12.8.2015

Individualidad o individualismo

En el actual contexto de globalización económica y cultural es pertinente reflexionar acerca de la relación entre individualidad y arquitectura. En la cultura de la globalización la búsqueda de la individualidad se confunde con egocentrismo o individualismo.

La necesidad intrínseca de realización personal es reemplazada por el deseo superficial de diferenciación. Según Kierkegaard, la individualidad no es una categoría objetiva o abstracta, sino una categoría subjetiva e íntima que sólo puede atribuirse al ser humano. El individuo resulta ser el horizonte de realización humana, la plenitud de la existencia, el fruto de un largo itinerario de construcción personal. Aprender a vivir con esta categoría es un arte que pocos alcanzan a lo largo de sus vidas. Llegar a ser un individuo es, según el filósofo danés, la empresa más difícil y apasionante que un ser humano puede llevar a cabo con su propia vida. En la medida en que desarrolle su espíritu de un modo personal y coherente estará alcanzando la categoría de individualidad. No somos individuos por el hecho de ser distintos en el plano fenoménico, sino por el hecho de determinar nuestros espíritus hacia horizontes distintos.
La desviación del concepto de individualidad se manifiesta en las constantes estrategias de marketing orientadas a la personalización de productos, que promueven un tipo de consumo que canalice el deseo de la diferencia. Estas tendencias afectan directamente al quehacer arquitectónico. Por un lado, la singularidad de una obra es valorada como una necesidad de marketing y no como un fin en si mismo. Esto deriva en una tendencia hacia la especialización donde cada aspecto del proyecto es atendido de forma diferenciada, de acuerdo a intereses parciales, relegando al arquitecto a la superficie, a la definición de la imagen. La búsqueda estética ya no es la de la esencia de la belleza sino la del impacto, de la novedad. Esta fragmentación vulnera el verdadero potencial de la arquitectura como instrumento para la solución integral de los problemas y, al mismo tiempo, exime a los arquitectos de su rol de moderador entre los distintos intereses que existen en una obra, sean funcionales, estéticos, urbanísticos o comerciales. Toda obra tiene un horizonte de realización individual, único e irrepetible. En su búsqueda, los condicionantes no sólo no representan un obstáculo verdadero para un proyecto, sino que son un punto de partida indispensable que contribuye a formar la identidad de una obra como producto de un momento y unas necesidades particulares. La aceptación de estos límites, y al mismo tiempo, la determinación para establecer prioridades, es un compromiso que el arquitecto debe asumir, y solo en la medida en que logre comprenderlos adecuadamente, podrá aspirar a construir una obra singular.
Por otra parte, a nivel urbano, la cultura del individualismo se manifiesta en la propia estructura de las ciudades. Un circuito de autopistas que vincula centros comerciales, barrios residenciales y centros administrativos, promueve el transporte individual, desestima el transporte colectivo y el espacio público, al mismo tiempo que evita el contacto casual entre individuos. Los avances de las comunicaciones proveen cada vez más facilidades para el intercambio, pero en la medida en que la ciudad no lo promueva, este será cada vez más distante. En conclusión, entender el desarrollo de la individualidad como la búsqueda de la realización humana, valorar la relevancia del arquitecto como actor social que tiene el compromiso de responder a los distintos intereses a los que se enfrenta y, finalmente, reconocer a la ciudad como el espacio de encuentro e intercambio por excelencia, tal vez sea el inicio de un camino para combatir los embates de una sociedad que tiende naturalmente a la homogenización. En palabras de José Ingenieros «La búsqueda de la síntesis y de la singularidad es la búsqueda de un ideal, y como tal, inalcanzable. No es un fin, sino un camino. Es relativo siempre, como toda creencia. La intensidad con la que tiende a realizarse no depende de su verdad efectiva, sino de la que se le atribuye. Aun cuando interpreta erróneamente la perfección venidera, es ideal para quien cree sinceramente en su verdad o excelsitud».

1. Ilustración: Jean Michel Folon: «Otra primavera»
2. Francesc Torralba Roselló: «Kierkegaard: Individualidad vs Globlización»
3. José Ingenieros: «El hombre mediocre»

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