25.8.2008

El imperio de la memoria

El recuerdo parece haber capturado el presente. El pasado se hace espectáculo en fragmentos museificados de ciudad devenidos escenarios temáticos para el consumo. Las estatuas de héroes sin mácula, las fechas y símbolos patrios se han descartado como retóricas vacías. Se confía, en cambio, en la eficacia de muros descascarados o réplicas de luminarias y empedrados para estimular la irrupción de un ayer equívocamente armónico y de todos.

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Teatros de la memoria cuidadosamente diseñados, nos enredan en una rememoración más próxima a la curiosidad y la melancolía-a que al conflicto o la acción. Lejos de las pretensiones críticas del discurso preservacionista de los ’70; es el mismo mercado -aún el inmobiliario- el que los regula, garantiza y usufructúa.

Pero ¿qué ha llevado al actual complejo del Arca de Noé? Pareciera coincidir con la desvalorización de la Historia y el Progreso; con el Imperio de la Memoria.

En tanto recuerdo personal sin el filtro ‘peligroso’ de la racionalidad, la memoria tiene que ver con lo particular y lo vivido. El pluralismo resultante es valorado como estrategia crítica a las explicaciones institucionalizadas en una cierta cultura. Posible puerta a pasados despreciados o tergiversados, se la presume inocente. En este registro, los rastros materiales de lo cotidiano, aunque fragmentarios, constituyen en su inmediatez un recurso reivindicado para disparar evocaciones, sustituyendo a los monumentos condenados por su didactismo e ilusión de objetividad.

Todo habrá comenzado con la piadosa valoración que hiciera John Ruskin de la arquitectura modesta como reliquia de una autenticidad en desaparición. Reservorio de saberes perdidos; sustento de variedad y carácter; coordenada para la recuperación comunitaria o una intervención urbana viable: su valor estuvo presente aún en las más rabiosas defensas de una reinvención radical de la ciudad y el territorio.

La muerte del monumento, la conciencia del dominio pleno del capitalismo sobre los hechos urbanos supuso en los años ’60 la reconsideración de la ciudad histórica en una época condenada a la amnesia. De este conflicto pretendía relevarnos Aldo Rossi: todo lo que persiste en la ciudad como artefacto es monumento, es a lo que la historia ha quedado reducida: piedras inmóviles, mudas, prestas para el juego individual y el reflejo autobiográfico.

Este proceso tomó un nuevo giro con la salida a la conciencia de episodios ocultados (guerras coloniales, persecución judía, procesos militares) tornando vergonzante la Historia Oficial. Un pasado que no había pasado y que sólo podía ser puesto en cuestión por las memorias singulares de las víctimas. Para ello el testimonio, el poder del lugar para forzar el recuerdo, es determinante. La película Caché es un ejemplo reciente de esta operación singularizada que elige el terreno de la memoria individual sepultada y el escenario de la infancia, antes que la reconstrucción épica del discurso histórico.

Pero ¿cuánto de esto esta presente en la bulimia patrimonial contemporánea? ¿Qué experiencias opacadas reconoce y legitima? ¿Qué conflictos reabre? ¿Nos compromete con el legado complejo del pasado o es un boleto a la atmósfera sepia del pasado que dulcifica, con garantía de exotismo, los episodios más crueles? Además ¿qué recuerdo guardan las piedras? ¿La audacia de un joven arquitecto que se media en sociedad haciendo una residencia opulenta para sus padres inmigrantes, la atmósfera ténebre del cerebro que con prolijidad administrativa planificaba el horror, o las estridencias de un simulacro rockero para yuppies?

Lo que venía a romper con los acuerdos institucionales o académicos, es ahora animosamente estimulado por instituciones libres de toda inocencia. La exposición Buenos Aires, memoria del porvenir tuvo sede en el shopping del Abasto, fue promovida y financiada por el Getty Research Institute; exhibida en el atrio del Banco Mundial en Washington y en el siniestrado World Financial Center; su ‘éxito’ fue medido en impacto mediático y rating de público.

Más que un combate por la historia, pareciera una terapéutica de identidad, de los lazos sociales y comunitarios perdidos recurriendo a la función sanadora de la nostalgia y la resucitación del sujeto. Síntoma elocuente del presentismo contemporáneo y del retiro de la fe transformativa de la política, antes que interrogar al pasado desde un campo de expectativas cada vez más opaco, se prefiere entretejer un soporte de pertenencias laxamente compartido, neutralizando la dislocación temporal y la falta de raíces desde la celebración del sitio y la puesta en escena de la memoria. El patrimonio edilicio es concurrente a este sentido. Desde la ilusión de lo concreto escapa de toda sospecha, como si ninguna operación hubiese intervenido en su selección y ‘puesta en valor’.

Las advertencias se multiplican frente a este consumo del pasado proclive a la complacencia y la mitificación Como advirtiera Beatriz Sarlo: ‘más importante es entender que recordar, aunque para entender sea preciso, también, recordar’.

Publicado en la Ronda «Editorial» del Scalae Rafael Iglesia, Septiembre de 2006 

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