4.9.2015

La casa, el cine, la vida

Todos los domingos, invariablemente, las páginas de "Decoración" de las revistas que acompañan a los diarios principales traen una serie de fotografías seleccionadas para cautivar a su público, preferentemente femenino.

mononcle.jpg

Y cada vez que las hojeo, invariablemente, me pregunto quién vive en esos espacios. Porque no hay señal alguna de vida en esas imágenes prolijas (abrumadoramente prolijas), brillantes y seductoras. Empezando por un hecho, en apariencia aceptado como un sino: no hay gente; puede ser que alguna vez, por el capricho del fotógrafo o de la dueña del lugar, haya un gato o un perro morosamente tirados en un almohadón. Pero gente, no. Aquellos que fueron alumnos en el Taller de Diseño que yo conducía en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UBA recuerdan una película francesa que se proyectaba con recurrencia para los estudiantes de los primeros cursos.
Era un filme escrito, dirigido y actuado por Jacques Tati, más conocido por su personaje (Monsieur Hulot), titulado Mi tío (Mon oncle), y a pesar de que cuando se la veía ya tenía 15 años o más, era para todos nosotros una cristalina lección de arquitectura aplicada «al caso de la casa».
Es posible que los colegas con los que me encuentro en algunas ocasiones -ex alumnos- hayan olvidado muchas de las clases de aquellos tiempos, pero invariablemente hacen algún comentario acerca de Mi tío y de la manera en la que se había fijado en su memoria personal y profesional.
En la película se enfrentan dos formas de vida contrastadas: por una parte, la de la familia de la hermana casada de Hulot, cuyo esposo es un rico empresario de la industria plástica (la visita de Mr. Hulot a la fábrica es antológica) y que vive en una casa «moderna», similar a las que aparecen en las revistas dominicales y rodeada por un alto cerco, con un hijo único de edad escolar.
Por la otra, Hulot, que es un bohemio incurable, descuidado en el vestir y olvidadizo, habita en un altillo del segundo piso de un edificio con ventanas desiguales y una serie de sinuosas escaleras que causan la risa del público cuando se ve, desde la calle, el trayecto que Hulot recorre para llegar a su vivienda.
Como el niño no soporta las horas de cautiverio en la casa prolija, espera impaciente la hora en la que su tío viene a buscarlo para ir a una plaza y revolcarse en el césped jugando con otros niños de su edad (que son de un barrio humilde).
Este esquema tan simple es la base de un film que comporta, a mi modo de ver, un manifiesto sobre la teoría de la casa y las formas de vida que promueve el mundo de hoy. Ocurre que Mi tío cumple ahora 50 años (fue filmada en 1957), y habría que revalorar, estimo, a ese taumaturgo de los gags, Tati, que pudo plasmar en esa pieza una ácida e hilarante crítica para una sociedad sometida por las apariencias y la frivolidad.
La buena vida
Después de lo manifestado más arriba parece obvio que un libro que, además de estar firmado por el excelente arquitecto español Iñaki Ábalos, lucía en la carátula un fotograma de Mi tío, debía atraer mi atención. Además, ese bello volumen tiene como título una frase adecuada: La buena vida.
Baste decir que Ábalos dedica 24 páginas de su libro para analizar la obra de Tati, sus influencias y sus objetivos, y se comprenderá que a partir de aquí la exégesis de Mi tío ya no corre por mi cuenta.
El itinerario que Iñaki simboliza en las siete jornadas que abarca el volumen tiene estaciones por demás atractivas y polémicas. En la primera el protagonista es Mies van der Rohe (la casa de Zaratustra), la segunda alude a la vivienda de Heidegger en la Selva Negra, la ya mencionada casa del filme de Tati es la tercera, Picasso protagoniza la cuarta y Andy Warhol la quinta; la deconstrucción es el tema de la sexta y el pragmatismo el de la última.
En las palabras finales, Ábalos ratifica que la valiosa suma de reflexiones que culminan en ese epílogo no pretende responder con certidumbre a pregunta alguna y -más aún- que confirma los interrogantes que asaltaban al lector antes de comenzar.
En resumen, una película y un libro en los que se atisba por debajo de un caso que desvela desde siempre a los arquitectos: el caso de la casa.
Es innegable que en las cinco décadas transcurridas, los hechos confirmaron lo que Tati volcó en su película y la realidad muestra situaciones muy parecidas, sobre todo en cuanto a la crianza de los chicos en las ciudades (tema que desarrolla con maestría el pedagogo italiano Francesco Tonucci).
Pero también es innegable la presencia de quienes estamos convencidos de que la calidad de vida no pasa por el auge de los electrodomésticos o los automóviles, y que las formas de vida demandan un enriquecimiento cultural y no la compulsión de las «casas positivistas» como la del filme o de los barrios cerrados y las torres country.
Son pocas pero consistentes razones para recomendar un filme y un libro.

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