14.10.2015

Me gusta, pero no me interesa (II)

Hace tiempo publiqué en Clarín Arquitectura un artículo con el mismo título para referirme a la utilización de dos simples criterios a tener en cuenta para la comprensión y juicio inmediato de obras o proyectos que caen bajo nuestra mirada.

fo_5.jpgDada su aceptación, he decidido ampliarlo en esta ocasión. Esta idea resultaba de una gran utilidad para aclarar la eterna discusión con los clientes sobre las cuestiones de gusto, sin caer en la pedante posición de que los clientes no tienen el gusto «educado»; o su gusto es kitsch, o algo parecido. Este debate se suele dar también entre arquitectos, cuando nos enfrascamos en la discusión sobre las preferencias.

Así diferenciaba aquellas obras que de su rápida observación nos gustan, pero no nos despiertan interés, de aquellas otras que, no nos gustan, pero si nos interesan. Ya estará adivinando el lector que habrá obras que ni nos gustan ni nos interesan y otras a la inversa, que si nos gustan y además nos interesan. Es verificable que el gusto suele estar más del lado de los usuarios y el interés de los arquitectos. Y en el caso de estos últimos es aconsejable llegar a hablar de diferentes concepciones teóricas de la arquitectura, como base para comenzar una discusión para saber si es mejor Ghery o Koolhaas, el interés no lo resuelve todo, es apenas un comienzo para comenzar a indagar en profundidad sobre el asunto.

Llevados por su gusto los clientes suelen pedir «estilos» (Pulte, Tudor, rural u otros), que complican a los proyectistas. Así, las preguntas mas recurrentes de los arquitectos son: ¿debemos hacer lo que el cliente pide?, debemos hacer lo que nos han enseñado?, debemos convencer a los clientes de que es mejor la arquitectura moderna? y por qué?. Cuáles son las razones que nos avalan para tomar una decisión.

Si bien sobre gustos hay infinitos libros escritos, estos no indican cuáles de esos gustos son, o no, los que se «deben» tener, porque sobre gustos, como sobre sueños, no hay deber ser, ni tampoco los hay correctos o incorrectos.

Ahora bien, esto no agota la cuestión, y aquí traigo malas noticias: «no existe libertad en materia de gustos». Más de uno podrá alegar que él elige la ropa, la casa que quiere tener y el auto que se quiere comprar, lo que no se advierte en tal aserto es que se elige dentro en un repertorio predeterminado, de lo contrario la mayoría de los jóvenes no se pondrían los reiterativos y populares Jean, y las familias no elegirían las conocidas casas de estilo.

Kant habló de juicios reflexivos y universales de gusto donde todos nos pondríamos de acuerdo. Por ejemplo «la rosa es bella», y si bien muchos podemos acordar, el filósofo nada dijo sobre las obras de arte; y sobre éstas la referencia mas acertada, a mi juicio, son los trabajos de P.Bourdieu1. Además ignoramos si los sujetos de las muchas colectividades humanas, coincidirían en que la rosa es un objeto bello. Pero como la noción de belleza es compleja, su tratamiento quedará para una próxima edición.

La gente elige, de todo aquello que se le presenta a sus sentidos, lo que le interesa por alguna razón de moda o distinción, pero por sobre todo porque le puede atribuir un significado. Las viviendas o edificios contemporáneos carecen de relato conocido, «no quieren decir nada», en el sentido de mensaje explicito, pero igual arrastran y suscitan significaciones, a través de sus imágenes, que no pueden ser leídas si no se les puede donar un sentido.

Seria fácil la comprensión si el argumento válido fuera, como en medicina: «Doctor me duele el hígado, ¿se podría operar?» La respuesta legítima y aceptada del médico sería: «primero vamos a ver si realmente lo que le duele es el hígado y segundo veremos cómo se resuelve este problema».

Pero como todos experimentan el habitar en su hábitat, creen que algo saben del tema, y están en lo cierto, pero al carecer de la formación disciplinar, sólo suelen imaginar formulas conocidas y ellas no siempre son de utilidad para sus propios requerimientos.

Pero este poner el acento en la imagen, propio de los usuarios, es tambien de los arquitectos y de los usuarios, aunque por gustos y razones diferentes. Los usuarios son moldeados por los media, y los arquitectos por el campo intelectual de la arquitectura, que impone sus criterios de lo bueno y lo malo. Los arquitectos poco indagan en las formas de vida desde donde derivan formas de habitar y del hábitat arquitectónicamente estructurado y de ello se deriva que un punto fuerte de la disciplina es ignorado para interrogar y atender al futuro usuario y sobre todo encontrar un legitimo punto de apoyo para la tan ansiada creatividad.

Retornemos al gusto y el interés, con algunos ejemplos:
* La obra de la Iglesia para el Vaticano del año 2.000, de Eisenman, me gusta y además me interesa su manera de plantear el problema de la unidad de la obra.
* El museo Judío de Berlín, de Libeskind, no me gusta, pero me interesa.
* Las viviendas de Botta, me gustan, pero no me interesa la forma edulcorada de formalizarlas.
* El museo de Bilbao de Ghery, ni me gusta, ni me interesa.

En mi experiencia, estas cuatro posibilidades suelen ser de gran ayuda, para tener un juicio rápido sobre una obra que no visualizo con claridad. Generalmente, lo primero que opera ante un inexperto es el juicio de gusto y desde luego también funcionará así un experto o entrenado; sólo que después el primero comienza a realizar operaciones propias de su interés práctico y el experto, en cambio, se guiará por su concepción de lo que debe ser la arquitectura y su juicio tiene un interés desinteresado, como solía afirmar Kant frente a los juicios reflexivos de la estética.

El asunto estriba en que los entrenados atraviesen ese primer estadío del no me gusta, pero me interesa, y profundicen e indaguen en el por qué de esta experiencia tan extraña como reveladora.

Publicado en la Ronda «Editorial» del Scalae Daniel Silberfaden, Marzo de 2006

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