30.9.2015

Scalae Alberto Varas | Conversación con Félix Arranz

"Tito Varas, que en sus gestos, en el fluir rápido de las palabras, en el movimiento de los ojos, manifiesta la urgencia de las muchas cosas pendientes y por hacer, sin embargo deja en quien le escucha la reiteración de ecos de certezas." Félix Arranz

Scalae, alverto VarasBreves e intensas certezas, propias, alimentadas por un espíritu atento a lo indeterminado, a lo impreciso, a lo fragmentario, a lo extenso… a un ir y venir de lo más grande y difuso a lo pequeño y preciso. Un tránsito aparentemente no ordenado que construye, en la reiteración de lo bien aprendido, una aterciopelada aura de autoridad. Tito viste, también, de negro hoy, al charlar y eso -si cabe- simplemente enmascara en lo convencional una voluntad excepcional: la de quien ha conocido no una sino varias e intensas realidades. En los bolsillos guarda una sorpresa: lápices de colores, optimismo afilado.

esa necesaria relación con la realidad…
En el estudio hay muchas maquetas, si, algunas tienen más de 10 años y otras son muy recientes. Tiene que ver con la forma de trabajo; las maquetas se van acumulando porque es una forma de ver físicamente, anterior y posterior a toda la digitalización de la forma de producción de la arquitectura. A medida que los productos se van complejizando, las maquetas son una forma de mostrar esos productos a los clientes, tanto a los privados como a los públicos. Por otro lado, a mí siempre me ayudó a ver mejor los proyectos, más materializados.
Cuesta desprenderse de las maquetas, porque los proyectos los perdés… hace poco fui a visitar el velódromo de Mar del Plata que construimos para los Juegos Panamericanos. Hacía bastantes años que no iba y la visita fue dramática. El edificio está construido en una zona marítima, por lo que usamos mucho el hormigón, hasta en las barandas, solo algunas pequeñas cosas eran de aluminio. Estas únicas partes que no eran de hormigón macizo han sido arrancadas. Esto lo veo dentro del contexto de lo que es la Argentina hoy: el proceso de decaimiento cultural, la sociedad que se ha empobrecido, que ha perdido valores sobre las cosas. La obra de arquitectura y el espacio público son testigos del desbalance que hay en las sociedades.
Esa necesaria relación con la realidad obliga a que la sospecha de una situación de emergencia deba ser considerada como un material más a tomar en cuenta en la planificación del edificio, o de la intervención urbana. Probablemente van a ser agredidos. Lo que pasa es que parece que uno nunca se cuida lo suficiente.

la cuarta versión del proyecto…
Esa exactitud en mostrar las cosas como son en realidad, teniendo en cuenta lo que las mantiene como reales tiene que ver con la materialidad y con un esfuerzo que yo creo que es una versión del optimismo en la cultura argentina que no siempre es compensado por la realidad. Creo que la arquitectura tiene una función didáctica, especialmente en países como el nuestro y especialmente la arquitectura pública. Tuve muchas oportunidades, por los proyectos que hice, de hablar con los funcionarios públicos del más alto rango, y no todo el mundo entiende el valor educativo que tiene la arquitectura y el espacio publico, sobre todo porque no se dan cuenta de los cambios que han habido y de que la gente vive mucho más afuera que en sus casas. La gente pasa más tiempo viajando, transitando por la ciudad, más tiempo recreándose en ella; no es la vida recogida de hace 50 o 30 años, donde la gente estaba en las puertas y patios de sus casas. La gente se mueve, y en grandes cantidades.

La ciudad no siempre esta en condiciones de absorber esos cambios, y muchos de los proyectos que en los últimos 10 años tuve la oportunidad de hacer, son proyectos que reflejan transformaciones de la sociedad y de la vida urbana, tanto de la infraestructura como en el caso del proyecto de Retiro, como en el caso de las áreas de recreación masiva como los parques de Ciudad Universitaria.

Ahora estamos haciendo la cuarta versión del proyecto de Retiro. Pero yo creo que esto tiene mucho que ver con la naturaleza de esos proyectos. Hasta principios de los 80, yo había estado más vinculado con proyectos exclusivamente arquitectónicos. En ese momento no estaban de moda, ni siquiera se comprendía que el proyecto arquitectónico era una parte sustancial de la construcción de la ciudad.

De esa época en adelante, lo que nos hemos dado cuenta es que la gran diferencia entre proyectar en la ciudad y proyectar un edificio es que el edificio lo terminás hasta en el ultimo detalle, pero la ciudad está permanentemente teniendo visiones alternativas: los trenes pasan por un lado y después por otro, las calles cambian de sentido, los espacios se ocupan a veces mucho mas rápido que lo que los ocupan los proyectos. Entonces el instrumento del proyecto es una forma de ocupación virtual que es absolutamente necesaria. Es un instrumento valiosísimo. Y recién ahora, por lo menos en lo que es la cultura arquitectónica en Argentina, empezamos a hacer entender que aún los lugares que no están en condiciones tienen que tener un proyecto, porque si ‘no lo tienen’, tienen contenedores, trazas viales u ocupaciones marginales. Así es el proceso metropolitano, en el que hay una competencia por la ocupación del suelo. El vacío urbano metropolitano es imposible.

la dimensión americana de la ciudad…
Para mí, todas las dificultades urbanas se han convertido en aliados insustituibles a la hora de entender cuáles son los procesos en la ciudad y en la arquitectura. Para un arquitecto que trabaja dentro de una realidad urbana tan densa hay un cambio de actitud, porque nos hemos convertido en arquitectos de intersticios, no tenemos la disponibilidad espacial que había en otros momentos del desarrollo de la ciudad o del desarrollo de la naturaleza, donde había grandes parques y predios y uno tenía una gran posibilidad de expandir los proyectos.

Antes, Palermo era un parque decimonónico clásico, hoy son parques sobre áreas artificiales que se naturalizan. Ciudad Universitaria es un sector naturalizado sobre un área ganada al río que había sido rellenada con escombros. Estos son procesos que no se dan sólo en Buenos Aires. Sin embargo, acá interviene la geografía autóctona como elemento de ciudad americana. Más allá de que se ha dicho tanto: que la nuestra es una ciudad europea, creo que, al acercarnos a la geografía y a la gran dimensión metropolitana, estamos descubriendo la dimensión americana de la ciudad. Creo que ese es un punto interesante sobre el que tenemos que trabajar. E irremediable, absolutamente irremediable, pero que estaba oculto bajo otras capas, que son capas culturales. Se ve en los proyectos y en las maquetas cuando falta esa dimensión. En los proyectos en que aparece otra lectura de la ciudad, hay otro perfil urbano. Por eso yo me opuse tanto, en el caso de Retiro, a los proyectos que tenían como concepto el «ensanche». Para mí, esto era más de lo mismo desde el punto de vista de la expansión urbana y yo creo que eso corresponde al siglo pasado. Acá existía la oportunidad de crear unas dimensiones y una tipología arquitectónica de otro tipo más acorde con esta escala y con el reconocimiento de Buenos Aires como ciudad americana.

La oportunidad que da el espacio, para programas contemporáneos que la ciudad ya no tiene capacidad de albergar, está en esos lugares como lugares abiertos, nuevos espacios, nueva dimensión de lectura de la ciudad. No es casual que eso se de en gran medida en el borde de la ciudad sobre el río, porque es una de las zonas que da más oportunidades para esto.

la naturaleza esencial de esta época…
Cuando arranqué estudiando arquitectura, los primeros años, en realidad no sabía bien qué era. Mi familia era una familia pequeña burguesa: tengo un hermano que es médico y un tío ingeniero, y en la familia había que ser o médico o ingeniero. Yo siempre les decía a mis padres que les salió lo que querían pero levemente deformado: mi hermano termino siendo psicoanalista y yo arquitecto. Vendría a ser como una derivación perversa (risas).

Ya a mediados de la facultad me fui dando cuenta en que consistía esto, y me despertaba una enorme curiosidad, más que nada sobre el porqué de que las cosas se hicieran de cierta manera y no de otra. Nunca me interesó la arquitectura como un hecho artístico terminado, sino como un procedimiento de aproximación a las cosas, en el cual las ideas y los conceptos hacen que de repente uno pueda sorprenderse frente a un resultado final. Una interpretación de la realidad, como hace un psicoanalista.

Me interesa mucho el psicoanálisis, de hecho incursioné algunos años en él… como paciente, por supuesto (risas).
Pero, realmente, creo que vivimos en un mundo muy complejo y lo más difícil es entender qué es lo que tenemos que hacer, no tanto hacerlo. Yo creo que la naturaleza esencial de esta época es que no es prescriptiva. Antes, todo estaba prescripto, estaban los libros. Ahora, cada uno te dice un manera distinta de hacer las cosas y finalmente, lo mejor que uno puede hacer es leer lo que pasa a su alrededor. Todo es muy cambiante y yo no encuentro ninguna ventaja en la ortodoxia. Muchos aspectos, mas que nada en los creativos, el diseño, el arte, son muy ortodoxos. A la gente no le gusta que nada cambie. Lo que ya es conocido parece ser bueno. No importa que alrededor ya todo haya cambiado. Hay algo en la profesión y en proyectar que es esa curiosidad experimental por saber qué es lo que va a terminar siendo lo que uno tiene entre manos.

Estuve asociado durante 30 años. Los primeros 10 años éramos alrededor de 8 personas que entrábamos y salíamos, muy al estilo de los años 60. Esos años fueron para nosotros muy prescriptivos, no necesitábamos mucho intercambio, no había muchas diferencias, nos habíamos puesto de acuerdo en cómo hacer los proyectos. Eso daba la posibilidad de trabajar fácilmente en equipo. A lo largo de los años, el grupo se fue reduciendo. En los últimos 5 años, que he trabajado sólo, me he dado cuenta que esa asociación se había vuelto más difícil porque en su momento todos los socios éramos equivalentes, y los últimos años, cada uno tenía cada vez más ideas propias sobre cómo tenían que ser las cosas. Esto es algo muy legítimo que no pasaba tanto en los años anteriores. Las primeras semillas de esto surgen en los años 80, con las críticas ya más profundas al modernismo. Ahí surge una primera aproximación a la crítica cultural y un entendimiento que empieza a diferenciar situaciones.

La situación actual es multifacética, ahora es muy difícil llegar a acuerdos. Lo que sí es fácil es trasladar al equipo lo que uno quiere.

un laboratorio profesional…
Trabajo con muy poca gente, que va cambiando. Hay 5 o 6 personas en mi equipo, el número depende de la cantidad de trabajo que haya. En general, he trabajado con gente que ha sido docente conmigo en la facultad, porque fueron años de hablar con ellos de las mismas cosas. Claudio Ferrari, Pablo Vela, Roberto Damico, Marina Villelabeitía, Leandro López son o fueron docentes míos y nos hemos entendido bien. Así que mi oficina esta muy relacionada con la actividad académica. En general tengo también un número de pasantes, gente que me ayuda con concursos. Mi formación es así, es lo que me gusta hacer. No tengo un estudio con una estructura corporativa estable.

Me gustaría llamarlo ‘un laboratorio profesional’, aunque este nombre no tiene una fuerte tendencia a absorber las demandas del mercado, porque los clientes privados, aunque luego se deslumbren con la originalidad de los resultados, temen la experimentación. Sin embargo, yo he experimentado mucho con buenos resultados a través de los concursos, sobre todo en la cuestión urbana. De hecho, dos veces tuve laboratorios de arquitectura: uno en el año 80, en el CAYC, y otro en 1995, donde empecé a hacer los estudios urbanos sobre Retiro y la Reserva Ecológica de Buenos Aires en la Universidad de Palermo, que se llamaba Laboratorio de arquitectura metropolitana y urbanismo. La experimentación y la palabra laboratorio siempre aparecen.

No dibujo con la computadora. Preparo los dibujos básicos de lo que quiero, primero a mano y luego los paso a mi sistema. Con esos dibujos, mis colaboradores empiezan a desarrollar las ideas del proyecto, las medidas y relaciones, algunas cosas se deforman, se reforman otras, se hacen ajustes, y se entra en una norma de trabajo que termina con una argumentación muy elaborada hasta llegar al proyecto ejecutivo.

una universidad demasiado grande y masiva…
La facultad debería ser escuchada y también debería tener un rol más activo porque esto es siempre parte y contraparte. La facultad debería hablar con claridad y con fuerza y tener los recursos necesarios para hacer propuestas sólidas.
También creo que tiene que haber más concursos. Los concursos urbanos han resultado ser muy productivos, sobre todo en los últimos 10 años; antes prácticamente no existían.

El hecho de que haya concursos para todas las obras públicas obligatoriamente, como ocurre en general en Europa, creo que es algo que la Argentina tiene que lograr definitivamente. El concurso crea más ideas, pone sobre la mesa más alternativas, y hace que la profesión le dedique un tiempo a pensar estos problemas, a investigar.

Para los que llevamos años en la docencia es terriblemente rejuvenecedor seguir en ello, hace que uno repiense las cosas con la misma frescura con la que lo hubiera pensado 20 años antes. La enseñanza también ha cambiado mucho, en cierto sentido ha dejado de ser prescriptiva: uno trabaja con los materiales que traen los alumnos. Aunque no todo el mundo tiene esta posición, yo creo que es la que más claramente refleja el momento cultural que estamos viviendo. La arquitectura es un texto, uno se va acostumbrando a la lectura del mundo material y la facultad incentiva el seguir pensando sobre las cosas. La arquitectura siempre está en amplia relación con los momentos sociales, culturales y artísticos en los que se inscribe, y el seguir analizando estos aspectos depende básicamente de los concursos y de la facultad.

En 1983 hubo un cambio sustancial, en el que el profesorado tuvo gran influencia. Yo creo que ahora eso se ha perdido bastante. Muchos profesores han dejado la docencia, ahora los alumnos -los que tienen un interés en la vocación- son los que mantienen la facultad. Sin embargo, la UBA es una universidad demasiado grande y masiva que todavía no ha podido resolver sus problemas con respecto a la organización para lograr un funcionamiento con un buen nivel académico y para todo el mundo.

Una fragmentación no estaría mal. Es lo que se ha hecho en las universidades francesas… unidades más pequeñas y manejables serían muy convenientes. Lo malo es que esto tiene su lado político, porque todo se ve desde un punto de vista político más que desde uno pragmático. Personalmente, creo que la facultad ha cumplido bien su papel en los primeros 20 años de democracia pero que ahora ya no está bajo riesgo y exige un cambio. Ahora tenemos una universidad democrática y hay que pensarla sin prejuicios.

Conversación con Félix Arranz.

Publicado originalmente en la edición argentina de la colección de pliegos SCALAE | 2006.

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