23.10.2015

El invernáculo de Glasgow

En realidad, ya lo sabíamos: el invernáculo como origen del espacio moderno de uso universal. Estaba escrito, estaba dicho: la gloria del Crystal Palace de 1851 había ido oficializada al menos desde "Espacio, Tiempo y Arquitectura" de Siegfried Giedion, allá por 1941.

Era un antecedente de las posibilidades de la técnica, del hierro y el vidrio. Hacía falta la habilidad de Pevsner y Giedion para proponer el Palacio de Cristal como un antecedente de la arquitectura moderna.Esta no era otra cosa que la arquitectura conocida, pero sin muros de apoyo: un esqueleto rectilíneo cuyos vanos podían rellenarse con cristales, o más frecuentemente, con muros.

Era un antecedente, pero no era un paradigma utilizable. Solamente contenía sugestiones, era una inspiración para actos de arrojo tecnológicos.
La bóveda de hierro y vidrio reapareció en otras grandes exposiciones, y se trasladó sin grandes inconvenientes a las cubiertas de las galerías comerciales y las estaciones terminales de tren. Siempre como «parte» de edificios.

Al final del Siglo XX, progresos técnicos en los cristales y estructuras metálicas de formas innovadoras, motorizadas por la computación gráfica, permitieron- casi diría obligaron-a hacer de esto que era parte de un edificio, edificios completos.Si saltamos sin escalas del Crystal Palace al City Hall de Londres, una especie de invernáculo globular de proporción vertical que Norman Foster levantó en un lugar poco favorecido de la ciudad (uno de esos imanes para nuevas centralidades que hoy se crean en las metrópolis) nos parecerá que vemos un acto de magia «High Tech».

Afortunadamente, hay la posibilidad de encontrar casos intermedios; yo encontré mi eslabón perdido en el Botánico de Glasgow. Allí termina de remozarse un invernáculo. Construido inicialmente en los años en torno de 1860-70, para otro lugar: la propiedad rural de un industrial próspero, luego fue donado para el nuevo Jardín Botánico. Este era uno de esos parques urbanos que toda gran ciudad del Siglo XIX necesitaba. Y en él, el gran invernáculo.

Solamente un lugar para exhibir palmeras, con sus inevitables connotaciones acerca de la extensión del Imperio Británico? Justamente no: los restauradores del invernáculo nos informan que en el gran espacio bajo la cúpula se hicieron conciertos a fines del Siglo XIX, que tenían hasta 2000 asistentes, y nos señalan que la orquesta ocupaba el lugar que hoy tiene un amplio pasaje de cañón corrido que lleva a la cúpula principal desde el «transepto» de entrada.

Un gran espacio climatizado en el frío clima de Escocia. En ese país lluvioso parece inevitable la adopción del modelo del invernáculo como paradigma del espacio social.

Era por lo tanto, un espacio multiuso, albergado por una piel continua de vidrio. Un claro antecedente de los actuales edificios de «forma libre» que en su interior contienen todo tipo de «espacios utilitarios».

El problema, que había sido anticipado desde mediados del Siglo XX, es la conciliación de esos espacios prácticos, prismáticos y a la postre triviales, con la grandiosa envolvente y la no menos imponente estructura que la sostiene. Pero eso es otro tema.

Publicado en la Ronda «Fuera de Tiempo» del Scalae Jorge Lestard, Mayo 2007

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