajo conjunto. Hemos llegado a ser setenta y cinco miembros. Ahora, cuando una obra nos obliga a contar con mucho más personal, algo que hoy con las computadoras ya no es tan necesario, somos entre veinticinco y treinta personas y organizamos otro taller en obra.

Muchas veces tomamos arquitectos a prueba. Nos interesan con algún conocimiento. Otros han aprendido entrando desde el escalafón inferior. Recibimos a veces a estudiantes extranjeros de Europa que hacen posgrado. Entran a practicar, pero si alguien vale, nosotros somos los primeros en proponerle que se quede. Hacemos concursos para medir qué viejos estamos y cuánto podemos aprender, confrontando con otros.
Un empleado habilitado, puede llegar a ser un socio.

le diría a un estudiante…

Así como yo fui atendido por grandes arquitectos como Aalto, Beaidin y Loos, Gropius, Breuer, Seydler, Neutra, recibo a cualquier estudiante o profesional que quiera conocernos.
Le diría a un estudiante que empieza que, tras años de trabajo, si uno ha sido honrado, correcto, si no te has quedado con dinerillos de nadie, tendrás la autoridad moral que tal vez otros colegas, quizás mejores, no tienen. Por eso, cuando te encargan una obra, pequeña o grande, deben saber a quien se la entregan.
Hace años vino un señor con un encargo, recalcando que lo hacía a pesar de que ‘éramos caros’. Me sentí desconcertado, porque nosotros tenemos pérdidas muchas veces. Y me aclaró que no era a causa de los honorarios, sino porque los subcontratistas, cuando se enteraban de que nosotros éramos los arquitectos, sabiendo de nuestra experiencia, encarecían sus presupuestos. Manifesté que esos señores eran inmorales, porque pensaban contratar algo que no iban a cumplir. Nuestra lucha, ingrata y desgastante, consiste en tener la autoridad de exigir que las cosas se hagan dos, tres o cuatro veces. Si nos damos cuenta de que algo está mal hecho, se rehace.

creemos en la nobleza del ladrillo…

No seguimos la moda. Creemos en la nobleza del ladrillo. Por inspiración, y en base a la historia de la arquitectura, hemos hecho obras con ladrillo de máquina con cara esmaltada, que casi nadie hace. Los revestimientos pueden sufrir a causa de los movimientos estructurales, mientras que el ladrillo -si tiene una cara que se puede exhibir- vale. Eso lo he podido comprobar en varias obras que he visitado alrededor del mundo. Creemos en el desarrollo, en la evolución de los materiales, vemos y experimentamos todas las novedades que aparecen, pero antes de proceder a usarlo, lo ensayamos para ver si realmente es un buen material. Hemos hecho fachadas con chapa enlosada, de aluminio… Hemos hecho carpinterías con acero inoxidable. Aunque no hayamos llegado todavía a los materiales de la obra del museo en Bilbao (Guggenheim de Frank Gehry), estamos atentos al progreso de los materiales y a sus costos, porque no podemos emplear algo sin ensayarlo previamente. En ocasiones, he tenido que responsabilizarme por usar materiales, de mejor calidad pero desconocidos para la gente, de manera que debía, por escrito, hacerme cargo si pasaba algo.

los mismos zapatos…
Me considero un privilegiado, un hombre que eligió bien a sus Padres. He tenido suerte. He sido perseverante. Y he tenido salud, soy un hombre feliz. Eso sí, te diré algo que no sé si es una receta: me casé viejo. Pensé que si lo hacía joven, tendría que claudicar en algunas cosas. Preferí tener las dos manos atrás y ninguna familia. Así que lo hice tarde, y tengo solo 2 hijos y un solo nieto. Es el precio que he pagado por querer ser independiente.
Aún veo a alguna de mis antiguas novias, que se casaron, tuvieron hijos. He sido un buen perdedor. En la vida hay tantos caminos, pero creo que tomaría el mismo que tomé. No sé si por falta de imaginación…
¡Siempre compro los mismos zapatos!, que no tengo que abrocharme. Mi Mujer siempre me decía que me visto tipo bolsa. No me fijo demasiado.

Participo de Loos, aunque también participo de cosas que Loos no hizo porque no quiso o no pudo… Durante mi estadía en Francia, aprendí que se destina un 2% del presupuesto de una obra pública a incorporarle obras de arte. Esculturas y pinturas. Todas las veces que nos ha sido posible, hemos incorporado a la obra esculturas y pinturas que siempre nos hemos encargado y responsabilizado de elegir. Estamos orgullosos de haber seleccionado las de grandes escultores y pintores.

No he tenido el dinero necesario para coleccionar arte, aunque me hubiese gustado.
En mi casa solo hay un cuadro de Seoane, otro de Castañino y otro que traje de la Trienal de Milán, uno Sueco. Irónicamente, tengo también una escultura que mezcla el estilo gótico y el arte hindú.
Cuando hice unos departamentos, hace muchos años, en Rivadavia 6013, como era tan austero el Hall, se me ocurrió ponerle la estatua de una mujer con esa impronta. Todos los días iba al taller de un escultor con fotografías de hindúes y resultó una escultura de una mujer con los senos al aire, como corresponde al arte hindú, pero con unos plegados góticos en su vestido. Los inquilinos consideraban que era una escultura impúdica. Un día la propietaria resolvió vender los departamentos y pensé: ‘ésta es la mía’. Por entonces, tenía un convertible y en una bolsa metí la escultura y me la llevé a mi casa. Al día siguiente, todos los inquilinos comenzaron a protestar, reclamando la estatua. ‘Se rompió’, les dije yo. Lleva en mi casa cuarenta y tantos años, ésa es la obra de arte que guardo, hecha por un escultor de chimeneas.
Mi apartamento es muy chico, construido en 1954, situado en un lugar espectacular. Mi Mujer siempre planteó comprar arte, pero a mí siempre me preocupó no tener trabajo para enfrentar el día de mañana. Habiendo partido desde cero hay que tener un resto para mantener a una familia y poder comprar obras de arte.

Ubicamos la obra que nos gusta a nosotros, no le decimos al propietario que ponga lo que a él le gusta. En ese sentido, tengo mala fama. Creemos que la escultura, la pintura, incorporada a la obra debe sumar al edificio, no debe ser una contradicción.

A lo mejor, tomando otro camino me hubiese ido mejor. Pero mejor ¿en qué? ¿Tendría más dinero? Mi Padre me enseñó que calma los nervios, pero que no hay que tener mucho, no hay que ser el más rico del cementerio. Mi casa es de 1954, mi auto es de 1959: eso sí, flor de diseño: Pinin Farina.

Respuesta a un Estudiante, por Mario Roberto Alvarez

Cómo establece Usted el diálogo y la relación con sus clientes?
Por Melisa González estudiante de la FADU, Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires.

Nuestra experiencia de relación, de cómo tratar al cliente, ha sido muy dura. Eso es algo que no se aprende en la facultad. Debido a mi carácter debo reconocer que muchas veces me ha faltado habilidad en el trato con los posibles clientes que nos visitaban cuando aún éramos sólo un incipiente Estudio.
A quienes venían a encargarnos una casa francesa o una casa inglesa, prácticamente, los echaba. No sabía tratarlos.
Cansado de perder clientes, reconocí mi culpa: no sabía hacerlo.
Así, hace muchos años cayó por el Estudio un médico, acompañado de su esposa, descendiente de franceses. Querían una casa francesa.
Y, en lugar de negarme, accedí.
Con la misma planta, tomé el trabajo de realizar dos documentaciones completas. Una casa francesa, con los elementos que ya todos conocemos y que no había más que copiar; y otra, con la misma planta, con un techo de chapa de zinc, columnas de hierro, la fachada orientada al oeste ciega, una puerta de un solo color y abierta hacia al jardín. Pedí presupuesto para ambas documentaciones. Cuando nos reunimos con los propietarios con los presupuestos, tal como esperaba, el más elevado era el de la casa francesa.
El médico dijo: «Ésta no puedo hacerla». Le mostré el otro proyecto, con la misma planta. La miró con simpatía porque era mucho más barata. Me apoyó su esposa y fui ejerciendo con ellos un pequeño curso de persuasión de arquitectura. Quedó entusiasmado con la casa, hasta tal punto que cuando tuvo que hacer una clínica en la calle San Martín de Tours, nos la encargó. Con el tiempo, aprendí que no había que oponerse al cliente, no chocarlo, dulcificarlo, convencerlo…
Se termina trabando amistad. Hace tiempo un cliente me llevaba en auto hasta la obra, en un trayecto de media hora. Le iba sugiriendo esto, esto y esto. No me contestaba a nada. A la semana siguiente me decía: «se me ocurrió tal cosa» y, como era un hombre mayor, no me salía decirle: «pero esto se lo dije yo». Así que me callaba. La paciencia es, según Ruskin, una de las 7 lámpara de la Arquitectura.

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