14.10.2015

Ciudadmemoria

Según Robert Musil, no hay nada más invisible que un monumento. Dicho así es una provocación, pero es también una crítica a un modo de construir memoria. Siguiendo ese modo, la memoria se objetiva en dispositivos (monumentos, museos, archivos, etc.) que representan el pasado.

Publicado en la sección Tránsito de los Documentos Periódicos de Arquitectura SCALAE, Marzo de 2006

Monumento, lugar y situación urbana

El monumento, por ejemplo, funciona como garante de una memoria que opera como patrimonio institucional. Pero, al hacerlo, pierde espontaneidad porque sus dispositivos resultan responsables excluyentes y exclusivos del gobierno de lo pasado.
Para otra visión del asunto, la memoria no es una objetivación acabada de lo pasado. Más bien, son fuerzas heterogéneas y contradictorias que afectan un objeto o un espacio y lo transforman en lugar. Desde esta mirada la memoria es indeterminación viva, y si es así no hay dispositivos capaces de congelarla. Entonces, construye sus modos de ser.
Detengámonos en la ciudad, nuestro sitio de implicación. Cuando la memoria es monumental, su estatuto es de objeto. En consecuencia, la memoria urbana existe donde es preestablecida por el urbanista o el funcionario. Pero, si la memoria está hecha de marcas y afectaciones varias, su terreno es la ciudad misma. En definitiva, las marcas que hacemos y hacen ciudad, son una suerte de marcación colectiva.
En la ciudad contemporánea, afectada por el flujo de capitales, imágenes, personas e información, no hay lugares habitables. Hasta que los hay. Y cuando los hay -como resultado de una intervención, o de un acontecimiento- adviene el lugar, adviene la huella material que soporta los sentidos.
El lugar, en otras palabras, es el sitio donde el acontecimiento adviene y configura, marca y afecta. Justamente por eso, la memoria requiere de un lugar donde acontecer, un sitio para ese diálogo complejo e indeterminado entre espacio y tiempo.
Itentaré transitar por una variedad de situaciones en las que, de diverso modo, adviene la ciudad como lugar de la memoria. No son espacios institucionalmente definidos de una vez y para siempre sino en construcción.

I
Estamos en el Puente Pueyrredón, aunque resta precisar cuándo. Estamos después del asesinato de Kostecki y Santillán a manos de la policía. Después del asesinato, transitarlo no es lo mismo. Su materialidad precisa, sólida e inmutable, sin embargo, no soporta lo que ha sucedido: el sentido ha cambiado. Hoy este puente tiene otras memorias. Es memoria de la Argentina postindustrial y piquetera. El asesinato de los militantes introduce una afectación que resulta del efecto no calculado de un acontecimiento. Cruzar el Puente Pueyrredón, después del asesinato, es una interpelación ineludible: aquí mataron a Kostecki y Santillán. Una marca que es memoria, una marca memorable.
Con Ignacio Lewkowicz, en Arquitectura plus de sentido, distinguíamos entre ciudad de los flujos y situaciones urbanas. No es solamente una distinción teórica, es una distinción que nos permitió pensar la existencia de situaciones urbanas en la ciudad de los flujos. Mientras que la ciudad traza un sentido preestablecido, las situaciones urbanas organizan un plus a pesar del flujo y más allá de lo preestablecido. Algo de este orden acontece en el Puente Pueyrredón. El puente es una marca en la ciudad que dice y nos dice. Y lo dice cada vez que es ocupado, habitado, convocado.

II
Daniel Libeskind tiene que diseñar un museo. No es cualquier museo, es el Museo judío de Berlín. Una primera pregunta interpela al arquitecto: qué tengo que mostrar. Libeskind ensaya una respuesta: tengo que mostrar lo que no está. La respuesta enfrenta al arquitecto con un verdadero problema: cómo mostrar lo que no hay, cómo mostrar la ausencia.
Estamos ante un museo en el que los espacios evocan ausencia. Por eso mismo, no es un museo al que estemos acostumbrados. No es un museo institucional que expone materiales de archivo ni es un museo del estado nación. Tampoco uno que nos dice críticamente que pasó.
Tampoco es una exposición de objetos, fotos o archivos sobre la historia del pueblo judío, sobre persecuciones y campos de concentración. Y sibien hay un espacio especialmente saturado de esa información, su operatoria es otra. No es sencillo describirla, pero intentémoslo.
Al entrar al museo debemos elegir entre distintas salas, salas donde no se expone nada. Hay una sala vacía, fría, con luz tenue y de fuente imperceptible, de muchísima altura y con una enorme puerta que, al cerrarse, produce un ruido escalofriante que nos emociona ante la ausencia de lo que terriblemente ya no está. Una situación espacial que nos atraviesa el cuerpo y prepara nuestra sensibilidad para percibir que lo que vivía ya no está.
Otro espacio, referido a los que se fueron, tambien apela al mismo procedimiento de subjetivación.
Estamos ante un dispositivo arquitectónico que nos presenta la ausencia.
Pero esta ausencia no resulta de la apelación a objetos ligados a los ausentes sino de la instalación de situaciones de ausencia. Se habita la ausencia y no los objetos de los ausentes; se produce memoria a partir de la producción de esa situaciones. La construcción de la memoria, entonces, no resulta de las operaciones archivísticas o del buen conocimiento de los hechos, sino de la presentación de esas situaciones.

III
Austria, 1998. Hans Haacke reconstruye el monumento que los nazis instalaron en Graz en 1938. La reconstrucción es interesante por varias razones. Por un lado, la intervención conserva las formas del monumento nazi. Entre otras, la insignia que dice: «y después de todo la derrota es vuestra». La insignia versa sobre el fallido golpe de Viena de 1934. Entonces, Haacke agrega: «los derrotados de Estiria: 300 gitanos asesinados, 2500 judíos asesinados, 8000 prisioneros políticos asesinados o muertos en cautiverio, 9000 civiles asesinados en la guerra, 12000 desaparecidos, 27900 soldados asesinados». Por otro lado, el monumento restaurado es atacado por una bomba neonazi, y la ciudad decide conservarlo así.
Para Haacke, los monumentos públicos no son objetos acabados sino configuraciones en construcción. Se trata de superficies de inscripción social. La intervención de Haacke, entonces, consiste en indagar las producciones simbólicas sobre y en los monumentos. De esta manera, el ataque en Graz termina siendo una irónica confirmación: allí se procesa colectivamente lo pasado.
Nos enfrentamos nuevamente con el problema de partida: la memoria en la ciudad. Al pie de estas situaciones, la memoria no es una producción instituida de una vez y para siempre; por el contrario, es una variedad compleja, heterogénea y permanente de acciones que componen un sentido que es en construcción. En definitiva, el recorrido
por estas situaciones nos recuerda que la ciudad es el sitio donde acontecen infinitas situaciones urbanas. En el texto nos detuvimos en algunas pero, no hay dudas, de que la vida de cada uno de nosotros está afectada por infinitas situaciones urbanas que componen nuestra memoria: situaciones que marcan y nos marcan entretejiendo, la memoria pública y privada. ¿Qué es sino la ciudad sino ese tejido?
Más allá del monumento, el museo o el archivo, la memoria se pronuncia en diversas situaciones urbanas. De lo que se trata, sospecho, es de construirnos una sensibilidad capaz de percibirla y habitarla.

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