27.8.2015

El futuro ya no es lo que era y el pasado se ha vuelto impredecible

Si me preguntara cómo habrá de ser la ciudad del siglo XXI, la primera respuesta sería una serie de nuevas preguntas. ¿Habrá ciudad en este siglo? ¿Seguirá siendo éste el ámbito preferido por el hombre?

SCALAE Clorindo Testa | Tránsito 

 

Ya hay algunos indicios que nos permiten inferir que el crecimiento que hasta hoy ha experimentado la ciudad será, por lo menos, distinto. Tal vez no desaparezca, pero creo que se transformará en otra cosa, especialmente en Latinoamérica, donde la polarización entre la riqueza y la pobreza hace imposible la convivencia de todos bajo el mismo techo. Y el hecho de no tener contención social hace ver el nuevo modelo en su forma más descarnada.

Este ya no es el mundo que vio surgir las máquinas y el obrero, un mundo en el cual la arquitectura techó y cosificó un medio diverso. Ella, que hasta el momento se dedicaba a manifestar el poder, la fuerza, los Dioses, cambió su mirada para ocuparse, por medio de la forma, de convocar, conducir y organizar los grandes espacios de encierro que contienen las actividades del hombre. El nuevo modelo encuentra en la arquitectura como técnica del estar, la principal herramienta. De la mano de la sociedad industrial hace su entrada la democracia moderna y con ella surge un nuevo personaje: el ciudadano, quien es el único capaz de provocar manifestaciones urbanas y lo que entendemos como espacio público.
Con la aparición de la máquina algunas necesidades cambian; la seguridad, por ejemplo, deja de ser un bien personal para erigirse en un bien común (se comprende -lo que no es poco que la única manera de obtenerla es dándola). La lección de la peste es por fin aprendida: el poderoso aislado, preocupado por su propio bienestar, no puede evitar su inclusión en la lista de hombres muertos.

La fábrica es la forma de la vida. Unida a la figura de la fábrica, la gran metáfora de la época es la recta ya que, al ser el camino más corto entre dos puntos, supone la concreción del sueño de la era industrial: ahorrar energía.

Pero hoy ya no somos los que éramos: las utopías fracasaron y resultó que el progreso no estaba al servicio del hombre. Sin embargo, ante circunstancias tan diferentes, seguimos produciendo con ideologías fundadas hace más de un siglo. Ahora sabemos que la máquina sólo reemplazó al músculo. Hoy de lo que se trata es de trasmitir información, con lo cual la recta ya no asegura los mismos resultados. Entramos en estructuras laberínticas donde dos puntos vecinos pueden estar muy cerca o muy lejos. Otros espacios, otros tiempos; ya no otro mundo: estamos frente a otra cosa.

Globalización llamamos al nuevo modelo que, aunque constantemente nos obsequia maravillosos avances tecnológicos, esconde bajo el poncho el producto de su modo perverso de controlar los medios de producción: genera desocupación. Y así como el capitalismo podía llegar a la explotación del obrero, este nuevo modelo hace algo peor con el hombre: lo ignora. Con la falta de trabajo aparece un nuevo personaje, el excluido, aquél que nunca podrá entrar al mercado laboral, obligado a sobrevivir de la recolección (como habitualmente lo vemos en nuestras calles). Cuando evolucione, lo hará de la caza y de la pesca. No es difícil imaginar quién será la presa entonces.

Si hasta el momento la máquina permitió modificar la realidad, hoy las nuevas tecnologías crean la realidad. En síntesis: esta transformación de los modos de producción ocasionada por las nuevas tecnologías, implicará cambios profundos en los contextos de interpretación simbólica y una total redistribución de los espacios geográficos, políticos, sociales, económicos.

Lo que está sucediendo hoy se opone radicalmente a los principios constructivos en los que se fundó el mundo moderno. Es evidente que asistimos a su deconstrucción. Se terminaron el capitalismo de bienestar, los socialismos justos, la idea de progreso. Y aún más importante: el trabajo ya no le agrega valor al producto, perdiendo con ello una herramienta importante en la construcción del ser social. Las consecuencias espaciales que provocará esta irrupción tecnológica son difíciles de prever, aunque ya se manifiestan algunos cambios. Sin duda, ésta afectará no sólo el hábitat sino también los grandes espacios donde hoy funcionan los individuos. Las actividades del hombre se alejan de las estructuras jerárquicas que actúan por función y se incorporan a la red multimedia que se conecta punto a punto sin respetar jerarquías. El ciudadano deja de ser tal para convertirse en un nómade virtual que cabalga en las redes de Internet.

Si resultara que en un futuro próximo no fueran necesarios espacios específicos para el desarrollo de las actividades del hombre, éstas desaparecerán como visibilidad, como espectáculo, perdiendo sentido la estructura urbana que hasta el momento ha sido su gran escenario.

Un creciente fenómeno de difusión pone en peligro la centralidad, y sin centralidad no hay ciudad (algo que ya estamos padeciendo por aquí). Habrá que buscar nuevas respuestas porque los problemas son otros. O bien, hay que plantear de nuevo el problema. En este modelo sólo sobrevivirán aquellas ciudades que tengan gran centralidad. Hoy asistimos al vaciamiento de los centros de las ciudades latinoamericanas por diversos factores. Si miramos a nuestro alrededor notaremos que se está vaciando el centro. Diferentes actividades -la bancaria, por ejemplo-, se alejan caminando rumbo a Internet, dejando abandonados importantes edificios y empleados desamparados. Los grandes complejos comerciales eliminaron los pequeños negocios que son los que revitalizan la calle, el primer espacio público. Por esto hoy la localización de actividades es más importante que en otras épocas. Los barrios cerrados, que algunos ingenuamente adoptan por seguridad (pensando que cuando el barco se hunda se van a salvar porque viajan en primera), atentan contra el hecho urbano (en el mejor de los casos), instalando una práctica medieval. Nuestra disciplina no puede, por sí sola, aportar respuestas a este nuevo mundo. Las pistas para encontrarlas habrá que buscarlas en la economía, en los modos de producción y en una política capaz de contener el modelo y hacerlo viable para la mayor cantidad de gente posible, tal como la democracia supo hacerlo con la Revolución Industrial. Sólo así recuperaremos los valores de Igualdad, Fraternidad y Libertad que iniciaron esta gran aventura que nos convirtió en ciudadanos. Éste creo que es el punto. El gran reto hoy es crear ciudadanía.

Como arquitecto, me siento como aquel herrero que a principios del siglo pasado hacía lo que sabía hacer: mortificar el yunque para optimizar las herraduras de los caballos, reforzar los rayos para mejorar el rendimiento de las ruedas del carruaje, sobar los arneses. Lo que no sabía este hombre es que en alguna parte ya había nacido Henry Ford. A diferencia de nuestro pobre herrero, tenemos una ventaja: hoy sabemos que Bill Gates ya está entre nosotros. Y vino para quedarse.

Rafael Iglesia,
Noviembre de 2003

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