24.7.2012

El alma por el retrovisor, entrevista a Ronald Shakespear

Hay un lugar en el que, armónicos y eternos, conviven Jorge Luis Borges y Rodolfo Walsh; Atahualpa Yupanqui y Orson Welles; Dominic Miller y el “Mono” Villegas; la obra de Gaudí y los internados del Borda. Ese lugar es Revisitando los Sesenta, del rosarino Ronald Shakespear. Un libro de poesías escritas con una máquina de sacar fotos.

«Las fotos son fuertes, y los personajes también. Era un momento heroico esos años ’60. No sé qué había en el ambiente ¿tal vez nuestra juventud? –se pregunta el destacado diseñador gráfico Jorge Frascara, en uno de los prólogos del libro, donde añade-; había algo más, algo que impulsaba a la gente en el mundo occidental a romper barreras, a hablar claro, a inventar la propia vida”.

Hace más de 50 años su versión inicial se llamó Caras y Caritas: un compendio de retratos en blanco y negro tomados por el prestigioso diseñador rosarino Ronald Shakespear entre 1961 y 1967; una especie extinguida desde hace años, inconseguible hasta en librerías de viejo. Ahora, con tres veces la cantidad de fotos de su edición original, se está preparando su relanzamiento bajo el nombre de Revisitando los Sesenta.

Debajo de su mano el globo terráqueo representa más que nunca al mundo. Borges apunta la mirada imposible hacia ningún lado ante esa esfera menor indomesticable pero rendida en su palma. Es apenas un instante del año 1963. “Pasé una tarde-noche inolvidable en la vieja Biblioteca Nacional de la calle México y hablamos de películas que él ya no podía ver. Un privilegio que me regaló la vida”, dice Shakespear al enlazar su vivencia de aquel momento con el documento gráfico invaluable. La mirada detrás del lente es fidedigna, admiradora, asombrada y cariñosa. Una lámpara brilla espamentosa en el fondo pero el que encandila es el taciturno y eterno escritor argentino y universal.

¿Qué representa para usted Revisitando los Sesenta?
– Antes que nada la nostalgia de los sesenta y luego un momento personal de gran libertad productiva. Hago diseño hace más de medio siglo pero las fotos de Revisitando los Sesenta son y han sido mi libertad. Nunca he pensado que mis fotografías tenían algo de valor. Pero han sobrevivido al tiempo al convertirse en documentos de una era que merece ser rescatada. Los Sesenta fueron mágicos. Fue el tiempo de los Avedon, Francis Bacon, los Beatles, los Rolling Stone pero también de Rodolfo Walsh, el Paco Urondo, Dylan Thomas; el nacimiento de Pentagram de -mi amigo ya fallecido- Alan Fletcher y tantos más. En los ’60 me casé con la compañera de mi vida Elena -una acuarelista notable-, y nació nuestro primer hijo, Lorenzo. Y fue precisamente Lorenzo, el primogénito, nada más y nada menos, quien hace algunos años se ocupó de digitalizar los originales analógicos de lo que podría considerarse su hermano de papel resucitado.

Las distancias son relativas. Los separa la geografía ilusoria de algunas páginas. Son dos rostros tan adustos como sencillos y profundos a la vez. A imagen y semejanza de sus talentos y sus artes. Son íconos pero no de una década sino de todo el siglo XX. “Tomé unos mates dulces con Atahualpa Yupanqui en mi casita de Martínez que me había dejado mi amigo Luis Puenzo”, cuenta el fotógrafo al que la propia obra lo hace rebobinar. Al otro lado del Atlántico ocurrió el otro encuentro. “Orson Welles vivía en Madrid frente a la casa de Perón y me invitó a la Plaza de Toros –recuerda Shakespear -; me dijo muy al pasar «nunca pidas permiso, nunca». Esa foto está en mi corazón”.

“Como sus proyectos más exitosos con sus hijos Juan y Lorenzo, esos retratos son gestos simples, pero icónicos en su capacidad de comunicar mucho dentro de un formato modesto” –anota atinada la escritora y arquitecta Leslie Wolke en otro prólogo de Revisitando los Sesenta. Shakespear desviste su fórmula desde la hechura:

Hago fotos por impulso. A veces me salen bastante bien. Otras -muchas- no. Con aquella Leica hice las mejores -creo- de Caras y Caritas en el 1966. El retrato es quizas el momento más sublime de la fotografía. Es un contrato de partes, donde se encuentran dos memoriosos que piensan – ingenuamente – pasar a la posteridad. Lo extraordinario de los retratos es que no necesitan palabras. Como Jacques-Henri Lartigue, Irving Penn,Henri Cartier-Bresson, Robert Capa, iluminan la memoria de las personas que capturaron. El prólogo de Frascara refuerza el concepto desnudando el contexto mítico de aquellos días: “los ’60 fueron años de salir a explorar los límites de lo posible. En ese contexto sale Ronald con su cámara a documentar el momento fugaz. Sus modelos no posan, pasan. Ni siquiera parecen notar la presencia del fotógrafo que está ahí, con ojo caravaggiesco esperando el momento mágico en que la luz, la sombra y el personaje confluyan para potenciar la imagen: la vida, en toda su intensidad”.

“Walsh era un irlandés de las pampas. Yo, de alguna manera, también. Rodolfo se paseaba por el español. Fuimos amigos y siempre hablamos de él con Rogelio García Lupo. Lo vi poco después de que mataron a Vicky, su hija, y me parece que después de eso estaba buscando reunirse con ella”, suelta Shakespear mirando la foto que tomó en 1962, año en que con el autor de Operación Masacre viajaron juntos a Chile. ¿Quién dijo que una mirada fugaz no puede ser para siempre?

–  Tengo entendido que a su padre le gustaba sacar fotos…
– Papá era viajante en ese tiempo cuando abandonó Rosario. Sacaba fotos por todo el país mientras lo recorría en su dignísimo Citroen de dos caballos y refrigeración a aire. Me regaló mi primera cámara, una Zeiss Icon a fuelle. Años después tuve mi Leica F3. El arma cargada leal e infalible con la lente retráctil como la que usaban los espías de la segunda guerra. Se podía guardar en el bolsillo. Aún la conservo con mis objetos más amados.

¿Cómo le llegó aquella propuesta de realizar un libro de fotografías y de qué manera trabajó en él? Por otra parte, ¿qué cosas agrega Revisitando los Sesenta al contenido original de Caras y Caritas?
– Supongo que llegué a hacerlo por la simple casualidad. Jorge Alvarez -aquel de la calle Talcahuano- inventó el libro y lo bautizó: editó Cara y Caritas en 1967 y está largamente agotado. Tenía alrededor de 30 retratos en blanco y negro -en esta reedición hay el triple de fotos muchas en color-; y por casualidad llegué también después al Parco dei Mostri, Bomarzo, en Viterbo, donde tomé fotos de los monstruos escultóricos. Es hermoso perderse allí como lo es también en Venecia donde hice los retratos de unas hermosas chicas ligeras de ropas que aparecen en Revisitando. También hay fotos hechas en Salvador de Bahia, y de la obra de Gaudí en Barcelona, como igualmente se pueden encontrar trabajos en la Gran Muralla China y en Costa de Marfil, o las fotos del (Hospital Neuropsiquiátrico) Borda que hice para la película Pajarito Gómez de Rodolfo Kuhn en la que trabajaban Héctor Pellegrini y Nacha Guevara, con guión de Paco Urondo. Las imágenes de los internados del Borda son un hito emocionante y descarnado de Revisitando.

Un amanecer en el Hipódromo de Palermo, Irineo Leguizamo con la mirada perdida en la posteridad y su caballo mirando a cámara. Desde debajo de un piano para atrapar el rictus del trance del Mono Villegas en plena acción. O el espantoso zarpazo del Golpe en el gesto vencido del presidente derrocado Arturo Frondizi, -nuestro último estadista-derrumbado en un rincón. Felisa Pinto, Rómulo Macció, Manucho Mujica Lainez, Ringo Bonavena, y siguen las firmas.

¿Qué consejo le daría a quienes se quieren dedicar a la fotografía?
– Saquen fotos con pasión. Lo demás no importa nada. Y no esperen los premios. Como dijo un profeta al recibir el Nobel: «los premios no se dan para premiar al autor. Se dan para premiar al premio». Como un auténtico hombre renacentista, el fotógrafo de hoy en día convive con los caprichos de la tecnología digital. De todos modos el universo se encarga de guardar la memoria del hombre sea cual fuere el procedimiento.

En la actualidad, ¿qué lugar ocupa la fotografía en su día a día?
– Hoy mi cámara enfoca los cumpleaños de mis siete nietos. En ningún momento descanso. Me levanto a las cuatro con el canto de Mozart y leo a Walsh, como siempre. No me he permitido reposo. Como dijo Franklyn, «ya habrá tiempo de dormir en el sepulcro». A propósito, acabo de diseñar mi lápida. Dice sencillamente «Ya está». Sin el nombre del difunto y con la bella tipografía de los frontispicios de Augusto.

En su puerta de entrada al libro, Wolke insiste:
“Hoy conocemos a Ronald Shakespear como un diseñador con una extensa cartera de celebrados proyectos de identidad gráfica y ambiental. Pero en la década de 1960, una de sus principales formas de expresión visual era el retrato, cuando utilizaba la fotografía en blanco y negro para capturar a amigos y celebridades en momentos de intimidad”. Hay una foto que incluye al fotógrafo y su esposa.

Shakeaspear está en cueros, autorretratado pero de fondo, borroso, detrás de la mirada joven y clara de su amada Elena Peyron. Está al cobijo de unas gafas oscuras y un cigarrillo le cuelga de los labios. Tiene 26 años, aunque parece estar gritando su éxito futuro desde la actitud. “Con el beneficio del tiempo y la amplitud de su carrera como diseñador -advierte Wolke-, podemos apreciar los hilos que unen a esas fotos con el resto de su obra”.

Las fotos son marca Shakespear. “Les agradezco a todos aquellos que me prestaron su cara”, dice el autor del libro.

Para poder subir obras es necesario acceder con una cuenta ARQA

Para poder solicitar la creación de un grupo es necesario acceder con una cuenta ARQA

Para poder guardar en favoritos es necesario acceder con una cuenta ARQA

Para poder valorar obras es necesario acceder con una cuenta ARQA

Para poder agregar a este usuario a tu red de contactos es necesario que acceder con una cuenta ARQA

Para poder enviarle un mensaje a este usuario es necesario que acceder con una cuenta ARQA

Ir a la barra de herramientas