2.11.2015

Profesionalismo y enseñanza de arquitectura

Profesionalismo se usa a veces de manera admirativa, a veces desdeñosa. Admirativa para los estudios de gran producción (nada tiene tanto éxito como el éxito). Su producción es entonces llamada "consistente".

Publicado en los Documentos Períodicos de Arquitectura SCALAE, marzo de 2005

Profesionalismo se usa a veces de manera admirativa, a veces desdeñosa. Admirativa para los estudios de gran producción (nada tiene tanto éxito como el éxito). Su producción es entonces llamada «consistente». Desdeñosa, cuando la «mirada» es la del arquitecto como artista, quien de hecho pertenece a otro segmento ocupacional, que sólo funciona cuando tiene cierto éxito.

El profesionalismo consiste en utilizar en nuevos proyectos del propio estudio, procedimientos que han demostrado su eficacia en casos anteriores. El profesionalismo consiste en saber hacer una cierta cosa en el mundo real. Saber hacer una cierta cosa en el mundo real produce prestigio ante la mayoría de la comitencia real o posible. Es el caso de los abogados defensores, los cirujanos famosos y otros especialistas médicos. El arquitecto-artista se precia de hacer algo nuevo cada vez, por eso mismo no probado, y es ocasión de algunas famosas fallas constructivas de la modernidad, de algo menos notorias inadecuaciones al uso (del cual poco se habla respecto de esas manifestaciones artísticas).

La profesión consiste en saber hacer bien una cosa no enteramente prevista (si lo está es un oficio o un servicio). La disciplina es el saber o entender de una cosa, y de sus alcances; cuanto más amplios mejor. El arte se supone que es algo superior, intuitivo o inspirado, que en una de esas cae dentro del campo de pertinencia ya conocido de la disciplina o de la profesión. Y frecuentemente extiende ese campo. (Duchamp, las vanguardias del siglo XX).

La profesión, por tratarse de hacer algo en el mundo, para nuestro caso construirlo y luego usarlo, implica saber construirlo, de la manera más eficiente para el caso que se trate.

El caso del que se trate es el delimitante de los medios económicamente posibles para materializar «la idea». La «idea» sigue siendo el producto insustituible del Arquitecto; o lo era hasta hace poco. La profesionalización va sustituyendo progresivamente ese valor a medida que se estabilizan las innovaciones de la Arquitectura Moderna, y se van volviendo rutina, lo consabido.

Un estudio que quiere mostrarse profesional se encarga de negar «el relámpago de la inspiración» (Wilford en 1996) y procura enfatizar lo metódico de su proceder. Wilford asegura a sus futuros clientes que el partido que adopte será ponderado: luego de considerar otros partidos posibles, se elegirá el más eficiente. La especialidad de ese estudio es por lo tanto generar partidos y evaluarlos. Y luego los materializará «en el estilo más apropiado». Es decir, muestra una forma particular de profesionalismo. Diferente del de los Artistas puros que presentan sus decisiones formales como inapelables, subjetivas… todo aquello. Ejercer el profesionalismo por ahora implica dejar de lado la faceta «arte inspirado» y lucir un «curriculum» de obras, preferentemente grandes, que han sido llevadas a buen puerto.

Para los profesionales la sociedad y el Mercado se confunden bastante. Son conservadores, y en eso coinciden con la arquitectura misma, que es sólida, estable, permanente en general. Para los Artistas, en apariencia la sociedad se opone al Mercado, que la tiraniza, ya que el Artista pertenece de pleno derecho a las vanguardias (o eso pretende) y éstas son por definición rebeldes, «anti-sistema». Los clientes de los artistas -a menos que sean excesivamente cínicos- son rebeldes del sistema, o les gusta verse como tales. (los clientes del primer Corbusier).

Se argumenta que la enseñanza no ha evolucionado junto con la práctica. Una crítica que parece razonable. Hay que recordar sin embargo que los procesos de proyecto que aún se enseñan -la invención de nuevos edificios por ensamble de partes más o menos preexistentes «en respuesta a un programa de necesidades»- fue en sí mismo una innovación dirigida a alinear la profesión con las nuevas condiciones político-sociales de comienzos del siglo XIX. Como han transcurrido unos 200 años desde ese momento refundacional, parece razonable buscar un aggiornamento de los métodos de proyecto, que son a la postre lo que se enseña en los Talleres de proyecto.

La pregunta que me hago es si ese aggiornamento ha de consistir en la incorporación de conocimientos al día sobre el ejercicio profesional en términos de materias «extra-arquitectónicas» (economía, marketing, psicología aplicada a la persuasión de los clientes, organización de la empresa-estudio de arquitectura, y así) sin modificar la manera en que se aprende a hacer una cosa nueva a impulsos de una demanda imperfectamente formulada, como describió al proyectar un educador norteamericano, Donald Schön.

¿Lo que se enseña es simplemente a hacer un objeto nuevo o uno que sea apropiado para las demandas de un contexto, que obra como disparador de una creación artística? ¿O bien se trata de otra cosa, entre otras razones porque los medios empleados han cambiado, tanto en la producción del proyecto cuanto en la construcción del edificio? Ignoro si es posible enseñar a inventar edificios por métodos radicalmente diferentes de los que aprendimos, pero esto bien puede ser una dificultad generacional.

Me limito a registrar que hoy día parece natural partir de una envolvente muy refinadamente construida y «permitir» que dentro de ella se aloje una distribución u otra diferente, pero en general, distribuciones firmemente establecidas, convencionalizadas; en una palabra, típicas. La composición elemental que predominó durante la mayor parte del siglo XX puede ser pronto una pieza de museo.

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