7.4.2009

Una noción que se confunde

En los años 60 se esperaba renovar integralmente las ciudades. Creo que la confusión viene de lejos, pero en los últimos tiempos se nota con mayor claridad su vigencia entre periodistas, comentaristas, legisladores e -inclusive- entre colegas. Me refiero a lo que se suele interpretar por "peatonal" cuando se alude a los habitantes de una ciudad o un barrio.

En efecto, para la mayoría de los participantes de los debates en los que se discute la pertinencia o no de lo que se dio en llamar Programa de Prioridad Peatón, se limita el alcance de la noción de peatonalidad a la posibilidad de caminar de los seres humanos. Y no cabe duda de que un ciudadano que camina, sea en una vereda o en el pasadizo de un subterráneo, al cruzar una avenida o un puente sobre las vías, es un peatón.
Y aquí es donde encuentro la diferencia esencial en cuanto a la definición de lo que llamaría el «derecho a la peatonalidad», un rasgo de la vida urbana que se nos ha escamoteado y que parece un privilegio pedir que se nos vuelva a otorgar. En una ciudad que se precie de tal, el ciudadano viandante tiene la posibilidad de pasear, de observar el escenario urbano que lo rodea, de mirar a la gente que pasa y prestar atención a lo que se exhibe en los escaparates.
En este punto quiero desafiar a los lectores a que observen en los peatones que circulan por la calle «peatonal» (más adelante aclararé la razón de ser de las (comillas) más famosa de Buenos Aires, Florida, si hay alguno de los signos señalados en el párrafo anterior. Es posible que solamente se advierta esa actitud en algunos turistas, porque los porteños caminan por Florida sin prestar atención más que a su reloj, no pasean como lo hacían los porteños décadas atrás, ni miran a quienes se cruzan con ellos. Acaso se empiece a entender el motivo del encomillado: tal como lo he manifestado en más de una ocasión, Florida se convirtió desde hace mucho tiempo en una autopista para peatones y no en lo que debe entenderse como una calle peatonal.
Es imposible que haya mesas en la calle, ni bancos para sentarse a descansar o mirar un mapa, o una guía. Es improbable que haya maceteros con plantas o flores (como los hubo años atrás), por la sencilla razón de que Florida se convirtió en un corredor de tránsito. Y como es el único en su género en el sentido Norte-Sur, y tiene como paralelas arterias que cuentan con veredas mínimas e inseguras, la densidad de uso de esa calle se vio multiplicada de modo geométrico, a lo que se añadió -como si hiciera falta- la aparición de las mantas de vendedores callejeros (mal llamados «ambulantes», ya que ocupan lugares fijos) y alguno que otro conjunto musical o de bailarines de tango.
Algo más: si se examina el rostro de la multitud de personas que circula con premura por esa vía, podrá advertirse que la comisura de los labios apunta para abajo, un claro síntoma de disgusto o angustia o apremio o inquietud. Si la expresión del rostro es complaciente, o relajada, se trata -no hay posibilidad de error- de un turista.
El segmento peatonal de la calle Lavalle tiene otra fisonomía que le es muy propia, se trata de un contenedor del lumpen porteño y nada tiene que ver con aquella calle de los cines que conocimos décadas atrás.

no es nostalgia…fuera-de-tiempo.jpg
Me sentiría muy frustrado e incomprendido si se tradujera lo dicho hasta ahora como un lamento nostálgico. Nada de eso. Ocurre que puedo comparar lo descripto con situaciones coetáneas y a la vez coterráneas, tal como pueden ser la calle Córdoba de Rosario, o San Martín de Mendoza, o Junín de Corrientes, o el área peatonal de Córdoba, por mencionar pocos ejemplos de nuestro país.
Va a cumplirse un año de la columna que escribí para exaltar la presencia del «flanneur» en la geografía porteña. Esto es, ese personaje que pasea por calles y avenidas sin rumbo fijo, que respira a la ciudad como quien late al ritmo de ella, que la disfruta en lugar de padecerla como tantos que pasan a su lado. Y no puedo dejar de recordar que Jorge Luis Borges tituló «Fervor de Buenos Aires» a una colección de poemas que pintan a la ciudad con notable variedad cromática.
Puntualizo esto mientras observo a tantos conciudadanos que caminan cabizbajos, porque temen tropezar con una baldosa floja o un cordón, o quizá pisar el descarte de algún perro.
En vísperas de la colorida floración puntual del jacarandá, quiero subra yar la voluntad para nada quimérica de un gozo compartido de este, mi Buenos Aires querido, aspirando sin utopías a disponer de una prioridad para los peatones que les permita caminar a voluntad o detenerse a contemplar una ciudad que merece eso, ser contemplada. Y sus habitantes merecemos también regocijarnos en esa contemplación.

Publicado en la Ronda «Fuera de Tiempo» del Scalae María Teresa Egozcue
Octubre de 2008

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