7.4.2014

«La capital de Mallorca no es Palma sino Son Sant Joan, ese tumor maligno»

Josep Quetglas (Ciutat de Mallorca, 1946) es arquitecto, catedrático de la Universitat Politècnica de Barcelona, Premio Nacional de Arquitectura de Cataluña y experto en Le Corbusier.

Matías Valles. Palma –¿Qué diría Le Corbusier si visitara la Mallorca de 2009?

–Es difícil que venga hoy. Si vino en marzo de 1932 fue porque nuestra República era joven y en el país se vivía el entusiasmo por la construcción de una sociedad humana. Cuando vuelva a darse el caso lo tendremos de nuevo entre nosotros, no lo dude. Y en esas condiciones repetirá su comentario de entonces, «éste puede ser un buen sitio para trabajar».

–En cambio, usted es un arquitecto que no viaja.

–Un músico que ha pasado por el conservatorio está obligado a comprender una composición leyendo la partitura, no necesita oírla ejecutada. Yo estoy obligado a comprender un edificio a partir de plantas, alzados y secciones, con una información más precisa que la de una visita, que siempre queda ligada a la casualidad. Puedo dar otra justificación a mi pereza por viajar. No tuve pasaporte hasta los 30 años, tras la muerte del Caudillo, con lo que no me aficioné a viajar, o me aficioné a no viajar. Y no sé conducir coche. Dicen que los Tauro somos estáticos.

–¿Una casa sigue siendo una máquina para vivir?

–Todavía no lo es. Ahora la casa está en manos de quienes la han convertido en mercancía, es decir en máquina para hacer dinero. ¿Qué preferimos, que las casas sean máquinas para vivir o máquinas para hacer dinero? Porque ésa es la alternativa.

–De joven le envió usted una carta a Brassens, ¿sigue militando?

–Estudiaba bachillerato, era un niño, y nunca me hubiera atrevido a escribirle a Léo Ferré.

–¿Qué es una vivienda digna?

–La que está ocupada por gente digna, es decir, por personas que trabajan con sus manos y que respetan la memoria de quienes construyeron y vivieron en esa casa. Gente que no dice «mi casa», sino «nuestra casa».

–Da miedo entrevistar a quien tituló una conferencia como «No tengo nada que decir».

–Estaba copiando a John Cage, que empezó con esas mismas palabras su «Conferencia acerca de nada». El continuaba «…y he venido a decirlo». Desconfío de cualquiera que dé lecciones, que sepa lo que dice, que lo recite a los demás para que lo aprendan. Por el contrario, ponerse a hablar sin saber qué se está diciendo me parece una condición para llegar a decirse algo interesante, no sólo para quien habla, sino para otros por la relación igualitaria que se produce entre el auditorio. Es como si fuera uno quien prestara la voz, pero fuera el grupo quien hablara y construyera el sentido. A uno que no sabe lo que dice hay que escucharle. Lo otro es propaganda.

–¿La arquitectura es el arte irreversible?

–Cualquier obra de arte verdadera es irreversible, corta su época, manda hacia el pasado cuanto ha sido hecho, hace que nada siga igual, funda. Un cuadro de Cézanne, por ejemplo, es un hecho tan irreversible como la invención del uso del fuego o la toma de Constantinopla. Produce un antes y un después. Hay algunas arquitecturas que se comportan así, de esa forma tan terrible.

–¿Se considera un arquitecto bidimensional, con muchas más páginas que obras?

–Es cierto que nunca he construido. Por muchos motivos. Un motivo: no es lo mejor que yo sé hacer, y hay multitud de compañeros que lo hacen mejor que yo lo haría. Por tanto, les toca construir a ellos. Otro motivo: hago caso a John Ruskin, que recomendaba a los arquitectos no construir, cuando pudiesen evitarlo. Hay que recordar que un arquitecto no es quien «hace casas». Hace casas El Pocero. Un arquitecto es quien sabe dar lugar a las actividades humanas, y si puede hacerlo sin poner un ladrillo, mejor. Un arquitecto hace sitio, no lo llena. Otro motivo, más pedante: si Borges nos ha enseñado que el lector de hoy está condenado a escribir lo que lee (Pierre Menard es «autor» del Quijote), comprender el Pabellón de Alemania de Mies van der Rohe o la Villa Savoye de Le Corbusier es proyectarlos, convertirse en su autor. Es decir, podría decir que yo sí que tengo obras, pero han sido construidas por otros arquitectos. Ésta es una cuestión que afecta, en mi opinión, a la situación de todo el arte actual. Quien escribe hoy una novela, por ejemplo, es alguien a quien no le gustan las novelas. Si le gustasen, las leería, tantas como hay escritas, inagotables, siempre nuevas a cada lectura, y no perdería el tiempo escribiendo otras. Lo mismo ocurre con la música, la pintura, el cine…

–¿Cuál es la cuota de participación de la arquitectura en la corrupción urbanística?

–La arquitectura no participa de la corrupción. Es inocente, es un termómetro, que no participa de la fiebre. Quienes participan son los arquitectos. Y hay uno (a veces dos) detrás de cada delito o aberración que se comete.

–¿Mallorca en Le Corbusier es nacionalismo arquitectónico?

–Le Corbusier dejó la escuela a los 13 años, y el resto de su vida lo pasó aprendiendo de todo cuanto miraba. De cualquier rincón era capaz de aprender, incluso de Mallorca. Aprendió más en Argelia, para no salir de nuestra área.

–¿La arquitectura es imprescindible para el ejercicio del poder?

–Es posible que, cuanto más atrasado sea un poder, más necesite quedar visualizado y manifestar la presencia de su dominación: la iglesia católica romana desde Trento, la casa de Juan March junto a la Almudaina, el monumento al crucero Baleares. Es posible que en una sociedad humana la arquitectura quede liberada de ese servilismo laudatorio, de estar al servicio de los señores. Y también es posible que a las formas más desarrolladas de poder les convenga ser invisibles, discretas, para ser eficaces, y que prescindan de la arquitectura entre sus instrumentos de dominación.

–Con el mundo en casa, ¿el ágora tiende a desaparecer?

–Lo que nos imponen en casa no es el mundo, sino su representación como espectáculo, su fantasma. Es posible que ambas cosas sean resultado de un mismo proceso. La desaparición del ágora, del espacio público, convertido ahora en máquina para consumir su escenario, viene acompañada de la conversión de la casa en pantalla tecnológica donde lo social, el mundo, se vive como espectáculo, es decir nuevamente como mercancía. El enemigo es uno y el mismo. Vivimos en un mundo donde no hay refugios, donde el mercado, como un gas venenoso, ocupa y destruye.

–Cataluña le otorga el Premio Nacional de Cultura. Cuando en Mallorca tengamos una, quizás piensen en usted.

–¿Está usted diciendo que en Mallorca no hay una cultura? Yo no estaría de acuerdo, aunque tuviéramos que precisar qué entendemos por cultura. En todo caso, no sería justo que en Mallorca pensase nadie en mi trabajo, al margen de algunos pocos mallorquines que hayan ido a estudiar un rato a Barcelona, porque nunca he trabajado aquí. Dejé la isla a los tres años y medio, y tengo de momento 63. «Yo aquí soy un extraño», decía Johnny Guitar. Pero le ruego que no invierta la frase, y entienda con ella que Mallorca me es una extraña. Bien al contrario.

–¿Se pueden tener dos casas?

–»Si és que hi ha cases d´algú»…, cantaba Sisa. Le Corbusier, perdone si vuelvo a él, no dio como definición de casa sólo lo de «máquina de habitar». Tiene otra definición, según la cual llamaríamos casa a la situación que aparta de nosotros la naturaleza antagonista, lo hostil. Esa definición es muy amplia. Podría imaginarse diciendo que estamos en casa allí donde no necesitamos sentir pudor, allí donde no sentimos acoso. Llego a la respuesta a su pregunta: no dos, ni siquiera una casa podemos tener, mientras vivamos en un mundo donde la dominación está presente desde la autopista hasta el dormitorio.

–¿Quedará Universidad, después de internet?

–La destrucción de la Universidad no la está produciendo internet, sino la voluntad del mercado de impedir profesionales cualificados, capaces de imponer sus condiciones de trabajo. La mano de obra obediente y barata debe ser descualificada, no valer nada por sí misma, para no poderse defender. Su retribución será siempre dádiva, y obedecerá servilmente al encargo.

–Borges reunió a Picasso, Le Corbusier y Joyce, para ironizar sobre la celebridad por exceso.

–No conozco el texto. ¿Dónde lo encuentro? Imagino que Borges pudo tener noticia de Le Corbusier por Victoria Ocampo, o en la París de los años treinta. Pero no consigo ver juntos a Borges, alguien a quien imagino siempre quieto en un interior en penumbra, y Le Corbusier, activista febril, a quien imagino en la calle, en el campo, en la plaza. Respecto a la celebridad de Le Corbusier, en vida fue tenido por un desquiciado –su edificio de Marsella era conocido popularmente por «la casa del loco»–, y hoy se visitan sus obras como quien va a ver la Gioconda, no para mirarla y verla, sino para que la obra certifique la verdad de la propaganda que tenemos de ella. Le cuento una anécdota poco conocida, recordada por el arquitecto colombiano Rogelio Salmona, que pasó su juventud en el taller de Le Corbusier. En la comida de inauguración del edificio de Marsella, dispusieron los platos en una larga mesa, en el suelo libre bajo el edificio. Picasso, invitado estrella –Marsella era en aquel tiempo el principal ayuntamiento comunista de Francia–, se levantó a media comida y, mirando alrededor sin encontrar ninguna pared, dijo «¿Pero aquí dónde se mea?», y se alivió contra una de las grandes y primorosas columnas que sostienen el edificio. No tuve el instinto de preguntarle a Salmona qué columna era, para ir a visitarla con devoción.

–¿Qué les recomienda de Mallorca a sus alumnos?

–…

–¿Qué les desaconseja de Mallorca a sus alumnos?

–Procuro que en clase noten que no soy de Barcelona, me gusta dejar claro que «también allí soy un extraño», pero no hago referencia a Mallorca. Por lo concreto de lo que estudio no tengo mucha ocasión de hablar de arquitectura mallorquina. Que recuerde, sólo he comentado, hace años, las obras de Gaudí y Jujol en la Seu y algún trabajo de Elias Torres. En cambio, fuera de mi especialidad, que es el estudio del pasado, creo que en una escuela de arquitectura el ejemplo del aeropuerto de Palma sería excepcional para formar futuros arquitectos. Porque no sólo se aprende de lo bueno sino, y a menudo más eficazmente, de lo pésimo. Como en las facultades de medicina, donde no se dan a conocer casos de salud, sino de enfermedad. Empezaría por la comparación entre la superficie del aeropuerto y la de la ciudad. Mire un mapa sin maquillar, porque los maquillan. ¿Se ha fijado que toda Palma dins murades cabe con holgura dentro del aeropuerto?. Eso asusta, revela que la capital de Mallorca no es Palma, sino Son San Joan, ese tumor maligno resultado del monocultivo turístico, ciego y voraz cáncer destructivo del territorio. Desde su tamaño, hasta la aberración arquitectónica de cualquier rincón del edificio, la torpeza de movimientos que impone, de trayectos, sus ambientes, la falta de cariño y respeto que muestra el edificio hacia los usuarios. Y eso que, con los años, el roce de la gente ha ido aclimatando el lugar. Es difícil encontrar otro ejemplo que concentre tan mala arquitectura, y por eso debería ser de visita obligada a todo futuro arquitecto.

–¿Una persona puede ser una casa que nos proteja de las inclemencias?

–Incluso quizás sea la única casa posible, la única a nuestro alcance, en estos tiempos. Nuestros maestros, la memoria de nuestros padres. Seguimos viviendo dentro de ellos, como empezamos a vivir dentro del envoltorio de sus palabras y sus brazos ¿Puedo decirle que me siento protegido por el doctor Darder o por Aurora Picornell? Ellos, y todos los que han padecido en sus cuerpos la barbarie de los señores, desde el primer xueta sambenitado hasta el último maestro de escuela de nuestra República, nos protegen, son nuestra casa. No nos sería posible resistir la lectura cotidiana de las actas del Palma Arena, y del mundo de barbarie que representa, sin sentirlos a nuestro lado, dándonos casa. Por eso no creo que el meritorio y ejemplar esfuerzo de gente como la Associació per a la Recuperació de la Memòria Històrica sea altruista. Al contrario, es una autoprotección. No se trata de defender nosotros a los asesinados por el franquismo, sino, al contrario, de que ellos nos defiendan contra este mal presente. Es entre ellos que estamos en casa.

–¿Qué se le ocurre, para el Formentor que visitó Le Corbusier?

–Los lugares excepcionales no pueden quedar reducidos a máquina privada de hacer dinero, porque son resultado de una creación colectiva. La Seu, por ejemplo, ha sido construida por las manos de muchas generaciones, y la península y bahía de Formentor han sido hechas directamente por la mano de Dios –también Él una creación literaria colectiva, no lo olvidemos–. No pueden seguir secuestrados para producir un beneficio económico. Habría que tratar de rescatarlos y devolverlos al aire libre. Imagine la península de Formentor cedida al GOB, por ejemplo, y la Seu como sede de las organizaciones sindicales, ciudadanas y populares. Antes de que me diga que acabo de soltar una boutade, decida si el uso de esos lugares sería mejor o peor que ahora.

–¿Barcelona ha pagado un precio muy alto por ponerse de moda?

–El precio no lo ha pagado Barcelona, que es algo que no existe más que como eufemismo de la propaganda, sino sus habitantes.

–Norman Foster despide arquitectos, Nueva York anula proyectos, la crisis no perdona.

–No leo las páginas de economía y empresas en los periódicos, aunque sé que hago mal. No puedo opinar sobre sociedades en bolsa.

–Dejando a Le Corbusier al margen, ¿quién es el número dos?

–Le Corbusier no fue el número uno. Es un arquitecto cómodo para usar en la enseñanza, fácil de diseccionar, como hay mosquitos o ratones apropiados para estudiar códigos genéticos en los laboratorios, sin que por eso sean mejores animales que otros. Si hubiera que nombrar al equivalente de Picasso en arquitectura, yo defendería el nombre de Frank Lloyd Wright, y luego, lejos, los otros: Le Corbusier, Mies, Loos, Aalto. Pero si está hablando de hoy en día, y busca al arquitecto en activo por excelencia, vaya a Porto y pregunte por Alvaro Siza (con obra en Mallorca, por cierto). No quiero dar nombres de entre nosotros, porque serían de amigos.

–¿Recibir un premio es morir un poco?

–Erik Satie, en quien tengo confianza absoluta, aconsejaba renunciar a los premios, pero decía que había algo todavía mejor que renunciar, y era haber hecho lo adecuado para no recibir nunca un premio. No he sido capaz de seguir a Satie, pero no es culpa mía si me han dado este premio, no tengo nada que ver con el premio. Yo no he sido. Vete a saber cómo ha sido concedido. Quizás para no dárselo a otro. No hay que hacer caso de estas cosas o, mejor, hay que desvalorizarlas, quitar jerarquía a cualquier distinción o nombramiento que se reciba. No van con uno. Gastaremos el dinero del premio publicando un nuevo número de Massilia, el anuario que recoge estudios sobre Le Corbusier que elaboramos a trancas y barrancas desde 2002, y el catálogo de la exposición sobre Le Corbusier en Mallorca. Eso estará bien.

Fuente > http://www.diariodemallorca.es/actual/2009/09/06/josep-quetglas-capital-mallorca-palma-son-sant-joan-tumor-maligno/500737.html

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