9.10.2002

Entrevista con Roberto Segre (15/10/1996)

Rio de Janeiro: la naturaleza que resiste a la perversión de la metrópolis

Exclusiva para Bauwelt

R.S. Usted siempre amó apasionadamente esta ciudad. Cuáles son los recuerdos y las vivencias que más conserva de su realidad pasada ?

Río de Janeiro es una ciudad en la cual la naturaleza prima sobre la acción del hombre a pesar de tanta maldad y destrucción ejercida sobre ella: recordemos que a comienzos de siglo, fueron eliminados algunos morros tradicionales, alterando las referencias ‘naturales’ del paisaje en el centro. La configuración sinuosa de su bahía, la dulzura de las colinas circundantes y la exuberancia carnosa de la vegetación, la hacen única en el mundo. Resultan escasos los ejemplos urbanos en los cuales acontece que se está en lo alto de una colina, en un tupido bosque tropical, y en pocos minutos uno llega a la blanca playa frente al mar. Hasta los años treinta -durante mi niñez y juventud-, la arquitectura mantenía una relación armoniosa con el paisaje; no se imponía sobre él, sino que se adecuaba a esa presencia tan incisiva. No es casual que Le Corbusier apenas entró en la bahía de Guanabara, dibujó persistentemente en sus carnets de viajes las ondulantes curvas de los morros. Me viene a la mente el carácter tranquilo y acogedor de los diferentes barrios. En el centro histórico, todavía subsistían las calles y casas coloniales; proliferaban bares y cafetines en los cuales los transeúntes se detenían a dialogar. Era habitual bajarse del bonde en cualquier lugar, y caminar pausadamente por las estrechas calles: rua do Ouvidor, do Carioca, do Rosário. En el barrio de Laranjeiras, donde radicaba la casa de mis padres, las residencias se alineaban a lo largo de anchas vías con frondosos árboles. Cuando niños, pasábamos nuestras vacaciones de verano en Copacabana, que constituía una opción alternativa a Petrópolis, con sus arenas extendidas por más de cien metros. El mar, con el ir y venir de los barcos y lanchas, constituía un espectáculo visible permanentemente desde la ciudad. En aquel entonces, se podía recorrer en carro el borde de la costa desde Copacabana hasta el centro, siempre en contacto con el paisaje marino.

R.S. Cree usted que aquellos valores originarios de Río se perdieron para siempre ?

Río es una ciudad que ha envejecido mal. La especulación y la construcción indiscriminada de edificios altos acabó con gran parte de la belleza natural: por ejemplo, en San Conrado, el bosque bajaba ininterrumpido desde las lomas hasta la playa. Hoy, ese lugar está lleno de bloques de apartamentos. También en el centro, poco queda del contexto histórico todavía visible hace medio siglo. Pienso que si ya en los años cuarenta se hubiese imaginado la posibilidad de urbanizar la Barra de Tijuca, quizás esos vetustos edificios no se hubieran demolido. Una solución similar a lo que ocurrió en París, donde la ciudad ‘moderna’ de oficinas y rascacielos se construyó en La Défénse, lejos del tejido tradicional. También se perdió el contacto directo con el mar. En Copacabana, uno salía de la casa y cruzaba tranquilamente a pie en dirección a la playa. Ahora, la presencia de una vía de tránsito rápido para los automóviles, dificulta a los peatones el acceso al mar. Si bien es muy bello el diseño de Burle Marx para el Aterro de Flamengo, se creó un espacio neutro que impide la vista del paisaje marino. La densificación de los edificios de apartamentos formó una muralla en Capacabana, Botafogo y Flamengo, que niega a gran parte de los habitantes las vivencias de las bellezas naturales de Río. Por eso, cuándo proyecté la Fundación Getúlio Vargas (1955) en la Playa de Botafogo, coloqué el edificio perpendicular a la costa, para que los residentes de las calles interiores también tuvieran acceso al panorama marítimo. Primero fuí criticado por esa solución; luego, otras construcciones adoptaron un esquema similar. (R.S. Por ejemplo el conjunto de oficinas República Argentina, situado a pocos metros de distancia).

R.S. Usted considera válidas las iniciativas de la Municipalidad, que intentan rescatar estéticamente algunos puntos significativos de la ciudad ?

Considero loable la recuperación de los valores culturales de la ciudad relacionados con las aspiraciones diversificadas de sus habitantes. Aunque quizás, los mayores problemas a resolver en Río sean la creación de servicios para los moradores de los barrios populares, abrir fuentes de trabajo, mejorar las condiciones de vida en las favelas. Creo que estos objetivos resultan prioritarios, más que el realizar gastos millonarios para las inciertas Olimpíadas del 2004. Al intervenir en los barrios debe alcanzarse un equilibrio entre los elementos arquitectónicos y paisajísticos existentes y las nuevas propuestas. No estoy en contra de la libertad creativa ni de la integración entre lo viejo y lo nuevo, como lo demostré en mi propuesta para la Plaça XV. Pero considero que algunas soluciones deben ser más decantadas. Por ejemplo, en el centro histórico, se han rescatado las fachadas de los edificios coloniales pero poco ha cambiado a nivel del peatón, donde los negocios ‘modernos’ mantienen la fealdad de las vulgares vitrinas y los agresivos anuncios publicitarios. La gente no camina mirando hacia lo alto, sino que sus percepciones se desarrollan al nivel de la calle, cuya expresión estética es la primera que necesita transformarse. Tampoco resultó lograda la salida del túnel que comunica Botafogo con Copacabana, a lo largo de la Avenida Princesa Isabel. La entrada a este barrio tan famoso y representativo de la ciudad debía tener un carácter más libre y acorde a las formas sinuosas que caracterizan su arquitectura, y no ese esquema rígido y severo establecido por los muros lineales de granito.

R.S. Sin embargo, su admiración por la ciudad tradicional no le motivó proyectos integradores a la trama urbana, sino siempre planteados en términos de ruptura, por cuál motivo?

Soy un entusiasta de las viejas ciudades que poseen una estructura homogénea y continua. Recientemente estuve en Lisboa y admiré sus barrios históricos, tan coherentes, ordenados, limpios. Es lamentable que le hayan introducido unas torres postmodernas, que dañan la armonía del paisaje urbano. París, sigue siendo un ejemplo universal del respeto que tienen por el entorno construído arquitectos y urbanistas. Recuerdo haber leído que en el pasado, al erigirse un palacio frente a una plaza -creo fue Place Vendôme-, se proyectaron todas las fachadas que la rodeaban para garantizar la unidad del conjunto. Hoy, en el caos de la metrópolis contemporánea, se ha perdido el vínculo entre edificio y ciudad: cada uno hace lo que le da la gana. La ciudad es una sumatoria de edificios buenos, regulares y malos. Por ello, el creador, debe imaginar una obra original, que implique una ruptura con la mediocridad circundante, y al mismo tiempo cree un símbolo cultural para los habitantes, les despierte intriga y sorpresa. No existe arte ni belleza sin sorpresa. Es lo que intenté hacer cada vez que diseñé dentro de la ciudad, sin negar las preexistencias ambientales: por ejemplo el edificio Copan en San Pablo; la sede del PCF en París; la sede de L’Humanité en Saint Denis (allí fueron los reglamentos municipales que establecieron algunas pautas del edificio); el Centro Cultural en Le Havre, concebido en antítesis con la rígida severidad del entorno.

R.S. Volviendo a Río; cree que en su heterogeneidad actual, sólo es posible salvar la cultura ambiental por medio de símbolos aislados ?

En las condiciones sociales y económicas que dominan en las urbes contemporáneas, regidas por la especulación, por el deseo de ganar dinero rápido, por la escasa cultura de los empresarios, por el desinterés de los políticos respecto a la ciudad, sólo se pueden tener gestos o indicaciones, en el momento en que aparece la posibilidad de materializarlos. En Río, cuándo finalmente se decidió insertar la propuesta del Ministerio de Educación y Salud en el centro administrativo -Le Corbusier sugería ubicarlo aislado en un terreno de Glória-, para contraponernos a las masas compactas de los edificios monumentales circundantes, levantamos el volumen principal con pilotis de diez metros de altura, para crear un espacio libre, un pulmón verde, un tránsito abierto a los peatones, que aligerara las tensiones producidas por el calor y la falta de ventilación en las angostas calles. Aunque en realidad, considero que este edificio no es una expresión propia de la arquitectura brasileña, sino obra del talento de Le Corbusier. Recientemente hubo otro intento de organizar un espacio urbano nuevo, representativo de las necesarias relaciones entre arquitectura y paisaje, al proponerse la expansión de Río en la Barra de Tijuca, pero la iniciativa fracasó bajo la presión de los especuladores y dueños de tierras, más interesados en la venta de sus propiedades que en la articulación de un conjunto residencial homogéneo. Es imposible luchar contra las exigencias del poder inmobiliario.

R.S. Pero esa solución de la Barra no tenía que ver con los planteamientos urbanísticos de Brasilia ?

Siempre enfaticé el estrecho vínculo entre arquitectura y naturaleza. Considero que la misión del diseñador es proyectar un ambiente generador de felicidad cotidiana en la fugacidad de la vida del hombre. Pero éste habita restringido por normas que impone la vida social, a veces no deseadas ni aceptadas. Entonces se produce la crisis, el rechazo a las restricciones impuestas por la precariedad del medio urbano. La búsqueda de integración, de contactos, de hermandad solidaria entre las personas debería primar sobre el aislamiento y la separación. El sistema actual de urbanización privilegia más esta tendencia individualista basada en la autonomía e introversión de las funciones: por ejemplo, la proliferación de los shopping centers y de los condominios cerrados. En realidad, resultó una deformación del intento de superar las deficiencias de la ciudad tradicional, propuesto en los años treinta por los europeos, luego plasmada en la Carta de Atenas y en las iniciativas del CIAM. Lúcio Costa aplicó esos principios en Brasilia, única ciudad capital en el mundo acorde ortodoxamente con los enunciados urbanos del Movimiento Moderno. Pero hoy, con los años transcurridos, la realidad demostró que la experiencia no resultó totalmente exitosa. Ese esquema de trazado demasiado abierto, no favorece el encuentro de las personas ni la dinámica circulatoria de los peatones. Todo desplazamiento deber realizarse en automóvil. Por ejemplo, compare el Eje Monumental, siempre desierto de personas y lleno de vehículos con los Champs Elysées de París, tan poblados de gente caminando pausadamente, cuya vida social intensa posee el atractivo de infinitas tiendas y espectáculos culturales. Tampoco resulta viable la monofuncionalidad urbana -el carácter básicamente político y administrativo de Brasilia-, al no existir una diversificación de actividades que otorguen dinamismo y movimiento a la ciudad. El poder político no puede estar aislado del contacto directo con el pueblo; los dirigentes deben sentir cotidianamente el pulsar de la opinión pública en la vida citadina. Creo que ya esas ideas no volverán más a concretarse en el futuro.

R.S. Su obra más reciente se acaba de construir en la bahía de Guanabara, cuál es el significado que usted le otorga al MAC de Niterói ?

Estoy muy impresionado por la repercusión que ha tenido el museo. En el primer mes lo visitaron 40 mil personas. Esto refuerza mi convicción de la importancia que asume socialmente la obra de arte, la originalidad y el factor sopresa. La gente experimenta sensaciones y percepciones inéditas, que le producen curiosidad, placer y alegría. Por ello, además de resolver los aspectos funcionales requeridos por una galería de arte, quise hacer una flor abstracta, suspendida en el imponente paisaje de la bahía, que resaltara en su blancura frente al azul del cielo y del mar. Este edificio promovido por el Município de Niterói, es una expresión de las posibilidades de la técnica del hormigón armado, material que desde las obras de Pampulha en Belo Horizonte, decidí utilizar en términos anticonvencionales. Concibo el aporte brasileño a la arquitectura mundial, como una explosión de originalidad e innovación tropical en las propuestas formales y espaciales. Nuestro pasado es pobre en realizaciones; sólo tenemos algunos monumentos reflejo de los estilos y corrientes imperantes en Portugal. La identidad que nos caracteriza está más cerca de las modestas construcciones vernáculas que de los monumentos urbanos. No tenemos las mismas ataduras con el pasado que restringen a los arquitectos europeos. Los vínculos que asumimos están más próximos a la naturaleza, al paisaje, a las posibilidades inéditas de los nuevos materiales que a la herencia histórica. Mi proximidad al barroco no es ‘estilística’, sino conceptual, admirado por las fantasías inventivas de aquellos artistas, a pesar de trabajar con técnicas tradicionales. De allí la timidez que encuentro en las búsquedas de algunos Maestros del Movimiento Moderno, en esa obsesión por las formas cúbicas, como es el caso de Gropius o Mies van der Rohe. Podemos, desprejuicidamente, hacer el pasado del mañana y usar la tecnología moderna en el máximo de sus potencialidades para conquistar el espacio con originalidad. Esta fue la gran lección de Le Corbusier, siempre reacio a prolongar lo existente y volcado hacia la innovación y el progreso. Siguiendo su ejemplo me sentí libre de restricciones al proyectar mis obras, en particular, los edificios gubernamentales o culturales, en los cuales se debía expresar las esperanzas y creatividad existentes en nuestro país.

R.S. Usted que ha sido partícipe de la difícil lucha de la vanguardia artística latinoamericana por construir un mundo más bello y justo, no siente que esos ideales originarios han fracasado ?

A pesar de todas las contradicciones que nos angustian en este fin de siglo, soy optimista. Creo en la especie humana, en el persistente deseo de construir un futuro mejor. La historia del hombre y de su cultura es tan larga, que nosotros vivimos sólo un momento fugaz, casi virtual. Dejamos un rastro y luego desaparecemos, ilusionados con que sea lo más significativo posible para nuestros semejantes. La vida es una constante antítesis entre el bien y el mal, entre la alegría y el sufrimiento. Tenemos dos ejemplos de luchadores, que en las condiciones más adversas y cerradas imaginaron un destello de esperanza que iluminaba el futuro: recluídos por décadas en las cárceles fascistas y racistas, Antonio Gramsci en Italia y Nelson Mandela en Africa del Sur, no desfallecieron ante la adversidad que enfrentaron. Recuérdese el pueblo vietnamita que escribió uno de los capítulos más heroicos e inolvidables de la historia humana contemporánea. Ahora, con fé en el porvenir está reconstruyendo sus ciudades. Es para mi un gran honor y emoción haber recibido hace unos días la invitación para proyectar la Casa de Huéspedes de Hanoi. Espero que la arquitectura brasileña, como un fragmento de la arquitectura universal, pueda estar presente en aquel lejano país. A las puertas del siglo XXI, ser realista, creativo y optimista, es mi consejo a las jóvenes generaciones de arquitectos.

Río de Janeiro, 15 de octubre de 1996

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