4.5.2004
Arquitextos, 1ra. reimpresión
Ediciones Infinito, La Nación
Presentado el 20 de mayo de 2003 en el Museo Nacional de Bellas Artes, el libro Arquitextos que firma el arquitecto Luis J. Grossman, agotó su primera edición a fines de año. Por esa razón, Ediciones Infinito y La Nación pusieron en circulación la primera reimpresión de la obra, que tiene prólogo del escritor Isidoro Blaisten.
Los senderos de Borges
Hubo un tiempo en que se decía que La Nación ‘estaba escrito por gente a la que le gusta leer’. Y Borges encarna a la perfección este par dialéctico, ya que disfrutaba de la escritura y de la lectura (acaso habría que invertir los términos), y sus textos son motivo de regocijo para los lectores que gustan de leer. En ocasiones -platicando con amigos o colegas- analizamos los vínculos que relacionan un trabajo literario con una disciplina tan diversa como la arquitectura. Estas cavilaciones no son nuevas, hay incluso un libro (Borges y la arquitectura, Cristina Grau, Ediciones Cátedra, 1997) en el que se examinan esos lazos.
En el caso de Borges, la relación de escritura y espacio y tiempo asume una densidad palpable, resuena en el espíritu de quien lo lee al extremo de vibrar como un latido que puede llegar a estremecer: ‘Yo forjo los versos de mi vida y mi muerte con esa luz de la calle. Calle grande y sufrida, eres la única música de la que sabe mi vida’ (de Calle con almacén rosado, -Luna de enfrente-, 1925).
Mientras Borges escribía estas líneas, casi contemporáneamente James Joyce trabajaba sobre el papel su recorrido por las calles de Dublin en esa única jornada del Ulises. Con una diferencia: en los textos de nuestro máximo escritor hay una cadencia que refiere inequívocamente a Buenos Aires, a sus calles y zaguanes, a sus patios y sus olores. Es infrecuente, en su lacónico estilo, la adjetivación con la que se refiere a ‘nuestra querida ciudad’.
Aunque Borges se ufanaba de ser hijo, nieto, bisnieto y tataranieto de porteños, y por otras ramas se conectaba con Córdoba y Rosario, Montevideo, Mercedes, Paraná, San Juan, San Luis, Pamplona, Lisboa, Harley, con esa dosis de ironía que iluminaba su conversación, añadía: ‘Solo me falta sangre italiana para ser el porteño típico…’. Y en lo específicamente arquitectónico, subraya que con o sin justificación, Buenos Aires atenuó lo español y reforzó su tendencia a lo italiano: ‘Italianos fueron los rasgos diferenciales de su arquitectura, la balaustrada, la azotea, las columnas, el arco. Italianos fueron los jarrones de mampostería que había en la entrada de las quintas’.
A principios de la década del cincuenta destaca que en lo arquitectónico, Buenos Aires tendió a apartarse de lo español como ya se había apartado en lo político, ‘Diferir de los padres es tal vez una fatalidad de los hijos’.
Extrapole algunos conceptos del prologo que escribió Borges para un libro titulado Buenos Aires en tinta china., de Attilio Rossi (Losada, 1951) que parecen confesionales. ‘Yo, que creí cantar a Palermo, había cantado el Sur, porque no hay un palmo de Buenos Aires que pudorosamente no sea el Sur, -y no en las casas de tejado, en las de azotea- donde nos sentimos confesos los argentinos.’ Sin incurrir en añoranzas ni quejumbres, concluye Borges: ‘No esta lejos el día en que no quede un solo patio ajedrezado, una sola puerta cancel’.
Realmente, no sé que responder a esa objeción. Se que Buenos Aires, alguna vez, dará con su otro estilo y que esas formas venideras preexisten (secretas y evasivas para mis ojos, claras para el futuro) en las deleitables paginas de este libro.
Si se mira entre líneas, esas formas están en sus laberintos, sus espejos, su Biblioteca de Babel, sus ruinas circulares y sus esquinas rosadas.
(Publicado en el Suplemento Arquitectura de La Nación el 25 de agosto de 1999)
Reproducido en la pagina 155 del libro Arquitextos con ilustración de Hermenegildo Sabat.