30.3.2011

Scalae José Ignacio Miguens

Cada generación, también de arquitectos, tiene su pequeña colección de sobreentendidos. Un tesoro oculto, un modo y manera en ocasiones, un sentido de la educación, una colección privada de palabras, una aspiración íntima en otras, que es compartida por quienes tuvieron en común las personas o el tiempo de formación, circunstancias locales, sociales, políticas o incluso deportivas, especiales. En fin: el secreto de lo que “no se dice” porque se aprendió del aire que se respira, del cruce de miradas, de los gestos casi imperceptibles, de músicas oídas sin querer, de los olores de un campo o una ciudad. Y así me doy cuenta que varias generaciones de arquitectos argentinos escasamente mencionan entre sus obsesiones privadas el compromiso público por la relación social, por el espacio público. No lo hacen porque es algo metido, por la vida, en su genética profesional, algo frágil que se ha de cuidar y esta presente, pero que podría ser violentado si se evidencia ante actitudes poco prudentes. Lo notas en la mirada, del arquitecto, de su arquitectura, de sus dibujos. Miguens, ya desde sus dibujos juveniles, sus pájaros humanos, nos da la pista: la arquitectura te esta mirando cuando tiene algo que decirte y lo que te dice es: “atento amigo, soy arquitectura y te estoy mostrando cómo eran quienes me construyeron, cómo se relacionaban entre sí, su sentido del respeto mutuo”. A veces, si hay suerte, así es y la arquitectura es como quienes la proyectaron y construyeron. A veces te respeta y es necesaria. Y esa arquitectura, siempre, como los pájaros de José Ignacio, te está mirando.

La infancia, entre el campo y la ciudad…
Nací en la Ciudad de Buenos Aires, en Barrio Norte. Soy porteño, aunque tengo muchas raíces en la provincia de Buenos Aires. Actualmente, y desde hace treinta años, vivo en una casa en Palermo Viejo, donde han nacido mis tres hijos. Mi familia tiene una base agropecuaria, por lo que de chico yo pasaba largos períodos de tiempo en un campo en la Provincia de Buenos Aires. Prácticamente, me transformé en un hombre de campo y, cuando tuve que elegir mi carrera, decidí ser ingeniero agrónomo. Pero mi padre me recomendó que fuera a entrevistarme con un tal doctor Horacio Nobo, que había llegado recientemente de Alemania trayendo unas nuevas técnicas de orientación vocacional. Nobo era un hombre sabio. Fui toda una semana a verlo y, luego de aplicar todo tipo de técnicas, conversaciones y recursos, finalmente me citó a la semana siguiente y me dijo: “Mire José Ignacio, yo estoy acostumbrado a dar tres opciones, pero a usted le voy a dar una sola: usted tiene que estudiar arquitectura”. ¡A mí no se me había ni ocurrido que podía ser arquitecto!

A dibujar se aprende…
Por esa época hacía unos dibujos muy obsesivos, de gente, personas. Eran soldaditos peleándose con espadas, barcos que se atacaban unos a otros, dibujos de muchos personajes peleando, guerreando. Conflictos. Era un dibujo muy detallado, bastante reiterativo, un refugio mas que un dibujo creo. Recuerdo una sensación muy especial, me gustaba con locura dibujar y me quedaba mucho tiempo dibujando. Era todo blanco y negro y tenían mucha estructura espacial, ángulos de visión, vistas aéreas o perspectivas… Mi madre es pintora, o sea que los elementos de dibujo estaban todos ahí, con los lápices y las hojas. Supongo que fue algo natural empezar a dibujar.

La escuela del taller…
Cuando estaba cursando tercer año de la facultad, sentí que no estaba aprendiendo, ni juntando herramientas o procedimientos. Entonces, recorrí toda la facultad viendo docentes de las cátedras de Diseño II, hasta que encontré un taller donde me quise quedar. Fue con Augusto Buyé, que trabajaba junto con Carlos López Achaval. Lo que me llamó la atención de ese docente fue su sensatez. Me gustó el nivel de análisis y de crítica, me pareció estimulante. Me sentí cómodo y creí que ahí podía aprender. También me gustó la mesa del taller, esa experiencia única que tenemos los arquitectos. Era un taller muy participativo, se colgaban todos los trabajos y los veíamos, los comparábamos y creábamos relaciones entre ellos. Hoy en día, en mi estudio, los lunes, miércoles y viernes a primera hora de la mañana, ponemos todos los trabajos sobre la mesa y opinamos. Opino yo, opina el que lo está haciendo, opina otro que es la primera vez que lo ve… Es interesante, es la misma escuela del taller. A veces, incluso, hacemos que los jóvenes participen en las reuniones con el cliente, donde oyen sus opiniones y sacan sus propias conclusiones. Somos nueve o diez personas, y dos más en obra. Hace poco estuve en Japón, en una muestra que hicimos en Tokio, y allí conocí al arquitecto Yoshio Taniguchi. Es un hombre grande, mayor, muy interesante, que me dijo: “Yo tengo doce personas en mi estudio y hago una obra por año. No quiero hacer más”. Me pareció toda una definición, la escala de trabajo y del estudio, porque nosotros también tenemos un trato muy personal con los integrantes del estudio. Tenemos una planta estable, y dos equipos externos que ayudan con las documentaciones de obra.

Los primeros trabajos…
Mi primer trabajo fue muy sencillo. Me recibí y al salir a la calle sentía que tenía carencias, que necesitaba aprender más. Entonces me anoté en muchos cursos y puse un tablero de dibujo en el local comercial de una tía mía que se había ido de viaje. Ese era mi estudio, y estaba ahí yo solo, sin ningún cliente. Un día, el padre de un amigo me encargó hacer las oficinas de una empresa. Ese fue mi primer trabajo solo, completamente solo. Esta fue una época en la que tomé muchos cursos de capacitación, entre ellos uno muy interesante de diseño y conservación de la energía dictado por el arquitecto Manuel Net. De ahí salí iluminado, y proyecté dos o tres obras, de las cuales una fue muy premiada en la Bienal de 1983. Era una gran losa de hormigón con pasto arriba, una cubierta vegetal, excavada en el medio de la montaña; una obra muy chica de 50 metros, pero con todos los criterios bio-energéticos. Eso fue un espaldarazo bárbaro porque luego de siete años de recibido y producto de la influencia del arquitecto Net y de su curso, realicé una obra con todo el entusiasmo y con todas las ganas de probar cosas nuevas. Completé mi formación en una empresa constructora. Estuve siete años construyendo proyectos de otros arquitectos, presupuestando, dimensionando, contratando, o sea, toda la parte que uno aprende un poco a los golpes, a mí me tocó tomarla seriamente. Siempre digo que eso para mí fue una escuela de diseño, donde le perdí el miedo a construir.

No sólo una estructura portante…
Sería interesante que aquella enseñanza que se basa en la relación con las personas y la administración de la realidad se enseñara también en la facultad. Muchas veces, en los talleres de construcciones e instalaciones, falta la valoración de este aspecto, donde la construcción o la instalación no sea solamente resolutiva sino que sea también generadora de ideas. Es tan amplia nuestra profesión, hay que estar atento a la espacialidad, la estructura, la idea, la orientación, el sitio, el sol… entonces, a veces, quedan relegados aspectos que parecen resolutivos. Las buenas obras se nota que han sido pensadas desde la faz constructiva. La construcción no es un maquillaje, no es solamente una estructura portante. Hoy este tema está desvalorizado, las construcciones y las instalaciones parecieran correr por carriles separados. Para mí lo constructivo es fundamental, sobre todo lo veo en las obras iniciales. Hice una casa en San Martín de los Andes que está excavada en una roca. Son dos planos triangulares apoyados sobre la roca, una losa de hormigón, pasto arriba, y las paredes de la casa son la roca de la montaña. Ahí, realmente la estructura y el espacio son un conjunto, no hay nada que esté dominando, porque la misma estructura es quien define el espacio. En las obras simples es donde más claramente se ven los conceptos. Por otra parte, también los mecanismos de gestión aportan elementos fundamentales del proyecto. Por ejemplo, hace poco terminamos un edificio de oficinas junto a las vías del tren, donde la gestión del negocio y el criterio de etapabilidad nos llevaron a pensar una estructura que generó una impronta muy interesante en el espacio exterior. Son cuatro módulos que se van desfasando, con planos de ladrillo que marcan el ritmo. Generamos una plaza y allí se ubicaron los módulos, que dan el ritmo de la plaza que se va achicando hacia el fondo. Es imposible ver esta obra en fachada, salvo que uno pase en el tren.

La arquitectura desde el conflicto…
Como en mis dibujos de la infancia, creo que el conflicto es uno de mis temas, y creo que mi conflicto es con el planeta. Los indicadores dicen que los edificios son los que generan el 48 por ciento de la contaminación y del calentamiento global. Entonces, me parece que la palabra sustentabilidad, -ó “sostenibilidad”, como dicen los españoles- ya sea en la materialidad de los edificios o en la relación con el medio ambiente, tiene que ver con el diseño, la conservación y el aprovechamiento de la energía. La sustentabilidad es hoy es una preocupación importante, y no creo que sólo se haya puesto de moda, sino que se es algo que se percibe en la vida cotidiana. Es un requisito contemporáneo e ineludible de proyecto. Creo que el mundo está tomando conciencia. El pensamiento, el tiempo, el criterio y el equipo necesarios (retomando el comentario que me hizo Taniguchi), también tienen que ver con la sustentabilidad. En mi estudio, nuestro norte es hacer obras de calidad, en la construcción, en la materialidad y en el diseño, poder dar algún valor agregado. Si no, no estamos satisfechos. He implementado un sistema de trabajo muy interesante, promoviendo, entre los más jóvenes, análisis de los terrenos. Son muy rigurosos, altimétricos, en cuanto a su ubicación en latitud y longitud, el programa de necesidades, la funcionalidad de la obra, la materialidad y la geometría. Por ejemplo, hace poco tuvimos una presentación con una gente que quería hacer unas oficinas rurales. Según la disposición espacial que ellos querían se aumentaban las circulaciones y el perímetro en gran porcentaje. Más perímetro significa pérdida de calor, más ventanas, más ladrillos. Nosotros, a partir de esos análisis, realizamos un proyecto que era la conclusión de un planeamiento lógico. Y lo notable fue que, al final de la presentación, los clientes estuvieron totalmente de acuerdo con nuestra propuesta. Nos divertimos y aprendimos mucho con esa presentación.

Necesario y sustentable…
Como arquitectos, se supone que somos conectores entre el discurso profesional o intelectual y lo que llega a la gente. Y creo que la gente y el cliente a veces quedan atrapados en esa discusión intelectual. El otro lado de la intelectualidad consiste en tratar de comprender al usuario y al cliente. A mí me encanta la intelectualidad, a veces leo ideas que me sorprenden, pero creo que hay mucho capricho y eso me molesta. Veo obras que no respetan el medioambiente ni respetan absolutamente nada, donde los discursos intelectuales no se verifican. Me choca del diseño caprichoso, sin fundamento, más costoso, menos sustentable, que dilapida recursos en un mundo que los necesita. No dejo de lado el discurso intelectual, ya que es enriquecedor, pero mi apuesta está antes del lado de la arquitectura necesaria y sustentable.

Las ciudades no se hacen de un día para el otro…
Valoro muchísimo el planeamiento urbano. Es una lástima que en Argentina las políticas de la ciudad no siempre se sostienen, sino que se va emparchando y acomodando la ciudad sobre la marcha. No hay un hilo conductor técnico y profesional y, además, quizás la población no es tan consciente de las ventajas de impulsar políticas de planificación a largo plazo. Las ciudades no se hacen de un día para el otro. Por otro lado, Buenos Aires es muy valorada por la cantidad de producción y la calidad de ciertas obras, y creo que a veces tiene que ver con que la falta de proyecto genera algunas oportunidades urbanísticas, como en el caso del edificio de cuatro módulos que te comentaba, donde inventamos una plaza privada sobre las vías del ferrocarril y completamos el tejido en un lugar que estaba degradado. Sin embargo, creo las políticas deberían definirse a largo plazo, ya que se ven muchas ideas frenadas, desvíos y cambios de marcha.

Mis obras más queridas…
Son aquellas que hice recién recibido, luego de tomar los cursos con Manuel Net. Una es la casa en el Sur, esa especie de cueva metida en la montaña con pasto arriba. La otra, es una casa en el campo en Chascomús, en el Río Salado, hecha con el mejor ladrillo de la zona, con materiales antiguos, pero con una espacialidad muy interesante. Son tres casitas muy chicas que hacen un abanico y protegen un patio. Es increíble que han pasado tantos años y mis obras más queridas son las del principio. Es bravo esto, después de tantos años de profesión, esto es algo que te renueva el compromiso.

La arquitectura y los pájaros…
De chico se me dio por dibujar pájaros, pero en realidad veo en ellos expresiones tan humanas que pienso que el pájaro es un disfraz, y que en realidad ahí se expresa la naturaleza humana. Hay pájaros tristes, otros más alegres, otros miserables, otros generosos, todas las miradas son distintas. Fue curioso lo que me dijo también Manuel Net: “Ché, José, pero estos pájaros te miran todos a vos”. Me dejó horrorizado, porque es verdad, casi todos los pájaros están mirándonos. La responsabilidad profesional se disfruta pero tiene una gran carga, justamente de eso, de responsabilidad. Y es posible que ocurra lo mismo con la arquitectura que produzco, que no es tanto para ser mirada sino una arquitectura que nos mira.

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